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La ciudad prostituta

Jerusalén unificada se destruye en pedazos. La capital de israelíes - judíos y árabes - se convirtió, a raíz de intentos malignos y malintencionados, en capital de extremistas peligrosos, usurpadores y sediciosos.


Ya dejó de ser capital para sus habitantes y ciudadanos. Se ha transformado en una ciudad melancólica que pertenece a colonos, ultraortodoxos, salvajes y mesiánicos.

Es una capital que se desprende del cuerpo mismo de la nación y se va hundiendo; una autonomía que representa sólo a sí misma.

El profeta preguntó una vez: «¿Cómo te has convertido en prostituta, oh ciudad fiel? Llena estuvo de justicia; en ella habitó la equidad; ahora no hay más que homicidas» (Isaías; 1-21).

No, aún no hay asesinatos en masa, pero el alma de la nación languidece diariamente delante de nuestros ojos. El espíritu de justicia israelí se desmenuza groseramente en manos de políticos, colonos y jueces.

El alma nacional se succiona a través de la burocracia e indiferencia administrativa. ¡Sí!, la capital del pueblo judío, ese que juró que nunca le hará a su prójimo lo que él mismo odia, se convirtió en prostituta; moralmente deshonesta; emocionalmente insensible.

Accionada por líderes para su propio beneficio, atiborrada de juicio; todos demandan a todos, se ocultan detrás de leyes injustas. Y sus jueces - como petrificados - resuelven acorde a sentencias discriminatorias, dictadas especialmente para un «pueblo elegido». Alguna vez la justicia acostumbraba a pernoctar en esta ciudad; actualmente se asientan los asesinos del alma de la nación judía.

Y no hay quien alce la voz; sólo unos pocos patriotas, aliados de la verdad y la moral, que no están dispuestos a sucumbir viendo como un Estado de refugiados judíos vomita con todas sus fuerzas, una y otra vez, familias de palestinos a la calle, al tiempo que ofrece sus enclenques casas a bravucones barbudos y profanadores.

Es la izquierda jerosolimitana, acostumbrada infinitamente a enfrentamientos con alocados del «síndrome Jerusalén», conocedora de la corrosiva verdad de la ciudad, de su juventud mesiánica de colinas, quien no está dispuesta a desviar la mirada. Se ha comprometido a detener con su cuerpo a rufianes munidos de antorchas que pretenden incendiarla.

En estos días la ciudad carece de líder. Tampoco del primer ministro vendrá la salvación. Los barrios y la población árabes no se encuentran en la conciencia de Binyamín Netanyahu y Nir Barkat; como si se tratara de algo que no les compite, en Sudán o Teherán.

Y como el Estado carece de liderazgo, así como también los que añoran la paz, nuestros hijos se hicieron cargo de esa responsabilidad; sacudieron su indiferencia y desesperación y nos han traído hasta acá. El círculo se amplía, está cada vez más lleno de vida, furia y esperanza.

El humanismo israelí vuelve a renacer en Jerusalén Oriental. Nosotros estamos allí durante el calor del verano y las lluvias de invierno. Clamamos y alertamos. Exigimos justicia y también paz. No nos asustan policías violentos ni provocadores enardecidos. Aquí estamos y nos comprometemos: no callaremos mientras Ahmed y Aysha duerman en la calle frente a sus propias casas que pasaron a ser propiedad de colonos. ¿Esto es justicia? ¡No la nuestra! ¿Esto es juicio? ¡No, es una trampa!

Jerusalén es la ciudad que más se vacía en el mundo. Al comienzo la abandonaron los pudientes, posteriormente los moderados, detrás de ellos se van los laicos y sus jóvenes. Dentro de poco tiempo no habrá más quien abandone. La ciudad permanecerá totalmente solitaria.

Las fuentes de luz que se apagan son cubiertas pos rayos de oscuridad.

¿Hasta cuándo, Sr. primer ministro y alcalde de la ciudad? ¿Y qué sucede con ustedes, Jueces de Israel? ¿cooperarán con la malicia que amenaza terminar con el sueño?

Acérquense a nosotros, regresen al judaísmo del «No robarás» y «No matarás».

Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com