Era sólo un hombre. Un hombre como cualquier otro. Luchaba con los medios a su alcance contra la injusticia, el dolor, la muerte absurda. A medida que su accionar crecía, crecían también los aplausos y los ataques depende a qué molino creían llegaba el agua. Sólo que el hombre no tenía molino al cual llevar agua. Sólo le interesaba la justicia. No se encontraba atado a dogma ni a sectarismo alguno. No lo entendían. Se veía cada vez más identificado con aquél Hidalgo Caballero de un lugar de cuyo nombre no me acuerdo. Lamentaba vivir acompañado de mucha mediocridad, pero no la intelectual sino la de espíritu, la peor, la que no tiene cura ni remedio. Y fue así como sus opiniones en lugar de ser rebatidas con ideas eran atacadas personalmente.

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