Un tribunal israelí dio hace pocos días un paso clave en la imposición de la ley y el respeto al gobierno de Derecho, al determinar que la compañía israelí de transportes "Egged" deberá indemnizar a una mujer por haberla obligado el conductor a sentarse en los asientos de atrás y no adelante, como quería, donde había hombres religiosos ya ubicados.
Ello está prohibido en Israel por una sentencia explícita de la Suprema Corte de Justicia, pero sectores ultraortodoxos seguros de su peso en determinadas zonas donde constituyen mayoría de la población, pretenden imponer otra práctica .
"No sé si la palabra victoria sirve para ésto, pero sí, es un paso importante y me alegra", comentó Jana, ganadora del juicio, de 60 años, residente en la ciudad de Rejovot. "Hay aquí quienes se ríen cuando oyen el término Suprema Corte, pero para mí, es una autoridad".
De por medio, de hecho, no está sólo el tema de la ley, sino la pregunta acerca de qué características debe tener la sociedad israelí. En medio de su libertad y plenitud democrática, hay sectores que pretenden introducir cambios ajenos al mundo de la gran mayoría de la ciudadanía. En nombre de una interpretación extrema de la religión, pretenden quitar a mujeres de carteles públicos, lograr una separación en la calle y hasta garantizar cajas separadas en los supermercados.
Eso , se diga lo que se diga, no es por un deseo de actuar con extrema modestia y de no ver mujeres que no sean las propias en situaciones que pueden provocar proximidad. La forma más clara de ver el fenómeno que algunos sectores ultraortodoxos intentan hacer cumplir, es un deseo de imponer su voluntad también sobre quienes viven de acuerdo a otros códigos. El hecho es que han salido a quejarse también organizaciones de mujeres religiosas, aclarando que eso no es judaísmo sino una interpretación oscura del mismo.
Los jueces de Israel volvieron, pues, a encender la luz.
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