Amir Peretz no es un mal candidato para dirigir el Partido Laborista. Peretz es mucho más grave de lo que aparenta su imagen. Es el dirigente sindical más importante que este país haya tenido. Fue un líder suficientemente bueno para dirigir la Histadrut y un candidato pujante cuando se postuló para el cargo de primer ministro.
Detrás de su distintivo bigote se esconde un hombre con valores, sociable, inteligente y pragmático. Pero su gran error al asumir el cargo de ministro de Defensa, en 2006, ha dejado una cicatriz. Peretz no es capaz de reconstruir el Partido Laborista e insuflarle nueva vida.
Erel Margalit resulta un candidato interesante para liderar el Partido Laborista. Margalit es un empresario de la tecnología de vanguardia de Jerusalén, quien aprendió los trucos del oficio del eterno intendente Teddy Kollek. Es dinámico, moderno, creativo y tiene visión.
Margalit es uno de esos empresarios calificados y comprometidos que deberían formar parte de la política israelí. Pero aún es demasiado temprano. Margalit necesita primero integrarse al Partido Laborista y ponerse a trabajar ahí antes de poder lanzarse seriamente a competir por el liderazgo del partido. Margalit aún no es capaz de reconstruirlo ni tampoco de insuflarle nueva vida.
Isaac Herzog es un muy buen candidato para liderar el Partido Laborista. Herzog es un "príncipe" que nunca se ha comportado como tal. Ningún otro político hace una práctica de la política con tanta diligencia y habilidad y con igual entusiasmo propio un joven ambicioso.
En verdad, Herzog se lo merece plenamente. Es a la vez práctico y sociable, diplomático y político, sionista y moderado. Pero no posee ese algo indeciblemente especial que convierte a una persona en un líder. Está bien, de hecho, muy bien; pero no logra provocar en la gente ni molestia ni emoción. A pesar de sus virtudes y grandes ventajas, Herzog no es capaz de reconstruir el Partido Laborista e insuflarle nueva vida.
Todo lo cual nos deja a Shelly Yachimovich. La diputada Shelly Yachimovich. ¿Es la adecuada? ¿Puede Yachimovich reconstruir el Partido Laborista?
La respuesta es complicada. Yachimovich es el tipo de persona que suscita enfrentamientos. A veces parece ser demasiado beligerante, demasiado farisea, extremista y cruel. Tanto el poder económico como la izquierda post-sionista la ven como una amenaza real.
De hecho, en sus seis años en la Knéset, Yachimovich ha cometido una serie de errores. Más de una vez tomó una postura populista. Más de una vez hizo propuestas que no tenían ningún sentido económico. No siempre supo distinguir entre capital productivo y capital de explotación. Persiguió a los ricos que ayudan a construir el país de la misma forma en que persiguió a los ricos que le quitan toda su fuerza vital. Al mismo tiempo, puso muy poco énfasis en la cuestión diplomática. Sus críticas en el campo de la paz lograron agenciarle un montón de enemigos.
Pero Yachimovich tiene lo que se necesita: visión de mundo y una forma especial de decir las cosas; ella posee la quinta esencia de esta materia. Tiene carisma, valor y cualidades de liderazgo. Ella es capaz de lograr plena popularidad. Tiene fuerza de trabajo y habilidad política. No es ningún invento de una oficina de relaciones públicas ni una mera imagen de cartel. Ella sabe cómo moverse en el lodo de la política para lograr su objetivo.
Es por eso que Yachimovich ha provocado toda una revolución conceptual en Israel. Por eso ha sido capaz de dejar su sello en el mapa político-económico. Ella ha logrado establecer una nueva agenda social. Ha logrado coaliciones parlamentarias muy interesantes e inició 33 nuevas leyes que fueron aceptadas. Yachimovich ha propuesto a los trabajadores asalariados israelíes y a los jóvenes una proposición sionista socialista muy emocionante.
Una encuesta secreta, encargada por uno de los grandes partidos, muestra que el potencial electoral del Partido Laborista bajo la conducción de Yachimovich se sitúa entre los 15 y 20 escaños. No es de sorprender. El pueblo israelí está cansado de la vana y perpetua lucha entre la izquierda y la derecha. Los israelíes piensan que tanto los oligarcas como los post-sionistas no hacen más que aprovecharse de ellos. La clase media está erosionándose; la clase obrera, cada vez más oprimida; los jóvenes no tienen posibilidad alguna de conseguir una vivienda. De cara a un Estado que no funciona y a una sociedad desmoronándose, no existe un gobierno apto ni una oposición pertinente.
Es la gran oportunidad para los laboristas encabezados por Yachimovich. Ella está lejos de ser perfecta. Debe crecer, madurar y ser más moderada. Debe reconocer los principios básicos del libre mercado y la realidad propia de la vida del siglo 21.
Pero al final, muy al final, el cambio habrá de comenzar con Yachimovich. Sólo Shelly puede insuflar nueva vida al Partido Laborista.
Fuente: Haaretz - 14.4.11
Traducción: www.argentina.co.il