Este martes de mañana me comuniqué por teléfono con un amigo que vive en una localidad agrícola en el sur de Israel, al alcance de los cohetes disparados desde la Franja de Gaza. No se trata de uno de los poblados más asiduamente atacados casi «de rutina» sino de los que rápidamente entran en el «mapa» de los disparos, cuando hay lo que ya nos acostumbramos a llamar de «escalada»; o sea unos kilómetros más lejos.
«Pasamos una noche muy movida, con numerosas alarmas y no pocos nervios, pero estamos bien», me respondió con su típico intento de no hacer drama nunca de nada. Y de inmediato, agregó: «Pero lo que me tiene peor y no me da descanso, es el asesinato de este muchachito árabe… ¿Cómo pudieron hacer eso? ¿Cómo fueron capaces jóvenes judíos de una barbaridad así?».
El terrible crimen del asesinato de Muhammad Abu Khdeir, de 16 años, ha conmocionado a la sociedad israelí. Si hay por algún lado en el país algún desaforado que se alegra, que piensa «los árabes se lo merecen» o que ese horror ayuda en algo a Israel, pues no ha osado abrir la boca. O sea, seguramente los habrá. Si bien este asesinato fue algo sin precedentes, que hay también en Israel extremistas, racistas, fanáticos, como en otras sociedades, no es secreto. Pero la reacción de la sociedad israelí fue tan categórica al repudiar el crimen, tan terminante en su rechazo y tan firme en su condena y exigencia de justicia, que si algún mal nacido cree que el asesinato estuvo bien, seguramente entiende que mejor no lo dice en voz alta.
El repudio ha cruzado líneas partidarias en forma absoluta, como debe ser. El primer ministro Binyamín Netanyahu no sólo condenó y prometió justicia y que los responsables, ya detenidos, deberán enfrentarse a todo el rigor de la ley, sino que llamó por teléfono a Hussein Abu Hdeir, padre de Muhammad, a decírselo. «Los asesinos no tienen lugar en la sociedad israelí», aseguró.
El premier aseguró que «no hacemos diferencias entre los terroristas y responderemos a todos, vengan de donde vengan, con mano firme. No permitiremos que extremistas, salgan de donde salgan, enciendan la región y derramen más sangre».
En el mismo tono hablaron tanto el presidente Shimón Peres, bien conocido como un arduo defensor del diálogo y una solución negociada con los palestinos, como el presidente electo, Reuvén Rivlin, identificado con el ala más conservadora del partido Likud. Hay diferencias políticas entre ambos, pero no en lo relacionado a los valores que deben ser defendidos. Es más: Rivlin recalcó que la mayoría cuerda tiene la responsabilidad de tomar medidas para impedir que una minoría racista y extremista levante la voz y ose actuar.
Especialmente interesante fue la reacción de Naftali Bennett, ministro de Economía de Israel, jefe del partido Habait Haiehudí, una facción identificada con la ultrderecha nacionalista, representante de los intereses de la población judía en los asentamientos, en la coalición de Gobierno.
En referencia a una ley que está promoviendo contra la posibilidad de amnistía a terroristas responsables de atentados mortales, dijo que tomará las medidas necesarias para que ésta sea aplicada también a los asesinos de Muhammad Abu Khdeir.
«Exigiremos que la ley se aplique también a los asesinos de este chico, responsables de un crimen despreciable, antimoral y antijudío», recalcó.
También el ministro de Defensa, Moshé Yaalón, se dijo «avergonzado y consternado por el asesinato brutal de Muhammad Abu Khdeir». «Estos asesinos despreciables no representan al pueblo judío y sus valores y deben ser tratados como terroristas. No permitiremos que terroristas judíos de entre nosotros, alteren el tejido de vida entre los diferentes sectores del Estado de Israel y dañen a gente inocente simplemente por ser árabes».
El rabino Jefe de Samaria, en Cisjordania, Elyakim Levanón, dijo que los asesinos del jovencito palestino «deberían ser sentenciados a muerte», al igual que los asesinos de los tres israelíes cuyos cuerpos fueron hallados recientemente en un pozo cerca de Halhul.
El asesinato de Muhammad fue evidentemente una venganza de los extremistas detenidos - algunos de ellos menores de edad - por el secuestro y asesinato de Gil-Ad Shaer (16), Naftali Frenkel (16) y Eyal Yifrah (19). Israel acusó a Hamás del crimen.
Con esto en mente, es especialmente importante destacar las palabras que pronunció este lunes Rajel Frenkel, madre de Naftali: «Aún en el abismo del duelo por Gil-Ad, Eyal y Naftali, me resulta difícil describir cuán consternados estamos por el derramamiento de sangre inocente, desafiando todo principio de moral, de la Torá, de los fundamentos de las vidas de nuestros chicos y de todos nosotros en este país», declaró. «Sólo los asesinos de nuestros hijos y quienes los enviaron y ayudaron e incitaron a asesinar, serán llevados a la justicia. No inocentes. Y será el ejército, la policía, los jueces, quienes hagan justicia. Nadie por sus propias manos».
