El tren de vía estrecha se ondula serpenteando las afueras de Santabria, rumbo al Sur. Sus vagones ya no son de madera como antes, pero la atmósfera húmeda del exterior conserva aquellas sensaciones. La viajera tampoco es la misma o tal vez sí, recorrerá aquel trayecto, hecho cuantas veces y los recuerdos serán la compañía de este nuevo, quizá el propósito final.
Su rostro se refleja sobre la ventanilla y su mirada se pierde en el paisaje, que imita a una postal, viaja más allá del recorrido, memoriza aquellas melodías escapadas de una casa, escucha esas voces inteligibles, el griterío de los niños en el patio, las escapadas a hurtadillas del colegio y las posteriores penitencias y aflora una sonrisa, cómplice de sí.
Leer artículo completo