Un gran interrogante se nos plantea: ¿qué puede representar Yom Kipur para un laico? En nuestro concepto ético, filosófico, interpretamos así nuestra tradición. En la intimidad de nuestro interior, Yom Kipur se nos revela convocante en un espacio personal y colectivo.
Yom Kipur nos convoca al secular y al observante, porque trasciende como algo muy nuestro. Miles de años desembocaron siempre en este día, mirándonos con una introspección que nos cuestiona el significado de nuestra vida, de nuestro comportamiento con el otro, con el yo y con el tú, es decir con el prójimo.
Este mito convocante lo necesitamos para afirmarnos o cuestionarnos en cuanto al sentido de nuestra existencia, para tener un punto de partida en nuestra identidad, aunque sea mítico, para sentirnos parte de un colectivo, para comenzar a pensar, para vivir nuestra identidad.
Pero no es sólo por tradición o mito su continuidad en nuestra historia. Es porque, en este día, cuestionamos la vida futura o su ausencia. Es tan humana la necesidad generada por el interrogante planteado, y la necesidad de saber nuestra trascendencia después de la muerte, o su ausencia de todo: «la nada». Esa angustia correspondiente a esa interrogante existencial es una realidad que nos provoca nuestra finitud.
Pero Yom Kipur también nos trasciende como algo mítico, donde nunca llegamos a su magia, como a su respuesta; de ahí que es una conmemoración abierta, donde los paradigmas, interpretaciones y la búsqueda de caminos «son nuestros, por lo tanto creaciones indeterminadas»; eso la convierte en una conmemoración ética y humanista.
Las Escrituras señalan que diez días después de iniciado, Rosh Hashaná culmina con Yom Kipur, cuando queda sellada nuestra suerte futura; el mito toca la mayor sensibilidad del hombre, del judío, de nuestros seres queridos; es tiempo de reflexión sobre nuestras acciones, sobre nuestra codicia, la de nuestros deseos materiales y la contradicción entre lo material y lo espiritual.
Es un día en que centramos el pensamiento en el valor de la vida, de los afectos, y en cómo nos sentimos judíos. Es un día en que cada uno se compromete a ser mejor, quiere ser mejor, se promete a sí mismo serlo; por eso es una introspección individual de autopromesas, que adquiere una «sacralidad humana» por ser de nuestro colectivo. Eso nos unifica en nuestra finitud humana y nos proyecta en una reflexión futura de nuestra cadena milenaria. La reflexión está abierta a una búsqueda permanente hacia un finito inteligible y creativo, de eso se trata.
El sonido del Shofar y su estruendo se expande por nuestros corazones y nos hace vibrar en una sensibilidad que no entendemos, y es tan antigua y secular como el símbolo del cuerno de nuestros pastores en la antigua Jerusalén. Al igual que los acordes del Kol Nidré, que se nos impregna en esa magia, donde se eleva la interrogante terrenal de nuestro ser finito.
En la época de los dos Templos el Sumo Sacerdote entraba al «Santo Santorum», que consistía en una pieza vacía, pero sagrada, a imagen del colectivo; terrible sería el espacio sagrado si contuviera algo material, ¿sería acaso sagrado con algo de valor material?. Ese espacio vacío simboliza y es nuestra libertad, nuestra búsqueda, nuestra posibilidad de adaptación en el devenir, en los cambios, porque sin espacios abiertos no hay movimiento, y no habría judaísmo, ni interpretaciones, ni devenir, ni Talmud… Alguien definía a Dios como algo vacío o como la libertad, porque es tan ininteligible definirlo como análogamente explicar nuestra finitud un vacío inteligible. Las diferencias en parte se estrechan entre lo secular y el concepto observante.
Yom Kipur debemos verlo como una apertura de libertad, de elección, de cambios en los rumbos equivocados, de corrección de caminos. No sé si se puede perdonar, sólo la «justicia» perdona, lo realizado es realizado (no cambia) para poder ser perdonado no hay que juzgar; lo que debe ejercerse es nuestra capacidad de no juzgar, es cuando al no juzgar, no hay qué perdonar, ésa es la ética del Iom Kipur. Juzgar significa afirmar verdades cerradas, absolutas, formas de pensar fundamentalistas; no juzgar es una grandeza humana, y deja abierta a la interpretación.
Decía el filósofo argentino judío Darío Sztajnszrajber que para el creyente «Dios debe ser apertura», similar al espacio humano no cerrado; porque perdonar parte de algo juzgado, cerrado e imperativo, que impide el perdón. El no juzgar permite esa apertura humanista, que es a la vez abierta y de búsqueda.
La posibilidad de que este día tan especial se haya transportado en el tiempo, perpetuándose, más que por lo religioso o tradicional ha sido, a la vez, por su significado antropológico y humano, porque el hombre quiso interrogarse, para saber, desde la antigüedad, preguntándose sobre el misterio del Cosmos, la vida, el destino, la creación universal y la finitud del hombre.
La hoguera encendida de preguntas, dudas, mitos, miedos que rodean los días desde Rosh Hashaná hasta Yom Kipur, donde nuestra criatura humana se replanteó, al igual que otros pueblos, dichas interrogantes, se eterniza a través de la historia. El pueblo judío se lo plantea con su singularidad en esta fecha.
Los seculares reflexionamos en Yom Kipur para no juzgar, y para humildemente reflexionar en la búsqueda de una realidad sin verdades.
Borges con su poesía
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.