La Ley Tal planteaba para los jaredim (ortodoxos de negro, que no aceptan la existencia del moderno Estado de Israel por razones teológicas), una solución para el tema del servicio militar que en su mayoría no cumplen.
Según el plan trazado en la mentada Ley, el estudiante de ieshivá estudiaría hasta los 20 años sin ser llamado a filas. A los 20 se le otorgaría un año de gracia, en el que podría salir de la ieshivá al mercado laboral, si así lo deseaba, sin que el ejército lo moleste. Al término de ese año debía optar: volver a la ieshivá para siempre, o salir al mercado del trabajo productivo. Si optaba por esto último, debía primero prestar un año de servicio civil, tal como lo hacen las mujeres religiosas sionistas.
Los laicos se opusieron porque se estaba legitimando por ley el no cumplimiento del servicio militar por parte de un sector visto como privilegiado. Los laicos, decían, damos tres años de servicio regular, y luego somos "soldados de tiempo completo con 11 meses de vacaciones", por hacer un mes anual en la reserva.
Yo, en cambio la apoyaba. El status quo en materia de religión y estado, con todos los beneficios a los religiosos, fue una manera que encontró Ben Gurión para permitir a los partidos religiosos acercarse a la estructura del Estado recién fundado y no boicotearlo, sin por eso renunciar a sus principios. Se trató pues, de un invento laico y no se podía venir luego con quejas al sector religioso.
Pero no todos los religiosos quieren ser estudiantes de ieshivá de por vida. Muchos quieren trabajar -de hecho muchos lo hacen-, pero otros no pueden hacerlo porque serían llamados al servicio militar, lo que está mal visto en sus comunidades, que los escupirían a la calle. Ir al ejército, para muchos, implica renunciar a su familia y su pertenencia. La Ley Tal les ofrecía un salvoconducto y los acercaba un paso más a la sociedad general.
En teoría todo perfecto. Pero hubo dos problemas, sin contar la oposición de los laicos: primero, que en los hechos muy pocos jaredim se acogieron a esta Ley supuestamente beneficiosa para ellos.
Segundo, lo que yo no tuve en cuenta en su momento: que se trataba de una ley. La forma que tiene la tradición política de Israel de arreglar sus entuertos entre mayoría y minorías es a través de acuerdos políticos, y no de leyes que fijan dichos acuerdos para siempre.
El precedente es la famosa y por suerte malograda Ley de Conversión. Sobre suelo israelí, la única conversión al judaísmo legítima, que da status válido para aspectos civiles como casamiento y divorcio, es la ortodoxa. Pero se trata de un acuerdo, logrado en su momento por el partido gobernante de turno para que los partidos religiosos no abandonaran la coalición.
En el momento que los religiosos usaron su poder de lobby para dar a dicho estado de cosas fuerza de ley, no sólo los conservadores y reformistas en Israel pusieron el grito en el cielo, sino que toda la judería norteamericana, en su mayoría conservadora y reformista, también se pararon sobre sus patas traseras. Y ellos sí tienen fuerza política en Israel.
Como crudamente me dijo por entonces un amigo, rabino en Nueva Jersey: "Si esta Ley de Conversión se aprueba, estarán creando un pueblo judío paralelo. Los judíos norteamericanos les podrán decir con justicia: 'Estan en su derecho de dictar leyes, pero si sancionan la Ley de Conversión, métanse su Estado en el trasero y no nos llamen más'".
Es decir, los judíos de la Diáspora pueden vivir con una situación en la que la conversión es tal y cual, pero no con una en la que dicha situación se cristaliza para siempre en ley.
Lo mismo se puede decir de la Ley Tal sobre el servicio militar para los jaredim. Yo estoy de acuerdo con su esencia, pero darle forma de ley a lo que podría haber sido otro acuerdo político, creó más problemas que soluciones.
Ahora, la Corte Suprema de Justicia anuló su continuación, y pasará a mejor vida. Los laicos pueden decir que se ha hecho justicia. Sólo que la discusión si Ley o no Ley, es una discusión de laicos. Muchas encuestas en la calle jaredí dan cuenta de que muy pocos, siquiera, han escuchado hablar de la Ley Tal. Y sobre ir al ejército: no los hagan reír.
Es decir, la Ley Tal no logró modificar nada. Su anulación, tampoco. Es tan solo una vuelta a lo que había antes, y las modificaciones, que se están produciendo en la calle -más jaredim trabajan, más van por motu proprio al ejército- no vendrán de la Knesset, sino de la tradición política israelí de trifulcas esporádicas, acuerdos de convivencia pacífica y evoluciones sociales silenciosas.