El mundo judío sigue con gran atención la actual lucha entre la ultraortodoxia y la mayoría laica en Israel. Esta confrontación constituye una singular ironía histórica, porque si bien el sionismo ha tenido muchos enemigos seculares en el seno del pueblo judío desde que Theodor Herzl lo creara a fines del siglo pasado, la hostilidad más tenaz y persistente fue la de la ultraortodoxia.
Para estos sectores profundamente conservadores y tradicionalistas, el sionismo constituía un nuevo falso mesianismo destinado a desviar al pueblo judío de su condición esencial de «nación religiosa». Desde su punto de vista era un pecado muy grave tratar de crear un estado secular interfiriendo en los mandatos divinos que imponían la espera del Mesías y la creación de un país genuinamente judío o sea regido por las leyes de la Torá.
No se trató meramente de una oposición ideológica y religiosa y no se limitó a los sermones de los rabinos ante sus feligreses. Fue una oposición política organizada que hizo todo lo posible no sólo para impedir el crecimiento del movimiento en el seno de las comunidades judías sino también para frustrar su avance en el terreno internacional.
Si bien el partido Mizrahi, fundado en 1911, adoptó una posición sionista y fue durante muchos años, junto con su sector obrero, Hapoel Hamizrahi, un fiel colaborador de los sectores seculares del sionismo, nunca dejó de ser una minoría.
El movimiento religioso más poderoso e influyente en el mundo judío desde su fundación en 1912 hasta la creación del Estado de Israel fue Agudat Israel. No sólo que Agudat Israel era una dura crítica del sionismo, sino que en la vida comunitaria en Europa Oriental a menudo hizo causa común con los asimilacionistas ya que consideraba que los sionistas eran un peligro mayor.
Una historia hoy olvidada puede darnos una idea del grado de hostilidad existente entre el movimiento sionista y la ortodoxia anti-sionista. A comienzos de la década del '20 del siglo pasado. Los líderes de Agudat Israel protestaban regularmente ante las autoridades británicas en Palestina y ante la Liga de las Naciones por lo que consideraban «la opresión sionista». El más extremista de los líderes de Agudat Israel era un holandés judío converso, Jacob Israel de Haan, partidario de la colaboración con los árabes nacionalistas contra el sionismo.
De Hann denunció violentamente al sionismo en mensajes dirigidos a diarios británicos y atacó la Declaración Balfour y a funcionarios del Mandato que consideraba afines al sionismo. Algunos de sus escritos se hacían eco de acusaciones antisemitas de rutina como la complicidad de los judíos con la revolución mundial y su presunta responsabilidad por la derrota de Alemania y Austria en la Primera Guerra Mundial.
Como si esto no fuera suficiente, solía ir vestido de árabe, algo más bien extraño para un dirigente de la ultraortodoxia judía.
Fue asesinado el 30 de junio de 1924 por miembros de la Haganá, que actuaron por cuenta propia sin autorización del Alto Mando. Más tarde, Agudat Israel, luego de los disturbios anti-judíos en Hebrón en 1929 y en toda Palestina en 1936, moderó su posición, sin cambiar básicamente sus ideas teocráticas. En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial y precedieron al surgimiento del Estado, la posición extremista de Agudat Israel fue «heredada» por otros grupos como «Los guardianes de las murallas» (Naturei Karta) que hasta hoy sigue siendo fervorosamente antisionista. Unos pocos grupos jasídicos como el de Satmar continúan en esa línea. El grupo jasídico más importante, Jabad Lubavich, realiza una labor proselitista de gran envergadura en todo el mundo judío y no oculta su simpatía por los colonos de los territorios, situándose así en una posición de apoyo al nacionalismo extremista.
Sin embargo, la teología sigue siendo más destacada para Jabad que la ideología. Su tema más importante de discusión interna es si su líder, el rabino Menajem Schneerson, fallecido en 1994, es o no el Mesías y si hay que esperar su resurrección o no.
Teniendo en cuenta la compleja realidad en términos de seguridad y de política exterior, ese curioso orden de prioridades resulta más bien folklórico. Pero hay un tema con la ultraortodoxia que no es folklórico en absoluto: la evasión de los estudiantes de seminarios rabínicos del servicio militar. Hoy muchos historiadores concuerdan en que la aceptación por parte de David Ben Gurión de los reclamos de la ultraortodoxia sobre este tema fue el mayor de los errores del fundador del Estado.
Imaginemos por un momento que la ultraortodoxia llegue a dominar el país y que la mayor parte de la juventud se incline por su estilo de vida. Parece una broma de mal gusto sugerir la posibilidad de que un ejército de estudiantes de academias rabínicas con sus características vestimentas negras, vaya a enfrentar con éxito a terroristas y a ejércitos árabes enarbolando la Torá como única arma.
No menos grotesco sería el espectáculo de un pueblo judío en todo el mundo dando la espalda a la modernidad, rechazando la dedicación a las artes y las ciencias, dejando de lado cualquier preocupación universalista y encerrándose en las estrechas paredes de la sinagoga.
Si el tradicionalismo ultraortodoxo hubiera ganado la partida a las corrientes de secularización del judaísmo a fines del siglo XIX no habríamos dado a la humanidad ni un Einstein, ni un Freud, ni la legión de sabios, Premios Nobel o no, que la hicieron avanzar de manera tan significativa en el siglo pasado.
Pero lamentablemente el choque de la religión con la historia judía no se plantea tan sólo con la ultraortodoxia, sino también con la mayoría de los sectores ortodoxos de Israel que han abrazado un peligroso extremismo nacionalista de carácter mesiánico.
Hoy existe un amplio consenso en la sociedad israelí de que toda solución de paz con el pueblo palestino debe pasar por la devolución de la mayor parte de las tierras de Cisjordania. Entre la minoría en Israel que se opone, hay un pequeño sector de judíos nacionalistas seculares. Pero la gran mayoría de los nacionalistas extremistas pertenece a la llamada ortodoxia moderna.
Si entre los opositores a toda concesión territorial, los no religiosos invocan sobre todo razones de seguridad, para los ortodoxos se trata de un tema religioso-ideológico.
Los colonos de los territorios, que en su mayoría responden a esa tendencia, siguen las ideas del rabino Zví Yehudá Cook (1891-1982) para quien existe un «lazo indestructible que une la Tierra, la Torá y el Pueblo». Inspirado por el Eclesiastés, textos talmúdicos y sabios como Najmánides, Yehuda Halevy y el rabino Loew de Praga, Cook dictaminó que todos los territorios liberados por el Ejército de Israel pertenecían al pueblo por la eternidad.
Por lo tanto, desde su punto de vista, la colonización de las bíblicas Judea y Samaria no sólo es un derecho sino un deber.
Si la evacuación de Gaza en 2005 fue traumática y las heridas que dejó no han sido restañadas hasta hoy, cabe plantear qué pasaría en caso de ser alcanzado el tan deseado acuerdo de paz luego de largas y duras negociaciones. A nadie se le escapa que el precio será el desalojo de por lo menos la mayor parte de los territorios ocupados.
¿Será posible evitar la violencia y el enfrentamiento entre hermanos? ¿Podrá haber una evacuación ordenada y pacífica de los colonos? ¿Será posible realizar ese difícil proceso sin que el acuerdo con los palestinos se resienta?
La frustración del proceso de paz por la oposición de los colonos puede tener consecuencias desastrosas. No se requiere ser un demógrafo avezado para comprender que un estado unificado de Israel con Cisjordania será dentro de pocos años un estado de mayoría árabe con la obvia consecuencia del fin del sueño sionista.
En suma, si la ultraortodoxia amenaza al futuro del Estado judío por su inadecuación a las necesidades de un país asediado por enemigos, la ortodoxia sionista militante constituye una amenaza no menos seria por su aferramiento a territorios que Israel no puede retener si realmente desea alcanzar la paz con los palestinos y el mundo árabe.
Un falso axioma acerca de la religión judía como principal fuerza de conservación de la unidad del pueblo judío en la diáspora sigue circulando tanto en Israel como en distintas comunidades judías en el mundo. Si esta idea fue válida en líneas generales hasta la Emancipación, en distintos momentos del siglo XIX, ha dejado de ser vigente hace mucho.
Desde las últimas décadas del Siglo XIX hasta el advenimiento del Estado de Israel, las fuerzas mayores de cohesión fueron por una parte, las ideologías judías seculares como el sionismo y el socialismo bundista y por otra, el antisemitismo y el rechazo a los judíos por parte de las sociedades europeas.
Desde 1948 hasta hoy no cabe duda que el mayor factor de cohesión judía ha sido el Estado de Israel, por más que ello haya causado desesperación a todos los enemigos del nacionalismo judío, desde la ultraortodoxia a los izquierdistas asimilados, abanderados de un virulento auto-odio. Israel, da tanto a quienes lo quieren como a quienes se resisten a ello, un fuerte marco de identidad y así lo ve la abrumadora mayoría de la humanidad.
Hoy es obvio que la religión judía como elemento de identificación se ha debilitado considerablemente. Más aún, no sólo no es un factor de unión sino de desunión. La negativa de los grupos ortodoxos y ultraortodoxos enquistados en el poder religioso en Israel, a otorgar reconocimiento a las otras corrientes religiosas del judaísmo, como el reformismo, el conservadorismo y el reconstruccionismo, les quita toda autoridad moral a considerarse un factor aglutinante en el pueblo judío.
Asimismo es evidente que su rechazo a las evidencias de que la mayor parte de los judíos no se autodefinen como tales en función de la religión, los descalifica como fuerza rectora en la vida judía. No puede liderar quien se niega a reconocer la realidad en toda su complejidad y todos sus desafíos.
Los enormes cambios en el mundo nos exigen flexibilidad y dinamismo para adoptarnos a distintas circunstancias, audacia para buscar caminos nuevos sin abandonar las raíces de nuestra tradición y cultura.
Por ello, el impulso creativo de un laicismo judío, militante y creativo, con hondas raíces en la cultura judía e israelí, es una imperiosa necesidad histórica y sin él no hay futuro para el pueblo judío.
Las formas que debe asumir ese laicismo es un tema aparte, que merece ser analizado en profundidad.