«Aunque la historia no tenga un sentido, nosotros podemos darle uno» escribió Karl Popper. El Holocausto es posiblemente el paradigma de la recuperación memorística con vocación ejemplar y cívica, donde el sentido del pasado a ser recordado radica en la mencionada utopía mínima del "Nunca más".
El Holocausto, la Shoá, términos que hoy se emplean para denominar el genocidio de los judíos europeos a manos de los nazis, se convirtió en una memoria de referencia global con enseñanzas y significados compartidos más allá de la comunidad de víctimas.
La memoria del Holocausto ya no es, o mejor dicho, no solamente, una memoria judía. El Holocausto es singular y carece de precedentes, pero no por ello es irrepetible. De ahí que su recuerdo sea una advertencia de las infinitas posibilidades del mal.
Al mismo tiempo, el Holocausto brinda un conjunto de enseñanzas sobre las posibilidades positivas para la acción humana en medio de la barbarie.
Este mensaje parece encontrar resonancia universal en un momento histórico de incertidumbre ideológica porque se identifica con el punto de inflexión de una cultura que renuncia a sus propios valores: la libertad, la tolerancia, el respeto por lo humano. Un conjunto de valores que, tras el naufragio de las utopías, constituye ese consenso de mínimos o moral política compartida más allá de cualquier barrera ideológica.
Volviendo a la idea inicial, resulta interesante comprobar que aquellos factores de cambio social que provocaron la desaparición de las memorias colectivas en el sentido tradicional son precisamente las que abren la puerta a las memorias universales.
El recuerdo del proceso de discriminación, exclusión y exterminio de los judíos de Europa no sería solamente una memoria singular que compete a las víctimas y a sus descendientes, o a las comunidades judías. Lo judío, como entendieron tantos, sería un destino, la encarnación del exilio, una peripecia reservada al otro, al diferente, al que se resiste a echar raíces o las encuentra en un nomadismo interminable.
El judío sería un arquetipo de desterritorializacion, diáspora, otredad; claves con las cuales comprender un mundo globalizado. En tanto que los judíos de preguerra representan desarraigo, diferencia y vulnerabilidad, su persecución y exterminio se ha convertido - junto a todo el opresor sistema nazi y sus víctimas - en la poderosa contraimagen del sistema de valores de las sociedades multiculturales contemporáneas y la evitación de posibles repeticiones, sobre otros, en un imperativo político y moral de las mismas.
El Holocausto es hoy un símbolo desbordante del mal, de la barbarie gestada en el corazón de la civilizada Europa, y se vuelve un motivo de enorme fuerza política ante conflictos contemporáneos, donde se reproducen situaciones de negación de valores y principios democráticos o, directamente, de genocidios o limpiezas étnicas.
Aunque constituya su tema central, el Holocausto, como omnipresente discurso memorístico que se proyecta como advertencia sobre escenarios presentes, abarca más que el propio exterminio de los judíos de Europa. Engloba la larga noche del nazismo desde la misma llegada de Hitler al poder. La negación de la democracia con la clausura del sistema democrático y la persecución de los adversarios políticos, la segregación y eliminación de los discapacitados psíquicos y físicos como negación del principio de solidaridad y el derecho a la vida, la negación de la libertad sexual con la exclusión e internamiento de homosexuales, etc.
Los testigos de Jehová, los gitanos exterminados o los republicanos españoles en los campos de concentración, cada uno de estos casos también es portador de una lección o una enseñanza para el presente.
Pero las lecciones del pasado no se reducen a una mirada hipnotizada sobre las víctimas del nazismo y las atrocidades cometidas contra ellos. También son memoria del bien. De ahí el papel que ocupen en los discursos y narrativas memorísticas los llamados «justos entre las naciones», aquellos que demostraron que en los momentos más inhumanos conservaron su humanidad. Mientras que la mayoría mataba o miraba hacia otro lado, ellos actuaron y en ocasiones arriesgaron sus vidas para salvar a las de otros.
«Lo único que aprendí es que no hay nada que un ser humano no pueda hacerle a otro y nada que un ser humano no pueda hacer por otro». Así recordaba un superviviente, años después, el Holocausto y la acción de los justos.
Tanto el justo como el superviviente, encarnan la memoria y la lección de Auschwitz. Enlazan pasado con presente.
Sus historias - de forma directa en testimonios o mediada a través del cine, los museos y las iniciativas pedagógicas - no solamente dan fe de lo sucedido, sino que lo mantienen, como advertencia y como ejemplo, ante nuestros ojos.
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