Los neumáticos no se detienen y la llovizna empaña las vidrieras mediocres de los suburbios porteños. Esa noche, presiente que el dinero será escaso y piensa en las agudas maldiciones, o la penitencia denigrante de su padrastro.
Antes de cruzar la avenida, queda mirando las hojas que el adelantado invierno sembró, como tapices, en la acera.
? ¡Qué colores bonitos! ¡Allí está mi preferido!
Hace frío. Para cubrir su pronunciado escote, levanta el cierre de la camperita con tachas. Del otro lado de la calle, tal vez, haya por lo menos, un cliente. La encandilan los faros de los automóviles. Anaranjados, rojizos…