Ningún estado de ánimo convoca tanta oposición como la tristeza. Apenas borramos la sonrisa y la gente se siente con derecho a intervenir en nuestras vidas: “¿Qué te pasa?”. A nadie le gusta presenciar la tristeza porque es contagiosa, porque hace pensar en los miles de motivos que existen para estar triste y porque ver el dolor, duele. Sin embargo, la tristeza alguna vez estuvo de moda, de la mano de la melancolía; recordemos el taeduim vitae de los griegos y el romanticismo que valoraba la tristeza por provenir de lo más profundo del ser humano. En cambio la alegría parecía superficial, tonta, popular: cualquier hijo de vecino podía estar alegre y reír todo el día. Era vulgar Hoy las cosas son diferentes. El signo de nuestra época es la alegría, el entusiasmo, las ganas de vivir. Las sonrisas acechan desde los maniquíes, los anuncios espectaculares, los comerciales. Están en boca de todos los edecanes, los vendedores, las recepcionistas. Todos queremos que nos atiendan con una sonrisa en la boca, negando los problemas, fingiendo que les alcanza el sueldo, que la vida les resulta fácil.
Leer artículo completo