Casi todos conocemos la historia de Ruth. Cada año la vemos caminar cansada por los campos recogiendo gavillas, pero su historia no solo es conmovedora para el sentimiento, sino para la conciencia de la individuación del alma humana si la observamos en conjunto, desde la totalidad.
Hay muchos ángulos desde los cuales se puede leer la Biblia, pero hay uno que se expresa desde el margen, desde “la frontera” como si parte de la historia de este Libro se escribiera en el límite, al borde de la pérdida y del deseo, pero siempre y al final al borde de la esperanza cuando todo ya parece imposible.
La Historia de Ruth es una historia humana como tantas. La emigración, un matrimonio con dos hijos que se casan con mujeres moabitas, y la viudedad de tres mujeres. Es un relato sencillo y lleno de sobriedad que parece partir de la descripción de las simples condiciones de vida en lo material y sus necesidades, como la búsqueda de sustento en otros lugares que no son los de origen. Sin embargo detrás de esta “aparente” simplicidad, se esconden fundamentos “anímico- espirituales” que van a implicar un paso adelante en la evolución personal y colectiva. Al morir Elimelek, el marido de Noemí y sus dos hijos, esta invita a sus nueras a que vuelvan con sus madres y así como Orpáh vuelve finalmente a su casa, Ruth decide a pesar de todo quedarse con su suegra expresando con toda claridad su decisión de destino:
“Donde tu vayas, iré y donde tu mores, moraré, tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tu mueras, moriré yo y allí seré enterrada”
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