Frenkel agregó: «Ninguna madre y ningún padre debería pasar jamás lo que nosotros estamos viviendo ahora. Compartimos el dolor de los padres de Muhamad. Y junto al dolor por el terrible acto cometido, nos sentimos orgullosos por la determinación de nuestro país de investigar, arrestar a los criminales y poner fin al horror. Esperamos que la calma retorne a las calles del país».
Pero la calma no sólo que no retorna, sino que parece alejarse cada vez más.
Paralelamente al repudio del asesinato de Muhammad, nos resulta inevitable la sensación de que lo que está pasando desde hace días, no es una expresión de auténtico dolor árabe por el crimen, sino el aprovechamiento de la situación, para una escalada de violencia contra Israel.
Su familia, sus amigos, sus vecinos y todos quienes le conocían, están de auténtico duelo, embargados por el dolor. De eso, no tenemos duda. Pero lo último que le importa a los terroristas de Hamás y otros grupos radicales palestinos que desde hace semanas no cesan de lanzar misiles contra Israel, es la joven memoria de Muhammad.
La prensa mundial amanece con informaciones sobre los intensos ataques de la Fuerza Aérea israelí contra la Franja de Gaza. Más de 100 blancos de los distintos grupos, atacados desde el aire, gran parte de ellos lanzadores de cohetes, pero también casas de miembros de la «industria» misilística de Hamas y otras organizaciones, que tienen en su poder un gran arsenal de cohetes, capaces inclusive de llegar a Tel Aviv. Cuatro de esas casas destruidas, previo aviso de la Inteligencia israelí a sus familias, a abandonarlas a tiempo, porque el lugar iba a ser bombardeado. Algo más de 50 heridos y 18 muertos por ahora.
Lo que probablemente se destaque menos, es lo que llevó a este ataque, que si bien no es el operativo por tierra en Gaza al que Hamás parece querer atraer a Israel, es sí una ofensiva de mayor envergadura que hasta ahora, bajo el título de «Margen Protector»: la constante lluvia de misiles lanzados desde Gaza hacia el sur de Israel.
Su significado no se mide únicamente en cantidad de muertos y heridos. Cada cohete tiene el potencial de matar a mucha gente. La única razón por la que ese no es el resultado es el sistema desarrollado por Israel para proteger a su gente: la batería defensiva Cúpula de Hierro que intercepta los que capta que caerían en zonas densamente pobladas, las alarmas que advierten y dan a la gente 15 segundos para resguardarse, los refugios y habitaciones blindadas en cada casa o cada edificio, y la conciencia de la gente de que esto no es broma y que por más acostumbrados que todos estén a la situación, cuando suena la alarma, hay que correr.
Basta con imaginar qué sentiría un ciudadano común, cada uno en su ciudad, si está en camino al trabajo o en su casa con los niños, y súbitamente el ulular de una sirena corta el aire, indicando que en 15 segundos un cohete impactará en algún lado.
Puede pasar en medio de 18 de julio en Montevideo, en Santa Fe en Buenos Aires o en medio de París. Donde sea. ¿Acaso podrían las autoridades de cada país decir que «no es una amenaza seria», porque cada disparo no termina con muertos?
En lo que va del año, se acerca a 500 el número de cohetes disparados desde Gaza hacia el sur de Israel. Hasta el lunes de noche, eran 450, pero en lo que va de la mañana del martes, ya se han agregado varias decenas, desde las 3:00 de la madrugada. Más de 300 desde el 13 de junio, cuando Israel lanzó el operativo «Vuelvan Hermanos» de búsqueda de los chicos secuestrados, que en ese momento no se sabía ya habían sido asesinados.
Hamás secuestra, mata, y reacciona airado cuando Israel tiene el atrevimiento de salir a buscar a los suyos y tratar de salvarlos. Lo mismo, si mata a una célula cuando está por disparar cohetes o cuando ya lo hizo. Y advierte que habrá un terremoto, por la muerte de siete sus miembros, obviando el pequeño detalle de que murieron por un «accidente de trabajo» con explosivos, dentro de un túnel que habían cavado para cometer un atentado en el vecino territorio israelí.
Es probable - ojalá no suceda - que en los ataques israelíes en Gaza en respuesta a los misiles, mueran o resulten heridos también no involucrados. Esto, aunque Israel intenta hallar el equilibrio entre la necesidad de responder y el deseo de actuar con contención, sin perder el control, lo cual inclusive llevó al canciller Liberman a anunciar que su partido rompe la unión con el Likud (aunque no deja la coalición), por considerar que Netanyahu es demasiado «blando» en su respuesta a Hamás.
Pero la comunidad internacional, que grita desesperada cuando ello pasa, debería haber empezado a advertir ya antes. No hay que aguardar a que haya víctimas palestinas inocentes para empezar a preocuparse. Hay suficientes motivos para hacerlo cuando más de un millón de civiles israelíes en ciudades, comunidades agrícolas y pequeños pueblos, son blanco, día y noche, de los misiles disparados por los terroristas de Gaza.