Hola amigos,
Acabo de regresar de Buenos Aires. Les cuento mi experiencia de salida del aeropuerto Ben Gurión.
Me avisaron de que me presentara tres horas antes del vuelo.
Cuando llegué, en un mostrador, una chica seria y amable me invitó a que dejara allí la valija. La abrió y la deshizo sistemáticamente. Fue sacando todo lo que llevaba, media por media. Cuando la valija quedó vacía, la chica empezó a hacerla de nuevo, con una amplia sonrisa. Yo comprobé, admirado, el orden con el que iba colocando todo. Lo que había sido una maraña de cosas, se convirtió en un modelo de organización. Contemplar esa lección de arte combinatoria compensaba el haber llegado tan pronto al aeropuerto.
Después, un señor me hizo, en privado, algunas preguntas.
Me acordé que una vez leí que en el aeropuerto Ben Gurión unos agentes pidieron a un bailarín afroamericano que se pusiera a bailar. Naturalmente, es algo que puede provocar bromas o irritaciones de todo tipo. A mí me parece una petición mucho menos agresiva que obligarte a pasar por arcos de control, sacarte el cinturón, someterte a escáneres corporales y renunciar a la pasta dentrífica.
Interrogatorios, registros y controles diversos no son realmente agradables. Pero no creo que sean un trato de enemigo. Yo considero, precisamente, que más bien puede considerarse un trato de amigo. El aeropuerto quiere evitarte, hasta donde sea posible, poner en peligro tu seguridad.
Todos sabemos que hay amigos bastante pesados. Pero, si hay que elegir, prefiero a un amigo pesado que me amarga a ratos la vida que a un enemigo invisible que me la quita con indiferencia.
Pongamos un poco de humor: si al bailarín le hicieron bailar para estar seguros de su identidad y su profesión, la generalización del sistema convertiría a los aeropuertos en palacios de espectáculos. Los cantantes tendrían que cantar afinando para demostrar que lo son, y un arquitecto sería invitado a dibujar un plano sin errores.
Si van, paciencia y que tengan buen viaje.
Saul Pustelnik
Rishon LeZion