Aprovechando que esta semana se celebra el Día Internacional de la Mujer es bueno recordar que el origen de la conmemoración está ligado al mundo del trabajo, a las reivindicaciones laborales y a la exigencia de igualdad en los derechos, que las mujeres como género reclaman y quieren conquistar.
En Israel hay un largo camino recorrido, pero aún queda mucho por andar para las mujeres en su conjunto.
Basta conocer los casos de violencia familiar en que casi siempre ellas son las víctimas o caminar por las oficinas de nuestras ciudades para verlas limpiando o sentadas al lado de las cajas en los supermercados.
Saber que, según la OCDE, en Israel existe una diferencia de hasta 40% entre los salarios percibidos por hombres y mujeres a pesar de que éstas trabajan más y más duro.
Siempre me pareció un motivo de asombro que pese a ser discriminadas por el establishment religioso israelí, que acepta que deban sentarse en la parte trasera de los autobuses o caminar por «la vereda de enfrente» para «no despertar los instintos masculinos», las mujeres sigan llenando sinagogas.
Son los pilares de una institución dirigida por varones, que asegura que son maravillosas pero que, a la vez, hace todo lo que esté a su alcance para no concederles la palabra ni en las celebraciones, ni en el culto, ni en los órganos de decisión.
Me pregunto qué lleva a que en el judaísmo se den esos hechos.
Trato de explicármelo con algunas convicciones personales. Las mujeres están más cercanas al misterio de la vida. Su cuerpo es dador de vida y eso asusta a quienes tienen poder. Ese don fundamental los hombres no lo poseen, pero sí tienen fuerza.
Y como quien tiene miedo y fuerza ataca, las mujeres lo vienen sufriendo a lo largo de los siglos. Y si ese poder en el judaísmo toma las formas de lo sagrado es muy difícil emanciparse, porque el Dios de Israel está muy presente en la vida de las mujeres dadoras y cuidadoras de la vida por esencia y por lo tanto escuchadoras, admiradoras, desentrañadoras de los misterios de lo infinito en la opacidad de la rutina diaria.
Y en general viven a Dios como amor, comprensión, ayuda, no como verdugo o juez castigador. Frente a él se inclinan, saben que el misterio las invade y las supera.
Pero la organización de la relación con Dios-vida en el judaísmo la asumieron los hombres que escribieron textos y que fijaron reglas, ritos e interpretaciones.
Pasar de la inclinación ante el misterio que es Dios a la inclinación frente a la interpretación que de él hacen los mal llamados rabinos, ocultándose en sus dogmas, siempre fue desfavorable para las mujeres judías.
Recuperar la identidad profunda de lo sagrado, amante de la vida, poder expresar y vivir esa relación sin tutores que les digan en qué creer o pensar, y desde ese núcleo, con hechos más que con palabras, aportar en los diferentes espacios para construir puentes y superar abismos, es sin duda una de las prioridades más importantes para las mujeres de Israel.