Esta semana se cumplieron 45 años de la Guerra de los Seis Días. Parte de la población israelí veo hoy ese aniversario, como símbolo de redención. La otra parte, como símbolo casi de desgracia nacional.
Para los primeros, la fecha es un motivo de celebración, ya que a raíz de aquella conflagración, Israel llegó a las bíblicas Judea y Samaria (generalmente más conocidas como Cisjordania o la Margen Occidental del Jordán), cuna de la nación judía, que por cierto no nació en Tel Aviv.
Para los otros, lo destacable es que hace 45 años comenzó la ocupación de territorios habitados mayormente por palestinos, lo cual tuvo connotaciones negativas –nefastas afirman no pocos-para el propio Israel.
Unos y otros deben recordar que la guerra de los Seis Días en la cual en efecto fueron conquistados los territorios en cuestión, en disputa hasta hoy, fue impuesta a Israel. El Estado judío no se levantó una buena mañana con la intención de expandir sus fronteras hacia el Este en el frente Jordano y hacia el sur en el frente egipcio, sino que se vio empujado a defenderse en una situación en la que sus vecinos prometían una guerra de exterminio.