Hace pocos meses, un grupo de jóvenes de la comunidad de origen etíope en Israel tomó una iniciativa poco común: salió a manifestarse contra lo que presentó como expresiones de racismo y discriminación en su contra.
En diversos puntos del país fueron captadas protestas, aunque no multitudinarias, en las que se escuchaban quejas concretas sobre casos puntuales, que escondían algo más de fondo: la compleja integración de la comunidad judía etíope al Estado de Israel.
Problemas específicos de discriminación y expresiones de rechazo se han dado y continúan existiendo. El hecho es que el puesto de protesta de los israelíes de familias llegadas de Etiopía, aledaño a la residencia oficial del primer ministro Binyamín Netanyahu, continúa en su lugar.
Pero el problema de fondo no son estos casos puntuales y no generalizados. «No diría en absoluto que la sociedad es racista, sino que en su seno hay racistas... como en todos lados... son dos cosas diferentes», explica la muy famosa cantante israelí de origen etíope Cabra Casay.
El problema principal es la combinación entre las dificultades propias de la comunidad, el choque de culturas y los errores cometidos por el Estado, por las autoridades encargadas de elaborar una política de absorción de esta comunidad, que al abandonar Etiopía y llegar a Israel no sólo se mudó de país sino que hizo un salto en el tiempo.
Durante muchos años hubo discusiones sobre el derecho de los etíopes de inmigrar a Israel como judíos, en el marco de la Ley del Retorno (que da ciudadanía automática a todo aquel judío que desee instalarse en el país, por considerar que está retornando a la tierra de sus antepasados), debido a dudas acerca de su judaísmo. En 1976 el Gran Rabino sefardí Ovadia Yosef determinó que son parte del pueblo de Israel, «Beit Israel», y que por ende hay que hacer el esfuerzo de traerlos al país.
La masa de la comunidad llegó en dos grandes operativos: “Moisés” y “Salomón”: un total de 84 mil judíos etíopes. Otros 40 mil, aproximadamente, nacieron en Israel. En 1996 se proclamó que había terminado la inmigración de Etiopía, pero diversas organizaciones judías, tanto en Israel como en el exterior, dijeron que habían quedado en Etiopía varios miles de familiares que no habían alcanzado a venir. Por lo tanto, esa gente también fue traída.
Con el correr de los años se creó un Comité Público israelí, encabezado por el juez Supremo Meir Shamgar, que ordenó traer a todos los judíos de Etiopía a Israel. Eli Cohen, que fue Jefe del Departamento de Inmigración de la Agencia Judía, recuerda las manifestaciones de familias quebradas: «Hubo casos de familias separadas, de hijos que vinieron y padres que se quedaron en Etiopía, hermanos que se quedaron. Los gritos «queremos a papa», «queremos a mama», no eran para las cámaras, sino reflejo de una realidad», rememora. «Hace dos años, finalmente, se decidió que se traería a los 8 mil que habían quedado allá, que eran de los Falashmura, que son quienes se alejaron del judaísmo y se convirtieron al cristianismo y dijeron luego que eso les había sido impuesto».
Desde 1996, todos los que llegaron a Israel son de los Falashmura. Se estima en total unos 20 mil. La mayoría ya está en el país.
«La política de absorción del Estado y el comportamiento de la sociedad nos dan motivos de crítica, por supuesto», analiza Cohen. «El sistema de estudios en clases sólo de alumnos etíopes, que en algunos casos se manifestó en que no los quisieron integrar a otras clases, no los aceptaron... es un problema. Los académicos , que son un 4% de la comunidad, tienen problemas para integrarse plenamente. Creo que se dedican muchos recursos a la integración de la comunidad de origen etíope, pero está claro que hay todavía mucho por hacer».
Sin embargo, Cohen, quien conoce el sistema desde adentro, responde categóricamente al preguntársele si de por medio hay una falta de voluntad de integrar a esta comunidad. «No, en absoluto. No creo que haya malas intenciones. No creo que nada pasa por ahí. El problema es que no se logra como se debería el éxito en la integración...».
Quejarse no es solución
«Hay problemas en la sociedad que deben ser solucionados , pero yo creo que parte de la culpa está en mi propia comunidad, lo cual me enoja», comenta la ya citada cantante Cabra Casay. «Hay que saber no sólo defender los derechos, sino también empujar hacia adelante; con quejarse no se llega a ningún lado».
El mayor Shato Matakie, oficial en las Fuerzas de Defensa de Israel, está convencido de que todo depende del desempeño de cada uno, de la forma en que se sale adelante. «Siempre les digo a mis hermanos menores que si ellos son excelentes en lo que hacen, todos los van a respetar. Depende de ellos; no hay que esperar a la aprobación de otros, sino hacer lo máximo para valer y hacerse respetar, para llegar a ser sobresaliente en todo lo que uno hace».
Él, a los 34 años, casado desde hace un tiempo («con una mujer blanca», cuenta riendo, aclarando que ella dudaba no por su color sino porque él le lleva varios años), no tiene dudas de que la sociedad permite avanzar, si uno lo vale. Sea como sea, en su servicio militar no tiene problemas.
«El ejército es un sistema jerárquico y si alguien causa algún problema, el tratamiento es clarísimo, las órdenes son terminantes. Aquí no tengo ningún problema, uno vale según como actúa, no según de dónde viene».
También Natmar Hillel ve la combinación. Es consciente de los problemas y ella misma se ha topado con incidentes puntuales desagradables. Pero su propia vida muestra que todos pueden abrirse camino y tener éxito, si actúan como deben. Y no lo dice por haberse casado con un blanco, ni porque Ari, su esposo, sea hijo del ex presidente del Parlamento israelí Shlomo Hillel, sino porque su condición de asistente social (por la cual, dicho sea de paso, conoció a Ari en la Universidad de Tel Aviv) le ha mostrado repetidamente que la educación abre puertas.
Claro está que junto a los casos sumamente exitosos (cantantes, modelos, académicos, médicos y hasta una diplomática de origen etíope en el servicio exterior, que hace pocos meses fue nombrada futura embajadora en su país natal) están los serios problemas. En el complejo mosaico de la integración entran en juego también piezas como el cambio cultural de por medio.
«Hay una fractura muy difícil en la estructura cultural de la familia», analiza Eli Cohen. «Cuando se logra fortalecer mucho a las mujeres, como ha pasado aquí con las inmigrantes de Etiopía, los hombres no siempre logran lidiar con ello, lo ven como un vuelco dramático muy grande».
Su resumen, sea como sea, refleja el gran desafío. «La absorción de los judíos oriundos de Etiopía no es un fracaso, pero el éxito no es suficiente. Todavía falta por hacer para una plena integración a la sociedad israelí. Creo que hacemos esfuerzos en este sentido, pero hay que hacer más».
Fuente: El Universal - México
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