Físicamente diferentes, limitados por el idioma y arrastrados a una vida de pobreza y desarraigo, los inmigrantes ilegales se han convertido en el chivo expiatorio perfecto para la crisis económica mundial en países tan diversos como Estados Unidos, Francia, Grecia o Israel.
Sin importar las promesas a lado y lado del océano, los barcos de la economía aún no salen a flote lastrados por la irresponsabilidad de los políticos y la avaricia de la empresas privadas.
A pesar de esta situación, son aquellos que cruzaron las fronteras buscando salvarse los que encabezan la lista de los más odiados, mientras se les acusa de ser el freno de los patrimonios nacionales.
No es nada nuevo. Sin embargo, las narraciones de la agresividad nacionalista estadounidense, europea e incluso israelí crecen cada semana.
Las historias patéticas aumentan en horror al reconocer que en la mayoría de ellas la violencia contra los africanos está auspiciada por líderes políticos populistas que buscan construir muros en las fronteras o disparar contra aquellos que traten de pasarlas.
En el Estado judío se destrozan locales, se incendian viviendas y guarderías de inmigrantes africanos acusados de ser los causantes de un incremento en la violencia y de impedir el desarrollo de cada barrio o ciudad del país.
El gobierno israelí, gracias a una ley que anunció coincidencialmente con los desmanes, está ahora en la capacidad de encarcelar a inmigrantes ilegales hasta por tres años.
En medio de todo ese mar de racismo, se escuchó desde Eilat la voz del ministro de Exteriores, Avigdor Liberman: «La historia judía nos obliga a ser excepcionalmente cautos en estos asuntos», dijo esta semana y condenó de forma tajante los ataques que tuvieron lugar en varias ciudades de Israel contra inmigrantes africanos, entre ellos el del incendio de una vivienda en pleno centro de Jerusalén en cuyas paredes los autores dejaron escrito «¡Váyanse de aquí!»
«No hay justificación para un crimen aborrecible que pone en peligro la vida de personas. Nadie tiene derecho a violar la ley y recurrir a la violencia contra otros ni desde luego poner en peligro sus vidas», agregó Liberman.
El canciller dio a entender que a los ministros del gobierno y a los diputados de la coalición no les cabe reclamar, sino hacerse cargo seriamente del problema y tratar de aportar soluciones a corto mediano y largo plazo sin dejar los verdaderos valores humanos de lado del judaísmo.
Y el lado humano del judaísmo establece que los marginados no odian; odian las minorías pudientes. Porque conseguir derechos provoca alegría, mientras que renunciar a privilegios provoca rencor».