Las apariencias engañan, solemos decir a menudo en referencia a situaciones que cuando conocemos de cerca, bien sabemos que son muy distintas de la imagen que sus protagonistas pretenden crear. Los comicios presidenciales en Irán son un ejemplo claro.
Podría pensarse que los iraníes van a elecciones libres y que disfrutan de las ventajas de toda democracia. Tienen para elegir entre seis candidatos, fueron a las urnas cuatro años atrás y cuatro antes de ello, realizan debates televisivos y en ellos hasta se habla en forma supuesta abierta del programa nuclear y la relación que debe o no debe haber con Estados Unidos.
Pero entre eso y libertad - nada. Entre eso y democracia - un abismo.
No deja de ser interesante que realmente no se sepa aún quién resultará electo y que desde el comienzo de la revolución islámica ningún candidato presidencial haya obtenido jamás más del 70% de los votos - en contraste con el casi 100% que solía obtener Bashar al-Assad en Siria, por ejemplo. Pero por usar una expresión significativa y elocuente que nos dijo esta semana el profesor David Menashri, director del Centro de Estudios Iraníes de la Universidad de Tel Aviv, lo que hay en Irán «no es una elección, sino una selección».
Cabe recordar que al comienzo había más de 680 candidatos, la enorme mayoría de los cuales fueron descartados por la «Comisión de Guardianes de la Constitución». Quedaron sólo ocho, dos se retiraron y hasta ayer había seis, de los cuales se considera que cuatro tienen probabilidades. En resumen, sólo el 1% de los postulantes pudo en la práctica seguir como candidatos.
«La comisión electoral prohíbe la participación de todo aquel que considera que da alguna señal de que no será fiel», aseguró el profesor Menashri. Y no es que los descartados son alevosos reformistas revolucionarios anti-régimen. Entre ellos estuvo esta vez inclusive el ex presidente Rafsanjani; aunque es miembro de la comisión que debe elegir al líder supremo. Es que la comisión que descalifica ni explica por qué. Y no se puede apelar.
Un elemento interesante para comprender las serias limitaciones de las elecciones, es recordar que Karubi y Musawi, que aunque venían del régimen mismo querían llevar a cabo ciertas reformas, y por ende fueron vistos como desafiantes en las elecciones pasadas, siguen desde entonces en arresto domiciliario. Y ni que hablar de la intervención directa en los resultados, cuando no resultan aceptables al líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, la figura central y clave del régimen.
«En Irán no hay libertad», recalcó el rofesor Menashri, que citó con una amarga sonrisa a un amigo iraní: «Un amigo me dijo una vez que en Irán hay libertad de expresión; pero lo que no hay es libertad después de la expresión».
Lo que es imperioso recordar, mientras se habla del programa nuclear, de la relación con Occidente y los problemas económicos que el nuevo presidente tendría que resolver, es de la opresión en la que vive sumido el pueblo iraní.
Continúan las ejecuciones, las lapidaciones de mujeres, los envíos a la horca como cosa de todos los días. El régimen es hoy más represor todavía que al lanzarse la revolución islámica y eso no lo podrán ocultar los debates televisivos que pretenden crear la impresión de que la voz del pueblo realmente cuenta.
Especialmente elocuente al respecto es el último informe anual de la organización Human Rights Watch sobre Irán, que vuelve a criticarlo por bloquear el acceso del «rapporteur» especial de Naciones Unidas.
El informe acusa a Irán de haber impedido que candidatos de oposición participen en las elecciones parlamentarias, de mantener en arresto domiciliario durante más de un año y medio a figuras importantes, de haber ejecutado a numerosos ciudadanos por supuestos crímenes con drogas y de haber tomado medidas represivas contra activistas de la sociedad civil, especialmente abogados, defensores de derechos humanos y periodistas.
En 2011, las autoridades iraníes llevaron a cabo más de 600 ejecuciones, siendo el segundo país en el mundo en hacerlo, luego de China, según informó Amnistía Internacional. A la pena capital se manda a responsables de asesinato,violación, tráfico y posesión de drogas, robo armado, espionaje, sodomía, adulterio y apostasía. Según el informe, la mayoría de los ejecutados habían sido hallados culpables de crímenes relacionados a drogas en juicios desordenados en cortes revolucionarias.
Según Human Rights Watch, Irán es el país del mundo que más menores de 18 años ejecuta por crímenes que supuestamente cometieron; permiten ejecutar a niñas desde los 9 años y a varones desde los 15. A fines del año pasado, más de 100 «criminales» juveniles esperaban su muerte.
Desde enero de 2010 fueron ejecutadas en Irán por lo menos 30 personas acusadas de «moharebeh«, o sea «enemistad hacia Dios» o «diseminación de la corrupción en la Tierra», por haber estado supuestamente vinculados a grupos armados.
De acuerdo a un informe de Periodistas sin Fronteras, 48 periodistas y blogueros estaban en prisión en agosto del año pasado. Periodistas van a prisión por «insultar al régimen» y «ofender al presidente».
Mujeres son discriminadas en numerosos ámbitos y tratadas con violencia.
Los ejemplos de todo tipo de abusos a la ciudadanía son interminables.
Cuando los iraníes vayan a las urnas, estarán votando por quien consideran mejorará su situación económica y lidiará mejor con la arena internacional. Cabe suponer que saben que sea quien sea el ganador, no traerá la verdadera revolución que el pueblo necesita.
Entre los candidatos no hay liberales. Son todos hombres del régimen con distintos matices. Algunos un tanto pragmáticos, la mayoría halcones conservadores , aunque entre ellos más de uno considera que el estilo del saliente Mahmud Ahmadinejad, que cometía el ignorante error de desmentir el Holocausto, fue nocivo para Irán. Saber sonreir más y sonar menos desafiante ante Occidente, puede que sea más peligroso que la hostilidad evidente de Ahmadinejad en cuanto, por ejemplo, al derecho de Israel a existir.
Gane quien gane, no habrá allí un amante de la democracia y la libertad como nuevo presidente de Irán.
Pero a decir verdad, bastaría con que sea un verdadero amante de su pueblo para que las cosas quieran cambiar.
Por ahora, parece que para eso, habrá que seguir esperando.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay