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Stav


Stav Shafir, una "yinyit" (pelirroja) de 26 años vive en Tel Aviv y estudia Filosofía e Historia de la Ciencia. Alquilaba una habitación en el sur de la ciudad pero tuvo que irse debido a un aumento repentino del 50% que le exigía el dueño.


Indignada, Stav decidió que algo en la sociedad israelí debía modificarse y que ella, con sus pocas posibilidades, no estaba dispuesta sólo a reclamar. Fue entonces que se instaló en una pequeña carpa en el Bulevar Rotschild con una pancarta que decía "¡Basta! ¡El pueblo exige justicia social!". De allí en adelante Israel comenzó a vivir otra historia.

Esta semana todos los medios buscaban a esta diminuta muchacha, una mezcla israelí de la inocencia de Juana de Arco con el entusiasmo de La Pasionaria. En una entrevista, Stav contó sobre su íntima amiga, Ayelet, de 31 años, que está divorciada y sufre una enfermedad crónica en el hígado. Desde hace dos semanas y media vive con su hijo, de 8 años, en otra carpa sobre el césped del Parque de la Independencia de Jerusalén. "La deslojaron; no podía pagar el alquiler y está en la calle", explica Stav. Ayelet trabaja asistiendo a ancianos y cobra 1.400 shékel mensuales. Por su enfermedad recibe una ayuda del Estado de 1.500 shékel, así que se ve obligada a pasar el mes con 2.900 shékel. "El cuarto en el que vivía le costaba 2.500 shékel y apenas le sobraba para comer, mantener a su hijo y comprar sus medicamentos. ¿Cómo en nuestro país puede suceder algo así?", preguntó enojada.

Según datos de la Oficina Central de Estadísticas, el precio de la vivienda en Israel aumentó un 50% desde el 2008. Alquilar en Jerusalén un departamento de 50 metros cuadrados sin remodelar desde hace 20 años cuesta unos 4.500 shékel por mes.

El Bank Hapoalim aseguró que desde 2010 los precios en general han subido un 32% en Tel-Aviv y un 17% en Jerusalén. Un informe publicado el pasado mes de noviembre indicaba que el 20% de la población en Israel vive bajo el umbral de la pobreza, con unos ingresos mensuales medios de 3.400 shékel.

Para la clase media comprar en el súper se convirtió en una misión imposible. Un estudio del Centro de Investigación e Información de la Knéset afirma que desde 2005 los precios de los alimentos aumentaron un 12,7%, tres veces más que en la Unión Europea y EE.UU. Productos de consumo diario como leche, yogurt y queso cottage subieron 15,5%, 46,2% y 41,3% respectivamente.

La crisis que sufren los ciudadanos contrasta con un crecimiento económico anual de Israel del 5%, y una tasa de paro del 5,7%. "Nosotros, la clase media, estamos hartos de cargar con el país entero sobre nuestras espaldas y ver como otros sectores que reciben ayuda o facilidades del gobierno - grupos de interés, ricos y los que tienen conexiones con dirigentes o burócratas - la pasan de maravillas", señala Stav. "¿Cómo puede ser que 18 familias monopolicen las empresas más poderosas de Israel y concentren toda su riqueza?", agrega.

"Nosotros organizamos las protestas contra el gobierno por los precios abusivos de la vivienda y la carestía de la vida. Hace tres semanas colocamos las primeras carpas en el Bulevar Rothschild. Colgamos también algunas reclamaciones y exigencias en las redes sociales. La gente se sintió identificada, despertó y reaccionó". Carpas como la se Stav se cuentan ahora por centenas y se instalaron en todo el país.

El fenómeno de Stav ya tiene alcance nacional y le está provocando serios dolores de cabeza a Bibi, que lleva cuatro meses haciendo frente a una huelga de médicos, y trata de silenciar las manifestaciones sacándose del bolsillo medidas para contentar a los jóvenes. Pero la operación de márketing no le funciona y sólo contribuye a intensificar la revuelta social. Hasta madres de familia con sus bebés, junto a esposas de policías y de bomberos, marchan por las calles para protestar contra los desorbitados costos de vivienda, salud y educación.

Stav y sus amigos encendieron la mecha. Israel es hoy escenario de concentraciones multitudinarias. El conflicto con los palestinos no se nombra en esta revuelta social. Los jóvenes no están dispuestos a renunciar al país y pretender cambiar su orden de prioridades.

Ellos parecen ser bien concientes de que la única lucha que no se gana es la que se abandona.