Sr. Director
El Estado judío de Israel es una realidad. Una necesidad del pueblo judío, sometido por prejuicios de diversas índoles: religiosos, étnicos, racionales e irracionales. Una necesidad también para lavar conciencias de naciones e ideologías que muchas veces hicieron de los judíos el chivo expiatorio de culpas indecorosamente atribuibles.
Los judíos y su religión no son atacables, siempre y cuando su constitución y ensamble sea religioso. Pero si su carácter es nacional, la situación se puede presentar y argumentar de manera diferente. Cuando los judíos se presentan y se identifican como un pueblo que además de religión tiene rasgos de nación, con derecho o pretensiones de independencia territorial, autodeterminación, bandera e himno nacional, ejército y leyes que les incumben, la situación es otra.
El sionismo es un término sencillo que ha sido y es uno de los más vilipendiados y distorsionados de la historia de los últimos cuarenta años. Con oscuras intenciones que ocultan, muchas veces, aquellas que pueden ser atribuidas al antisemitismo clásico y no puede aflorar directamente porque sencillamente no es correcto, ni elegante, ni defendible, ni sustentable.
Existen quienes desconocen el derecho de los judíos a tener un Estado. Un Estado que es viable, que ha demostrado ser exitoso, que representa básicamente la consolidación de un movimiento de liberación nacional. Pero un Estado que es incómodo porque se asienta en medio de un territorio global lleno de naciones que no son amigables y no reconocen su derecho a la existencia, o que en el mejor de los casos, la toleran a regañadientes. Occidente siente la presión de mayorías que detentan poderes económicos, oro negro, prejuicios y también elementos para infundir miedo y amenazas reales.
En nuestros días, Irán amenaza la existencia de Israel. Para Israel, Irán y su programa nuclear es una amenaza de vida o muerte. No es un escenario hipotético, ni lejano temporal o geográficamente. Occidente lo sabe, y enfrentarlo es incómodo, difícil y costoso en todos los sentidos. Si los judíos fueran sólo una religión, y no un pueblo con derechos nacionales, la cosa sería más sencilla y las conciencias estarían más tranquilas.
Enfrentar a Irán es complicado. Israel se juega la vida. Su independencia de acción primero, su propia supervivencia después. Occidente quiere tiempo, necesita ver qué pasa aunque sepa qué va a pasar. El sacrifico que se le exige a Israel es esperar, confiar que todo va a estar bien. Que las sanciones van a funcionar.
Occidente tiene la palabra. Israel, la acción. Quiera Dios que prive la buena voluntad de todos los hombres de bien y esta coyuntura no pase de ser un ejercicio mental de crueles conclusiones teóricas.
¡Jag Sameaj!
Fabiana Fleishman
Holón