Señor Presidente,
Francamente, al comenzar esta carta no me provocaba llamarlo de ese modo. Dicho título implica un mínimo de respeto.
Lo hago, sin embargo, porque es usted quien se expresa en nombre de los iraníes. Sobre las fotos, lo veo a usted ante multitudes, rostros y manos alzadas. Sin duda uno podría adivinar cierta forma de entusiasmo, en todo caso, de adhesión. Hemos conocido, en Europa, esas multitudes. Fue un mal momento para nosotros. Un período trágico del que seguimos arrastrando la vergüenza y la angustia.
Uno de los pueblos más cultos del mundo, un pueblo que había elevado en alto grado la filosofía, la música, la poesía, un pueblo que había asombrado a sus vecinos por su resplandor, se había hundido en el odio, la locura racial, la ignominia. Decenas de millones de individuos sufrieron, en su carne, su cultura, su dignidad, esa extraña barbarie que quería hacerse ver como un 'nuevo orden'. Fueron en primer lugar los ciudadanos de ese Estado, alemanes, luego y poco a poco los demás, todos los demás.