Este jueves falleció, en Ciudad de México, el Premio Nobel de Literatura (1982) Gabriel García Márquez.
Una neumonía y un cuadro infeccioso con deshidratación precipitaron su deceso, 42 días después de haber cumplido 87 años de edad y de mostrarse por última vez en público, sonriente y con una rosa amarilla cerca al corazón.
El creador del realismo mágico, con el que revolucionó la literatura mundial, murió en su residencia, acompañado de su esposa Mercedes Barcha, de varios familiares y de Genovevo Quiroz, su asistente personal.
A las 17:30 hora local, cuando ya la noticia recorría el mundo, una carroza fúnebre recogió el cuerpo, que salió escoltado por la Policía del Distrito Federal, por periodistas y por mexicanos que tocaban el vehículo y lloraban.
Fuentes del Gobierno colombiano informaron que la familia del escritor y periodista evalúa si trae sus cenizas a Colombia después de cremar su cuerpo en México, su segunda patria, en donde vivió desde los años '60.
Un enlace de alto nivel del Gobierno colombiano está en permanente comunicación con ellos para programar los honores que se le rendirán durante varios días al escritor. El presidente del país, Juan Manuel Santos, decretó anoche tres días de duelo nacional.
A pesar de su estado, hasta último momento el escritor estuvo consciente de lo que sucedía a su alrededor.
De hecho, el pasado 4 de abril, cuando estaba internado, les mandó a decir a los periodistas que esperaban agolpados en la entrada del centro médico alguna noticia suya, «¡Váyanse a trabajar!»
Quiroz, su asistente, dijo en ese momento que García Márquez estaba sorprendido por las muestras de afecto que le llegaban de todo el mundo y en particular de Colombia, su patria, de la que nunca estuvo desconectado.
Además, que respondía positivamente al tratamiento con antibióticos y recibía alimentos y visitas de sus más cercanos amigos.
Pero el portavoz del centro médico hizo saber que su estado era delicado, de acuerdo con su edad, y que convalecería en su casa, ubicada en el sur de Ciudad de México. A esta salió el 8 de abril, bajo estricta vigilancia médica.
La noticia de su muerte suscitó reacciones de importantes personalidades de todo el mundo. Mandatarios de América Latina, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el también Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, manifestaron su pesar y resaltaron la vida y obra del brillante colombiano, y sus buenos oficios para lograr la paz de Colombia.
El presidente Santos, amigo personal del escritor, también hizo saber su dolor y el del país e invitó a todos los colombianos a sacar hoy viernes un pañuelo blanco, a las 12:00 del mediodía, en homenaje al hijo del telegrafista de Aracataca.
Allí, en su pueblo natal de Magdalena, hubo escenas de dolor. Dilia Zoraida Todaro, propietaria del Patio Mágico de Gabo, un restaurante modesto, dijo que tenían la esperanza de que se recuperara de la neumonía y de volverlo a ver por sus calles.
México también se sobrecogió por la muerte de su huésped de honor. De hecho, el próximo lunes 21 de abril se llevará a cabo un homenaje nacional a García Márquez en el Palacio de Bellas Artes.
El presidente de ese país, Enrique Peña Nieto, también manifestó sus condolencias y dolor por la muerte del colombiano. Un comunicado emitido por su gobierno dice que «México se une al duelo de Colombia, de Hispanoamérica y del mundo entero por la partida de García Márquez».
Anoche, la puerta de la casa del escritor en el barrio Pedregal del San Ángel de Ciudad de México, estaba llena de flores de mil colores, de velas y de mensajes de adiós y de bienvenida al mito literario que decidió partir un jueves santo.
Escritor de cuentos, novelas, guiones y hasta boleros frustrados, el autor de «Cien años de soledad» viajó siempre acompañado por su instinto de periodista, con su lapicera a mano y su capacidad de observación.
Aunque parezca de fábula, el universo que evocó era real. Cada historia y cada vivencia pasaban por el tamiz de su ojo de periodista porque estaba convencido de que «la crónica es la novela de la realidad».
El idilio de García Márquez con la literatura y el periodismo nació casi al mismo tiempo, cuando apenas iniciaba su formación en Bogotá, lejos de su tierra caribeña y en una ciudad gris que marcó sus primeros pasos con el «Bogotazo», como se conocen los disturbios que derivaron del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Alrededor de ese hecho histórico comenzó su carrera con los primeros cuentos publicados en prensa. «La tercera resignación» abrió la veda en El Espectador en 1948, y luego como reportero siguió buscando la comunión entre la literatura y el periodismo en dos ciudades de su Caribe natal: Cartagena y Barranquilla.
En el mismo diario bogotano publicaría en 1955 en 14 entregas un reportaje emblemático: «Relato de un náufrago».
En ese entonces el futuro Premio Nobel de Literatura era apodado «Trapo loco», vestía coloridas camisas y dormía en pensiones con los bajos salarios que recibía en El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, pero nunca faltaron libros que leer ni botellas de ron blanco que apurar con sus amigos intelectuales.
En esos prolíficos años devoró a William Faulkner, Ernest Hemingway, Virginia Woolf y a John Dos Passos, forjó una afición enfermiza por el cine, conoció a su íntimo amigo y compatriota Álvaro Mutis, y además formó parte del «Grupo de Barranquilla», que por poco no llegó a ser generación literaria.
No sería esa primera vez en que el «hijo de Aracataca» se sacrificaba por el periodismo, pues la penuria marcó su etapa como corresponsal en Europa, cuando con una libreta recorrió el continente en plena Guerra Fría y en una buhardilla de París trataba de vender sus reportajes.
Su manejo de ese género fue reconocido por su colega polaco Ryszard Kapucinski, toda una autoridad, quien afirmó que «el gran mérito de García Márquez consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura».
Después de desmontar el socialismo real en la serie de reportajes «Noventa días en la Cortina de Hierro», que publicó la revista colombiana Cromos, uno de sus amigos de la época parisina, su compatriota Plinio Apuleyo Mendoza, le rescató y se lo llevó a escribir a Caracas para las revistas venezolanas «Momento», «Elite» y «Venezuela Gráfica».
En medio de ese retorno al Caribe viajó a La Habana para conocer de primera mano el efecto de la recién estrenada revolución de Fidel Castro, lo que le abrió las puertas como corresponsal de la agencia cubana Prensa Latina en Bogotá y Nueva York, un periodo que concluyó en medio de las tensiones por la invasión de Bahía de Cochinos.
Entonces, acompañado por su familia y enormes fajos de manuscritos de sus grandes novelas, inició un camino errante que acabó en Ciudad de México, donde quiso probar suerte en el cine, pero tuvo que recurrir al periodismo para sobrevivir hasta que llegó su hora de oro literaria con «Cien años de soledad».
Y sin firmar, dirigió durante dos años las revistas «La familia» y «Sucesos para todos», el inicio de sus aventuras editoriales que después, ya convertido en una figura de la literatura, le llevarían en 1974 a crear la publicación «Alternativa», con Enrique Santos, hermano del actual presidente de Colombia.
Aunque ese proyecto murió pronto, García Márquez no cejó en su empeño y en 1998 compró la revista «Cambio», que vendería en 2006 a la Casa Editorial El Tiempo.
Como lo afirmara en 1996, «El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad».
Para esa época ya había puesto en marcha en Cartagena su proyecto docente alrededor de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) para «inventar otra vez el viejo modo de aprender el oficio sin grabadoras ni comillas pero con ética y compromiso social», como fue su obra.