En 2005, cuando Joseph Ratzinger fue elegido Papa, muchos en Israel se preguntaron si el cardenal de origen alemán con un pasado nazi sería un sucesor digno del popular Juan Pablo II, cuyo accionar ayudó a aliviar siglos de malas relaciones entre judíos y cristianos.
Ocho años después y tras su sorpresiva renuncia, líderes israelíes alabaron Benedicto XVI como un amigo que ayudó a promover el diálogo y la coexistencia.
El presidente israelí, Shimón Peres, afirmó sentirse «entristecido» de conocer la renuncia del Papa y lo alabó por fortalecer los vínculos entre el Vaticano y el Estado judío.
«Bajo su liderazgo, el Vaticano nunca tuvo una voz más clara contra el racismo, el antisemitismo y a favor de la paz», añadió.
«Las relaciones entre Israel y el Vaticano fueron las mejores en su historia y el diálogo positivo entre la iglesia católica y el pueblo judío son un testimonio de su creencia en el diálogo y la cooperación», expresó Peres.
«Agradezco enormemente su inmensa actividad en mejorar las relaciones entre las religiones, algo que contribuyó significativamente a la reducción del antisemitismo en el mundo», dijo Yona Metzger, uno de los dos principales rabinos de Israel. «Ruego porque se preserve su legado y que las tendencias que fijó se mantengan, porque las relaciones entre la iglesia católica y el rabinato durante su período fueron las mejores de la historia».
Ratzinger fue obligado a unirse a las Juventudes Hitlerianas cuando era niño en la Alemania nazi y sirvió en el ejército alemán antes de desertar casi al final de la guerra, hizo de la mejora de las relaciones con los judíos una prioridad de su papado. También visitó el campo de concentración nazi en Auschwitz, en Polonia, y el memorial Yad Vashem al Holocausto, en Israel.
En un libro de 2011 exoneró ampliamente al pueblo judío por la muerte de Jesucristo. Contradijo así interpretaciones usadas durante siglos para su persecución.
Pero también cometió errores que molestaron a Israel y a grupos judíos, más notablemente en 2009, cuando canceló la excomunión de un obispo británico tradicionalista que había negado la envergadura del Holocausto. A los judíos también les molestó sobremanera la constante promoción de Benedicto XVI en favor de la santificación del papa Pío XII, el Pontífice de la Segunda Guerra Mundial acusado por algunos de no denunciar con suficiente firmeza el Holocausto.
Su visita a Israel en 2009 fue recibida con tibieza por parte de las autoridades del memorial Yad Vashem, quienes reclamaron que el discurso de Benedicto XVI no fue suficientemente enérgico. Funcionarios israelíes consideraron que no había tocado en profundidad el genocidio nazi porque el Papa nunca mencionó las palabras «nazi» o «asesinato» en su alocución, ni tampoco mencionó los seis millones de judíos exterminados.
El predecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II, pidió perdón en varias ocasiones por las injusticias infligidas por los cristianos a los judíos. Su histórico viaje a Israel en 2000 representó un momento clave de la mejoría en las relaciones.
El rabino David Rosen, asesor ecuménico del rabinato israelí, alabó al Papa por seguir trabajando sobre la obra de Juan Pablo II.
Benedicto XVI «anduvo literalmente su propio camino, visitó la sinagoga de Roma, visitó Israel y alimentó relaciones bilaterales con las autoridades del rabinato», dijo Rosen. «Pienso que la historia lo verá como un consolidador muy importante de la postura de su predecesor en relación con los judíos, el judaísmo e Israel».
Danny Ayalón, ex viceministro de Exteriores que representó a Israel en las conversaciones con el Vaticano sobre el estatus de la Tierra Santa en los últimos años, dijo que Benedicto XVI quizás fue tratado injustamente por su pasado nazi.
«Lo reclutaron, no se brindó de voluntario. Su familia y él mostraron objeciones contra el régimen nazi», dijo Ayalón. «Aprendí a apreciar su prominencia espiritual y también su amistad con el pueblo judío», agregó.
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