Miro a mi hija mayor, que está a punto de cumplir siete años, mientras estamos parados en el pasillo de las escaleras. ¡Está tan cansada! Sus ojos, sin embargo, están bien abiertos. Acabo de despertarla en medio de la noche, sacudiéndola con fuerza mientras las sirenas empezaban a gemir en mi ciudad, Bat Yam, un suburbio de Tel Aviv, avisándonos de los cohetes que venían.
Los misiles que Hamás apuntó hacia nuestra área nos dieron casi un minuto para encontrar refugio. Vivimos en el tercer piso de un edificio de apartamentos, así que no hay suficiente tiempo para bajar al sótano/búnker, especialmente cuando tienes niños. Entonces nos quedamos en el pasillo con nuestros vecinos. Algunos salieron de la ducha sólo con una toalla encima, algunos estaban en pijama, a algunos nunca los conocí. Sonreímos y tratamos de bromear.
Pero entonces, sobre nosotros, ¡bum! Y luego otro bum. Al principio no sabía si era el sonido de haber dado en el blanco, pero era más probable que fuera el de la interceptación del cohete por la Cúpula de Hierro, el sistema antimisiles de defensa israelí.
Es un sonido al que nos acostumbramos en las últimas semanas. Bueno, la palabra no es precisamente «costumbre». Todavía es perturbador. Abrazo a mi hija con fuerza mientras mi esposa sostiene a nuestra otra hija, que tiene cuatro años. Menos mal que ella sigue dormida. No fue así como planeamos pasar el verano. Íbamos a jugar afuera, a nadar en el mar, no a permanecer encerrados todo el día ni amontonarnos en el pasillo cada noche.
Tampoco estaba entre mis planes comerme las uñas hasta la raíz cuando dejo a las niñas en su colonia de vacaciones de verano y me voy a mi trabajo, a media hora de distancia. Allí, mi único sistema de comunicación es el WhatsApp con los instructores que, cuando se apagan las sirenas, notifican que todo está bien. «Estamos en el refugio antiaéreo de la escuela, los niños están bien, no hay por qué preocuparse», dice usualmente el mensaje. No obstante, me preocupo.
¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo llegamos a esta situación de la operación «Margen Protector», con más de 1.000 palestinos, 40 israelíes y un ciudadano tailandés muertos, mientras las cifras crecen a cada minuto que pasa?
Si miramos sólo los eventos recientes, es de hecho muy claro: puede que Israel no inició esta escalada, pero sin duda la alentó. La ruptura de los diálogos entre israelíes y palestinos en abril y el total rechazo israelí hacia el Gobierno de unidad entre Hamás y Al Fatah generaron tensiones a un nivel aún más alto.
Rápidamente vino después el trágico secuestro de tres adolescentes israelíes en Cisjordania. Para echarle más leña al fuego, el primer ministro Binyamín Netanyahu culpó de inmediato a los miembros de Hamás por el plagio y siguió culpándolos luego de que se hallaran los cuerpos, a pesar de que hasta la fecha no se mostró ninguna evidencia de esa responsabilidad. Al parecer, los raptores eran un grupo de delincuentes que no recibía órdenes de los líderes de Hamás. Éstos, a su vez, por supuesto no ayudaron en nada cuando, al saber de los secuestros, aplaudieron.
Por si fuera poco, las tres semanas de búsqueda de los jóvenes secuestrados estuvo disfrazada todo el tiempo como una operación de rescate de rehenes, aun cuando el Gobierno sabía desde el inicio que estaban muertos. Netanyahu usó ese tiempo para seguir culpando a Hamás y para, literalmente, declararles la guerra a todos los palestinos, mientras Israel arrestaba a cientos de ellos en Cisjordania y volvía a ejecutar asesinatos selectivos en Gaza.
La provocación que encabezaron los políticos israelíes durante ese período llevó a una atmósfera de odio tal contra los árabes en Israel que permitió uno de los asesinatos más brutales que este país haya visto: seis judíos ultranacionalistas secuestraron a un árabe de 16 años en la localidad de Shoafat, en el Este de Jerusalén, lo golpearon y le prendieron fuego en un bosque cercano. El asesinato de inmediato desencadenó disturbios en Jerusalén y también en ciudades árabes ubicadas dentro de Israel.
Con tanta tensión en el aire, y sobre todo después de que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) abatieran a nueve miembros de Hamás en un túnel de Gaza (señalaron que iban a usar el túnel para un ataque terrorista), una organización terrorista como Hamás realmente no necesitaba muchas excusas para empezar a disparar. A partir de ahí, la escalada se volvió la ya conocida rutina de cientos de cohetes de Hamás, ataques aéreos de Israel, intentos de Hamás por infiltrarse en Israel y, al final, la incursión terrestre de las FDI.
