Tengo la sensación desde hace algún tiempo que un relente de fascismo y xenofobia se extiende por la sociedad israelí y no nos damos cuenta de ello.
Estamos en una pendiente resbaladiza y muy peligrosa. Liberman, Yishai y sus partidos impulsan constantemente iniciativas y una legislación que están en el límite. Cuando se suman todas esas iniciativas juntas, nos encontramos ante un cuadro que tiene que inquietar a quienes tememos por el carácter democrático de Israel.
Estoy de acuerdo con que una persona que adquiere una nacionalidad deba respetar las leyes del Estado correspondiente, pero ¿tendría que guardar "lealtad" al Estado? La lealtad a un Estado es un concepto manifiestamente fascista. En democracia, al contrario, son los Estados y sus instituciones y dirigentes quienes están al servicio del ciudadano y quienes deben ser leales a una constitución y al bienestar de los ciudadanos.
Liberman aprendió el concepto de democracia en las escuelas soviéticas; Yishai en los polémicos discursos del rabino Ovadia Yosef. El fascismo y la xenofobia no son una plaga sino doctrinas organizadas que hacen desaparecer el concepto de ciudadano, un concepto que está en el corazón mismo de la democracia. En el fascismo, el Estado es el valor más elevado, y los sujetos están obligados a serle leales hasta el infinito, y a servirle sin reservas.
Ésta es precisamente la percepción del fascista Liberman. En este sentido, la enmienda a la ley sobre la ciudadanía que presentó no es un problema sólo para los ciudadanos no judíos de Israel, sino para todos la ciudadanía preocupada por preservar el estatus de ciudadano. La opresión estructural de la minoría palestina no es un asunto de Liberman y de la extrema derecha, sino del movimiento laborista con sus aliados de derechas y de izquierdas a lo largo de estos sesenta años del Estado.
La innovación introducida por el ministro de Exteriores reside en el cambio de naturaleza del régimen, de Estado de apartheid se convierte en Estado fascista. Si en un Estado de apartheid la comunidad en el poder goza del estatus de soberanía, en un Estado fascista, ningún grupo de ciudadanos tiene ese estatus.
La ciudadanía no es un derecho que puede ser concedido o retirado, sino una parte integrante de una persona nacida ciudadana. El conflicto con la propuesta de Liberman no reside en la lealtad, sino en su conceptualización de la ciudadanía como privilegio, algo que es dado, y no integrado.
Les deseo un Feliz Año Nuevo.
Atte.
Rodolfo Kogan
Ashdod