La muerte despeja «la hojarasca». El coronel ahora sí que no tiene quien le escriba. Ha llegado «la mala hora» en la que Gabo se fue muy lejos de Macondo para quedarse definitivamente en Aracataca.
La literatura latinoamericana sin vos, parece como «el relato de un náufrago». Miramos a la tenebrosa muerte con «los ojos de un perro azul».
Ahora nuestro sufrido continente, que vive en algunos de sus países, balcanización de una nación inconclusa, una ruptura con los más de «cien años de soledad» poblados de explotación, matanzas y despojos.
Por un momento, nos quedamos como aquel «general en su laberinto», el libertador que murió pensando que había arado en el mar. Reivindicado en el siglo XXI, creyó que su existencia había sido como «la increíble y triste historia de la Cándida Erendira y de su abuela desalmada», que muchos años después, algunos autores la utilizaron para ejemplificar la relación de Sudamérica con la deuda externa.
Estos últimos años en estas tierras parecen desmentir o tal vez sólo relativizar aquél final de tu libro más conocido y vendido: «…porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».
Aunque las últimas noticias sobre tu salud, anticipaban «la crónica de una muerte anunciada», hoy te lloran hasta «la memoria de tus putas tristes».
Conocimos la historia en tu autobiografía que sólo merece ser escrita, sin estropear bosques por páginas innecesarias, por aquellos de los que «viven para contarla».
Lamentablemente la vejez es un prólogo hacia la muerte, una etapa de limitaciones, «un otoño del patriarca».
Ahora hasta los que ignoran la belleza de la literatura se acordarán de vos y nos contarán cuentos, más de uno, tal vez «doce cuentos peregrinos».
Se apropiarán de vos como «la noticia de un secuestro»; serán muchos más dolientes que los que llegaron para acompañar «los funerales de la Mama Grande».
Pero los que siempre te reconocieron, los que disfrutaron con tus novelas y cuentos, con tus magníficos trabajos periodísticos, sentirán algo parecido al intenso amor de Florentino Ariza hacía Fermina Daza en «El amor en los tiempos del cólera».
El misterio de la muerte nos atrapa, pero ahí, en ese lugar eterno al cual te has trasladado y en el que seguramente ya te has encontrado con el Coronel Aureliano Buendía, aquél que ante el pelotón de fusilamiento recordó el día que su padre lo llevó a conocer el hielo, le podrás contar a Dios, si existe, sobre «Del amor y otros demonios». Tal vez ahí será realidad aquello de «Cuando era feliz e indocumentado».
Aquí no te olvidaremos porque dejaste «El rastro de tu sangre en la nieve» de la mejor literatura.