El número de abortos inducidos en Israel se redujo de forma drástica desde su legalización en 1977, en parte gracias a la actividad de ONGs que creen que sólo la educación, y no las leyes, sirve como prevención.
Los abortos rondan actualmente los 40.000 al año, de los que la mitad se hacen de forma legal y el resto, privada, sin someterse a la comisiones médicas de interrupción de embarazo, como exige la ley.
«Las leyes no educan, si quieres educar a una sociedad lo que hay que darle es conocimiento. Hay que mostrarle a la mujer que tiene dentro a un ser vivo y que se la puede ayudar», afirmó Eli Schussheim, médico israelí de origen argentino que encabeza la ONG Efrat.
En 1977, cuando la población de Israel ascendía a 4 millones, la mitad que hoy, las estadísticas mostraban más de 60.000 casos al año, una alarmante cifra que llevó a Schussheim, hijo de supervivientes del Holocausto, a volcarse en la lucha contra esa «pérdida innecesaria de vidas».
Desde entonces, y con la ayuda de donantes particulares en los principales países occidentales, su organización convenció a 57.000 madres de que no abortasen, a cambio de prestarles completa ayuda económica durante los dos primeros años de vida del bebé.
Se trata casi de una excusa «psicológica» porque según la jefa de los trabajadores sociales de esta ONG, Ruthy Tidhar, «no son mujeres que no tengan amor para dar a sus hijos», y el argumento económico se desvanece rápidamente.
La legislación local autoriza el aborto casi por cualquier razón médica que afecte a la madre (incluidas las psicológicas) o al feto, en casos en los que la mujer sea menor de edad (17 años) o mayor de 40, y en embarazos iniciados por causa de violación o incesto.
Hasta mediados de los '80 también se permitía por razones económicas - lo que impulsó en gran medida la actividad de Efrat -, un argumento que siguen contemplando las mujeres interesadas en abortar aunque no lo confiesen abiertamente ante la comisión médica.
«Si la razón del aborto es realmente médica damos asesoramiento e incluso habrá casos determinados en los que recomendemos abortar, pero lo cierto es que la mayoría lo hace por razones económicas», aseveró Tidhar.
Según las estadísticas, hasta un 70% de los casos que se atienden en este tipo de organizaciones son de mujeres casadas, por lo general con hijos, y «lo que las asusta no es otra cosa que la dificultad económica. Ahí entramos nosotros», señaló.
Cientos de cunas, cambiadores, bañeras, paquetes de pañales, biberones, ropa, juguetes de bebés y cajas de alimentos de todo tipo inundan el depósito de Efrat en los bajos de un edificio del barrio ultraortodoxo de Givat Shaul, a la entrada de Jerusalén.
De ahí parten cada mes los camiones de distribución con todo lo necesario para el bebé, en cajas marcadas por sexos que llegan puntualmente al domicilio de la familia, en una singular iniciativa que se abstiene de establecer vínculos entre donante y receptor.
«Nosotros no entramos en valoraciones éticas ni morales, nunca le dije a una mujer que no aborte, pero como médico debo explicarle las consecuencias de su decisión y le ofrezco ayuda», agregó Schussheim.
Padre de cinco hijos y defensor de la vida casi como una misión divina a raíz de la experiencia sufrida por sus padres bajo la Alemania nazi, Schussheim repele las críticas asegurando que tanto él como su ONG son «feministas y liberales».
«Le damos a la mujer el derecho a elegir, pero queremos que sepa realmente lo que está por hacer», insistió, mientras se quejó de que las comisiones médicas aprueban el 99% de las peticiones sin evaluar seriamente los casos y, lo que a su juicio es aún peor, sin ofrecer ayuda a quien está dispuesta a aceptarla.
En la sociedad israelí, sacudida por interminables debates sobre paz, diferencias sociales y el papel de la religión en el Estado, el aborto es curiosamente uno de los asuntos que menos polémica despierta.
Una de las razones es quizá que la Halajá - la ley religiosa judía - no concibe la vida hasta que el bebé asoma la cabeza, lo que permitió diferentes interpretaciones.
En las últimas dos décadas, los principales rabinos tratan de llenar ese vacío mediante edictos religiosos contra el aborto y formaciones ultraortodoxas presionan en ese sentido en el Parlamento, aunque sin demasiado éxito.
Efrat, por el contrario, mantiene distancia de los pasillos de la política por considerarla poco efectiva para su campaña, que Schussheim resume con el lema de «Educar, no prohibir».
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