El resultado es devastador. Las cifras de la ONU muestran que cerca del 80% de los muertos en Gaza son civiles. Estos números no hacen quedar nada bien a un país que, asegura, hace todo lo posible por mantener a los civiles fuera de peligro. Infortunadamente, la cosa sólo empeora: más de 200 niños - al menos 11 bebés incluidos - resultaron muertos. Todas estas acciones cometidas por las FDI que acá se insisten en calificar como «las más éticas del mundo».
Además, algunos de esos niños murieron el domingo pasado en lo que sólo puede ser considerado un crimen de guerra. En un intento por abatir a Ahmad Sahmud, terrorista de Hamás, las FDI arrojaron una bomba sobre el edificio donde se encontraba esa noche. El problema es que el edificio era también el hogar de la familia Abu Jame, familia de civiles por demás. Ciertamente, el ataque consiguió que Sahmud fuera abatido, pero también les costó la vida a 25 personas inocentes: 18 de ellos eran niños y bebés, y había una mujer embarazada.
Los medios israelíes a duras penas discutieron el suceso. Estaban completamente inmersos en las bajas que se habían producido de nuestro lado. Por supuesto, es entendible concentrarse en el equipo propio, pero uno pensaría que eventos trágicos como la masacre de los Abu Jame deberían ser expuestos. Al parecer, los israelíes estamos de acuerdo con estos daños colaterales. Al parecer no tenemos problema cuando un general de las FDI dice: «Sí, veo que hay 25 personas inocentes dentro de la construcción, pero sus vidas deben cobrarse al igual que la del miembro de Hamás».
¿Es esta la ética que se resalta en las FDI? Personalmente, creo que estándares éticos tan bajos sólo pueden ser producto del racismo sistemático que se arraigó en la sociedad israelí generación tras generación, así como a través del sistema educativo. Mostrar tal apatía ante la muerte de 130 niños con el propósito de «enseñarle a esa gente una lección» no es más que la consecuencia de una ideología racista.
En días como estos, cuando los cañones disparan, el racismo sale a flote con toda su fuerza. Un prominente rabino, Dov Lior, pidió la destrucción de Gaza y dio luz verde a la matanza de civiles inocentes. Activistas de izquierda protestando por la operación militar fueron golpeados por activistas de derecha. Celebridades que expresan una palabra de solidaridad con las víctimas palestinas son opacadas y obligadas a disculparse para no perder sus campañas de ayuda. Me apena decir que incluso yo tengo mucho cuidado respecto a con quiénes comparto mis opiniones, las cuales mucha gente aquí tacha de radicales y traidoras. Siento miedo.
Como lo dije antes, esto es sólo mirando los eventos recientes que ocurrieron en los últimos meses, enfocado en las semanas recientes y la operación «Margen Protector». Sin embargo, el juego de la culpa, de quién tiró la primera piedra, realmente ya no importa. Lo importante es dar un paso atrás y mirar el panorama general: un retrato de ocupación, de negación de derechos básicos a millones de personas y de robo por casi 50 años. Israel es una empresa colonial que mantiene a millones de personas bajo un gobierno militar y el mundo no hace nada al respecto.
Claro, Hamás controla Gaza, pero sólo como la más grande prisión al aire libre del mundo. La franja la maneja Israel desde afuera, decidiendo qué entra, cuánto entra y quiénes entran. En Cisjordania hay algunas áreas que la Autoridad Palestina maneja, lo cual facilita la ocupación de Israel porque no tiene que lidiar con asuntos de los ciudadanos. Y si alguien se sale de los límites, Israel sabrá cómo mostrarle un poco de «amor duro», así como lo está haciendo ahora mismo y como lo hará en los años por venir.
Permítanme ser claro: no acepto que Hamás dispare cohetes contra civiles. Civiles como mi familia y como yo. Estos también son crímenes de guerra y Hamás es una organización terrorista extremadamente peligrosa. Les doy, no obstante, crédito en algo: al menos no se autoproclaman como el Ejército más ético del mundo. Cuando matan a 30 soldados y tres civiles, y las FDI matan a cientos de personas, la mayoría civiles, ¿quién es exactamente el terrorista?
De nuevo, en este pasillo, miro a mis hijas mientras los misiles de Hamás vuelan por encima de nosotros. Pienso en las docenas de niñas palestinas de su misma edad que murieron en estos días por causa de las bombas de una tonelada que arrojaron los cazas F16; en sus padres sacando, con sus propias manos, los cuerpos de sus pequeñas de entre los escombros; en sus madres llorando y aferrándose a sus ropas rasgadas.
Y dentro de mí siento que la rabia crece mientras me repito: «No en mi nombre, por favor».
Y a mis prójimos palestinos les digo lo mismo: «No en mi nombre, por favor».