"Si Egipto es la cabeza del mundo árabe, Siria es su corazón". Esta sentencia bien conocida en Oriente Medio planeó durante buena parte de la histórica votación de la Liga Árabe que, desde la "cabeza egipcia" atacaba directamente su corazón, contra el que impuso las primeras sanciones económicas contra un miembro en la historia de la organización.
La decisión, a la que se opusieron los pocos aliados que le quedan al régimen de Assad - Líbano gobernado por un ejecutivo sostenido por Hezbolá e Irak cada vez más controlado por su socio Irán -, suponía una ruptura simbólica de dimensiones aún mayores que el apoyo a la intervención extranjera en la guerra de Libia.
Tras la caída del Imperio Otomano, Siria fue la cuna de los grandes pensadores del panarabismo, así como la base que el rey Hussein de Jordania defendía para construir el gran estado árabe.
Allí también está el germen del Partido Baaz, una curiosa mezcla de nacionalismo árabe, marxismo y autoritarismo convertido en la herramienta con la que la familia Assad ha gobernado el país durante décadas.
Ahora, en una extraña cuadratura del círculo, los países árabes se han unido como nunca contra uno de sus miembros, y lo han hecho en perfecta coordinación con el heredero del antiguo enemigo otomano, Turquía.
Si los países árabes aprobaban sanciones, Turquía, uno de los principales socios comerciales del régimen, hacía lo propio tras pedir directamente la salida del presidente sirio, Bashar al-Assad.
La clave: la burguesía sunita
Esta asfixia económica coordinada, unida a las sanciones ya aprobadas y ampliadas por la Unión Europea y Estados Unidos, amenazan con hacer colapsar desde dentro al régimen más de ocho meses después del inicio de las protestas, cuya represión se ha cobrado ya más de 4.000 víctimas, según los últimos datos publicados por la ONU.
Aunque las noticias cada día hablan de muertos en las regiones de Homs, Hama e Idlib, en el centro y el norte del país, así como en Deráa, ciudad fronteriza del sur donde nació la revuelta, el futuro real del régimen de Assad no se juega allí sino en los círculos económicos de la élite sunita, situados en Damasco, la capital, y Aleppo, la ciudad más poblada.
Hay gente que está empezando a hacer cuentas sobre lo que les cuesta el régimen para dejarle caer. Las sanciones coordinadas terminan haciendo que cierren los negocios de esta burguesía que hasta ahora ha permanecido apática o ha apoyado al régimen, todo el sistema se derrumbará por sí mismo, porque no habrá dinero para mantener el clientelismo en torno al que ha construido su poder la familia Assad.
Hasta ahora se han quedado al margen al no financiar a la oposición, no animar las protestas, no salir a las calles o no cerrando sus negocios o participando en huelgas generales.
Tras esta burguesía se pondría a la cabeza de una mayoría también hasta ahora silenciosa - urbana y sunita, fundamentalmente - que está viendo cómo empieza a haber problemas para lograr petróleo para calentar las casas, la comida se hace más y más cara y los cortes de luz se hacen generalizados.
Irak y Líbano: el eje de cercanía
Con todo, el proceso degenerativo que lleve la situación del país a un punto de no retorno aún no ha llegado y es poco probable que se produzca a corto plazo, ya que las sanciones de la Liga Árabe no serán aplicadas ni por Líbano ni por Irak, que coparon las exportaciones del régimen el año pasado.
Estos dos países fronterizos conforman, junto a Jordania - con lazos con Estados Unidos y con Arabia Saudita y que ya ha condenado al régimen sirio - el primer círculo de las profundas implicaciones regionales de la crisis siria, la principal diferencia con lo ocurrido en Libia.
El problema del conflicto en Siria es que es mucho más difícil de contener de lo que vimos en Libia. Tiene muchas más amplias implicaciones regionales que han sido ignoradas.
El principal país que recibió las exportaciones de Siria es Irak, que este mismo mes ve la salida definitiva de los soldados de Estados Unidos del país mientras crece la influencia de Irán, a través de los socios de gobierno que necesita para seguir al frente del país el primer ministro, Nuri al Maliki.
Pero por ahora el salvavidas para la economía siria y para los Assad pueden ser los bancos libaneses, que cuentan con una de las legislaciones de secreto bancario más estrictas de la región y que ya tiene importantes fondos procedentes de Siria.
Los sirios solo tendrán a los bancos libaneses para tomar el riesgo de sus operaciones y Líbano será el conducto financiero de Siria. Tras estos intereses económicos está el evidente lazo político e histórico de Líbano con Siria, hasta el punto de que en el país libanés las coaliciones de gobierno se articulan entre prosirias y antisirias.
Hasta hace unos meses, una coalición teóricamente antisiria presidida por Rafic Hariri presidía el país. Ahora lo hace otra impulsada por Hezbolá, la organización terrorista chiíta tercera pata del eje formado por Siria e Irán y que ha ofrecido un apoyo total al régimen de Assad.
En realidad, para el grupo dominado por el jeque Hassan Nasrallah, como señala un informe reciente sobre la situación del país del International Crisis Group (ICG), el apoyo a Assad es también una cuestión de supervivencia: si la mayoría sunita derroca al régimen sirio, los sunitas libaneses se verán tentados de hacer lo mismo contra Hezbolá, el mayor actor político de Líbano.
Irán y Arabia Saudita: el eje sectario
Tanto Irak como Hezbolá tienen en común que están dirigidos por chiítas, al igual que Irán, la principal potencia chiíta que a su vez es el principal socio internacional de Assad.
