Hace 33 años nos dejó para siempre a los 80 años una mujer excepcional, símbolo de una época y de una lucha. Nacida en 1898 –año de importantes cambios mundiales, especialmente en España-, vio la luz por primera vez en Kiev, Ucrania, cuando aún reinaba el zar de todas las Rusias, Nicolás II, de la tristemente célebre dinastía de los Romanov.
Mujer de ideas claras siempre militó en la izquierda aunque su radicalismo disminuyó con el transcurrir de los años y maduró serenamente en las trincheras no solo en campo de batalla sino, también, en el de su pensamiento.
De carácter fuerte, pero mesurado, se forjó al calor de la lucha. En su niñez supo de penurias y sufrimiento –sus cinco hermanos mayores murieron de pequeños a causa de la pobreza y las enfermedades-, por ello su padre Moshé, un modesto carpintero, debió emigrar a los Estados Unidos en busca de sustento, dejando atrás a sus tres hijas menores junto a una madre autoritaria que supo educarlas y sacarlas adelante en ausencia de su progenitor. Su hermana pequeña se llamaba Tsipke y Sheine, la mayor, a la que ella siempre admiró por su coraje y valentía ya que desde muy joven se afilió a los círculos socialistas clandestinos, castigados duramente por la policía secreta del Zar, viviendo su familia -en sus propias carnes-, las persecuciones que asolaron a las minorías étnicas de principios del siglo XX.
Con el padre lejos y sumidas en la miseria, las cuatro mujeres se marcharon a Pinsk —ciudad bielorrusa desde 1991— en busca de mejor suerte. El hambre era a veces tal, que las pocas migajas alcanzaban a alimentar solamente a la pequeña Tsipke. Ella diría años más tarde: «Siempre sentía demasiado frío por fuera, y demasiado vacío por dentro».
Las actividades clandestinas de su hermana mayor, Sheine, comenzaron a amenazar la integridad física de la familia por lo que la madre decidió emigrar, junto a sus tres hijas, a Milwaukee, en Wisconsin, Estados Unidos, y reunirse allí con su esposo y padre de sus hijas. Aquellos primeros años en un país extranjero fueron de una dureza excepcional pero fraguaron el carácter de quien años más tarde sería conocida con el apodo de «la mujer de hierro».
Muchos y muchas ya lo habréis adivinado. Sí, os estoy hablando de Golda Mabovitch, nacida el día 3 de mayo de 1898 y fallecida un 8 de diciembre a los 80 años de edad en la capital de un Estado que ella misma ayudó a construir y a levantar treinta años antes. Os estoy hablando de Golda Meyerson –su apellido de casada- o Golda Meir, como fue mundialmente conocida.
Primer Ministra del Estado de Israel entre los años 1969 y 1974, dedicó su vida a la política y al fortalecimiento del Estado de Israel. En la década de 1956 a 1966 ejerció como Ministra de Relaciones Exteriores y, previamente, de 1949 a 1956 como Ministra de Trabajo y Seguridad Social.
Su máxima ambición frecuentemente declarada por ella misma fue ver a Israel aceptado por sus vecinos árabes y vivir en paz. Con firmeza y determinación, buscó la paz pero no logró alcanzar esos objetivos. «Nosotros decimos "paz" y el eco que vuelve desde el otro lado dice: "guerra"», se lamentó en alguna ocasión. «No queremos guerras, incluso cuando ganamos», repitió en más de una ocasión cuando era preguntada por el proceso de paz con sus vecinos árabes.
Nunca se fio del todo de los árabes y de sus intenciones de paz por lo que llegó a contestar a la pregunta de un estudiante de la Universidad de Princeton, EE.UU., sobre qué haría Israel si Arafat reconociese al Estado de Israel: «Hay un dicho en yídish que dice, "si mi abuela hubiese tenido ruedas, hubiese sido una carroza"».
«Las autoridades árabes no tendrán más remedio que sobreponerse al "shock" de vernos frente a frente en la mesa de negociaciones, y no en el campo de batalla», había dicho en más de una ocasión. Sin embargo, una de las frases que más se recuerdan de la genial Golda es «La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros».
La súbita muerte del primer ministro Levi Eshkol en febrero de 1969, encontró a Golda Meir alejada del gobierno a causa de su dolencia –padecía un cáncer-, pero aún era miembro de la Knéset. De entre varios candidatos laboristas que se postularon para sucederle, Meir fue sorprendentemente elegida para el cargo como candidato de compromiso. Al poco tiempo se celebraron las elecciones generales para la sexta legislatura de la Knéset, de las que salió respaldada por una holgada representación parlamentaria (56 de 120 escaños). Aun así, prefirió proseguir con el gobierno de coalición nacional, vigente desde la Guerra de los Seis Días, para lo que sumó a su gobierno a Menájem Beguin y a su agrupación de derechas.
De su periodo de gobierno se recuerdan los tristemente famosos ataques terroristas palestinos del año 1972: el secuestro del avión de la Compañía belga Sabena el 9 de mayo, célebre porque en su liberación participaron dos jóvenes militares, futuros Primeros Ministros de Israel, Ehud Barak y Benjamín Netanyahu; la masacre del Ejército Rojo Japonés en el aeropuerto internacional, el 30 de mayo, con un saldo de 25 víctimas; y más que todos, el asesinato de 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich, el 5 de septiembre. Golda Meir fue tajante y ordenó a los Servicios de Inteligencia israelíes (Mossad) dar alcance a todos los involucrados en la «Masacre de Múnich», en un operativo que dio en llamarse «Cólera Divina», y que ha sido llevado a la gran pantalla de la mano de Steven Spielberg en la película Múnich.
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