El Rabi de Rozin, a comienzos del siglo diecinueve, se encontraba en la cárcel, era Purim y se sentía asolado por su triste situación. Desde lo profundo de su dolor exclamó: "Dueño del Mundo quiero con toda mi alma darle un mishloaj manot a cada judío, pero no hay ninguno a mi alrededor. Por lo tanto he decidido que debo darte a Ti un mishloaj manot. Pero, Alabado, no tengo lo que darte... D´s mío, lo que te puedo dar son todas mis lágrimas como mishloaj manot. Te doy todas las lágrimas de todo el pueblo judío como mishloaj manot. Pero, Santo Bendito Sea, tú también me tienes que dar un mishloaj manot a mí. Te ruego y suplico que me des toda la alegría del cielo, lágrimas ya hemos tenido suficientes, danos por favor toda la alegría que hay en el cielo...".
El Rabi de Rozin se refiere al mishloaj manot, el envío de porciones de alimento entre los judíos, uno de los preceptos de Purim, como forma de interacción entre el hombre y la Divinidad. También menciona las lágrimas que el pueblo judío derramó a lo largo de la historia. Una parte de ellas, la encontramos en el siglo 16 y 17 cuando los judíos de España y Portugal fueron expulsados, y aquellos que decidieron quedarse se convirtieron al cristianismo en contra de su voluntad, viviendo el judaísmo en secreto, tal como Ester lo hizo en el palacio del Rey Asuero. Ester se convirtió en la heroína de los anusim, quienes ponían en peligro su vida para cumplir con la palabra divina. Ellos confiaban que el Altísimo premie su sacrificio y pueda tornar la desolación en alegría y la oscuridad en una gran luz. Los criptojudíos no podían compartir la comida festiva del día, por el riesgo que corrían, pero podían ayunar.
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