La inestabilidad de las coaliciones del sistema político israelí no es ninguna novedad. En un país donde la diversidad de partidos es un claro reflejo del alto grado de complejidad de la sociedad, las crisis internas en los ciclos políticos son amenazas constantes para los gobiernos.
Tras una legislatura con mayoría asegurada, donde los conflictos bélicos exteriores, guión casi permanente de la política israelí, fueron relativamente pocos, nuevas polémicas nacionales acerca de cómo encarar la crisis abierta con Irán o los nuevos recortes presupuestarios en una sociedad cada vez más fragmentada prepararon el terreno político de cara a las próximas elecciones anticipadas.
La coalición derechista de Netanyahu, al frente del Likud, conseguió pasar con cierta estabilidad casi la totalidad de su período. En vista de la crucialidad de los posibles resultados de las elecciones norteamericanas de noviembre, Bibi decidió avanzar los comicios. La relación entre Obama y Netanyahu no se destacó a lo largo de estos tres años por su buena sintonía. Con un Oriente Medio en constantes cambios, son varios los puntos que influenciaron el desacuerdo en la política exterior de ambos líderes.
Además, los aires electorales despertados por las grandes manifestaciones sociales en Israel del verano de 2011 y un futuro presupuesto nacional que prácticamente no las toma en cuenta, despertaron las sospechas de un posible adelanto de los comicios para inicios de 2013.
La realización de primarias en los principales partidos empezó a preparar la carrera electoral en vista de que las elecciones se adelantaran a la vez que buscaban evitar una tradicional volatilidad de los mismos. Ya en septiembre de 2011 fue el Partido Laborista, Avodá, quien elegía a su nueva líder, Shelly Yachimovich, para la difícil tarea de hacer revivir el perdido entusiasmo en la izquierda social-democrática israelí. Luego fue el Likud quien adelantó sus elecciones internas y reelegió a Netanyahu con una pesada carga sobre sus espaldas de 30% de votos ultraderechistas que prefirieron al «infiltrado» Moshé Feiglin. Tzipi Livni, otrora dirigente del centrista Kadima, fue derrotada por Shaul Mofaz y renunció a su banca en la Knéset dando a entender que pronto podría regresar colgada de tal o cual «salvador» de turno.
En un país donde la media de gobiernos no completa las legislaturas, son varios los analistas que opinan que Bibi sacará provecho de su llamado a las urnas. Por un lado, las encuestas lo aman. Por otro, la creciente tensión interna y externa sobre la variedad de opiniones en el tema de Irán, así como una controvertida política de asentamientos, le crearon una falta de legitimidad política ante cualquier nueva acción que su gobierno quiera realizar. Con unas nuevas elecciones, Netanyahu podría conseguir el apoyo popular necesario para cualquier intervención preventiva en Irán. Una nuevo mandato le daría más poder ante cualquier maniobra contra el gobierno de Teherán a la vez que le otorgaría cohesión nacional ante los nuevos y complicados presupuestos generales para 2013.
Sin embargo, la aparición de nuevos líderes políticos podría amenazar con no dejar una alternativa capaz de dar sombra a Netanyahu en caso de nuevos comicios. El periodista Yair Lapid, con una popularidad creciente entre los sectores de clase media laica conseguiría arrebatar votos alrededor del campo electoral de centro-derecha. También la posible vuelta de Aryeh Deri a la escena política añadiría aún más volatilidad de voto si finalmente decide enfrentarse abiertamente a las facciones ultraortodoxas.
Si bien aún se desconoce la fecha de los comicios, ya se inició una prematura campaña para ganar apoyos. Con una izquierda política fragmentada, la lucha se centra en la capacidad de los partidos en captar el voto centro-derecha de carácter laico. Ante una dependencia casi sistemática de las coaliciones de gobierno a las facciones ultraortodoxas, el apoyo alternativo de la clase media secular se convirtió en la clave para dar nueva salida a la gobernabilidad del país. En este sentido, la sociedad israelí, bajo una presión creciente, en una región que le es cada vez más hostil, exige la necesidad de integrar a los sectores ultraortodoxos en todos los niveles del Estado, incluido el militar.
La impopularidad de los acuerdos del Estado con los partidos ultraortodoxos, renovados desde la creación de Israel, que facilitaban la exención de dichos sectores del servicio militar, llegó a su fin. La controvertida «Ley Tal» caducó aunque todavía no se sepa exactamente de qué forma será substituída.
Sin duda alguna, un nuevo reto para una sociedad compleja que vive bajo amenazas constantes, en donde el propio Netanyahu, consciente de su forzada necesidad de ganar soportes, sabe que cualquier éxito pasa por quitar una de esas espinas que molestan desde la creación del Estado hebreo.
La división religiosa-secular no es novedad alguna en Israel. Sin embargo, la demanda social creciente a la revisión del sistema militar podría ser uno más de los detonantes que incline la balanza del panorama político nacional.
Por si todo eso fuera poco, Bibi propuso hace algunos meses al Comité Central del Likud que se le permita elegir personalmente a uno de cada diez integrantes de la lista del partido. No es seguro que ello sea aceptado; pero Ehud Barak, ya dijimos…