Éste, por su parte, gobierna el país gracias fundamentalmente al apoyo fiel de la minoría chiíta alawita, lo que da un complemento sectario y estratégico perfecto a la postura de Bagdad.
Ante el escenario generalizado de las revueltas, Irán y Arabia Saudita, que ostenta el liderazgo sunita, han decidido jugar sus propias cartas para tratar de ganar peso regional.
En el primer caso, el país de los ayatolás ve en la salida de Estados Unidos de Irak una posibilidad de fortalecer su postura y ha apoyado la caída de dictadores árabes considerados enemigos, como Mubarak, así como el levantamiento de las minorías chiítas contra las monarquías absolutas del Golfo Pérsico.
El caso de Arabia Saudita es justo el opuesto: ha reprimido las protestas cuando han afectado a sus socios - véase el caso de Bahréin - pero ha apoyado la caída de antiguos enemigos como Gaddafi.
Por lo que respecta a Siria, tras un intento baldío de negociación, ha impulsado su condena en la Liga Árabe y juega la carta sunita para ganar influencia en un país clave en el mundo árabe.
Como señala el informe del ICG, uno de los éxitos del régimen de Assad durante las revueltas ha sido el de ligar directamente su suerte a la de la comunidad alawita, que representa en torno a un 15% de la población, y que ha dominado el país frente a la mayoría sunita.
A los alawitas les han metido en la cabeza que los van a matar y empieza a pasar como en Libia, que se producen ajustes de cuentas. Hay paramilitarización en ambos lados. En algunas zonas de Homs estas guerrillas se secuentran y se contrasecuestran.
Un posible avance de la creciente resistencia armada dentro del régimen haría que los alawitas huyesen a sus feudos y se iniciase una dinamica similar a la que cerró la guerra de Libia con los últimos bastiones de Gaddafi, advierte el ICG.
En este ámbito, tienen especial importancia la shabiba, civiles extremistas próximos a Assad y que con el desmembramiento del régimen se han convertido en verdaderas bandas criminales y sus líderes locales en una especie de señores de la guerra.
A medida que la represión ha escalado en los ultimos meses, muchos sirios han pasado de culpar a una serie de elementos del régimen a culpar al régimen en su conjunto y, finalmente, culpar a la comunidad alawita, resume el ICC.
Ante esta situación, el peligro de que el conflicto sirio se convierta en realidad en una lucha a gran escala entre sunitas y chiítas fue evocado por el presidente turco, Abdalá Gül, y se intuye ante la creciente hostilidad de los sunitas hacia los alawitas.
Turquía y los países árabes: el eje regional
Las palabras de Gül tampoco son desinteresadas: Turquía ha visto cómo el conflicto en Siria ha pasado ser la molesta revuelta contra un estrecho aliado -Assad era incluso amigo personal del primer ministro turco, Racep Tayyip Erdogán - a una oportunidad para ampliar su influencia regional y extender su modelo político, basado en un islamismo moderado y democrático, encarnado en el propio partido de Gül y Erdogán.
En una escalada dialéctica, Erdogán ha pedido a Assad que se vaya, le ha llegado a comparar con Hitler y Mussolini y le ha impuesto sanciones económicas.
Mientras tanto, ha dado cobijo al desertor Ejército Libre Turco y a las reuniones del Consejo Nacional Sirio (CNS), el principal órgano en el exilio, patrocinando incluso una reunión entre ambas partes.
Además, no ha descartado establecer una zona tapón en el norte de Siria para proteger a los refugiados, algo que incluso le han pedido los manifestantes en Siria.
No es necesario que Turquía se arrogue ese papel, que además le podría granjear problemas con Irak teniendo en cuenta el problema común que tienen en el Kurdistán.
No está claro si los turcos van a permitir que se use su territorio para ataques a gran escala sobre el terreno contra el régimen sirio. Los turcos temen la respuesta que puede tener un régimen herido como el de Assad.
Turquía ha estado en pública colaboración e íntima competencia con la Liga Árabe, que ha desarrollado una intensa actividad diplomática, hasta el punto de trazar un plan de paz que ha sido asumido por la comunidad internacional como eje para una posible solución del conflicto.
El rechazo sistemático de Assad le ha colocado en la tesitura de las sanciones económicas, pero el informe de la ONU denunciando crímenes contra la humanidad les pueden poner ante otra encrucijada: promover una resolución ante el Consejo de Seguridad que condene a Assad, algo que ya hicieron ante la Asamblea General.
Allí se encontrarán con el previsible veto de China y, sobre todo, de Rusia, que quiere a toda costa evitar que Siria se convierta en otra Libia.
Y es que, en última instancia, la cuestión siria puede convertirse en un reflejo del vacío de poder creado ante la reticencia de las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, de tener intervención alguna en el avispero sirio, temerosos de las consecuencias que puede tener para Israel una respuesta a la desesperada de Hezbolá.
Estados Unidos e Israel probablemente buscarán definir la política exterior Siria. Turquía buscará contener las aspiraciones autonomistas kurdas y podría promover a los Hermanos Musulmanes sirios. Arabia Saudita podría apoyar a corrientes de inspiración salafista. Irán, pero también Irak, podrían estar tentados de jugar la carta alwita para frustrar la emergencia de una política dominio sunita.
La naturaleza aborrece el vacío; y lo quieren cubrir las potencias emergentes.