Los años que fabriqué día y noche, noche y día, los consumí como si fueran el epílogo del preámbulo, y los disfruté tan intensamente como si de ellos fuera amante.
Los años son pétalos de la flor que era, la cual fuí deshojando como si estuviera hecha de corazón y sudor, de amor y pasión, de ternura y sensibilidad. Y cada pétalo que caía llevaba con él un poco de mi ver y entender, de mi sufrir y reír, de mi amar y perder, de mi esperanza.
Pero se me están negando los otros, aquéllos que esperan la llegada del rocío que el alba teje sin descanso para saciar mi sed de vivir; para alimentar mi deseo de felicidad; para masticar todas mis inquietudes. Así parece estar escrito entrelíneas en mi vida, y también en los titulares de primera plana de mi futuro, y, cómo no, en las instrucciones de uso de mi memoria.
Ya no llegará el momento en que todas las heridas abiertas cicatrizarán al compás de un poema interminable que pude haber recitado a los cuatro vientos - postrado a los pies de las estatuas de los fantasmas que vagan sin rumbo por los callejones de mi mitología interior - para que sus versos se escuchen y sean entendidos por griegos y troyanos, por semitas y chiítas, por serios y dementes, por sabios e ignorantes.
Debería haber sido ese un poema insonoro, un silencio de felicidad, un mutismo de alegría, un callar de emoción, una discurso sin palabras. Debería ser un cantar sin rima ni verso, sin ton ni son, en el que diría que sí, que el amor encontró su camino y finalmente gobierna soberano en el territorio de mi emoción, en el ámbito de mi sensibilidad, en el universo de mi cotidiano.
Recién entonces hubiera descubierto que soy el prólogo del paraíso, el verdugo del desamor. Talvez comprobaría que con tan solo quererlo podría transformar la lágrima en canción, el dolor en verso, la carencia en plenitud, la angustia en risa, la oscuridad en fe. Podría admitir que sería capaz - con apenas desearlo - de transformar la esperanza en realidad, los proyectos en resultados, pues sería la pluma con que la vida escribiría mi destino, y también el papel en el cual la mano del mismo dibujaría mi futuro.
Soy - en suma - producto y factor, causa y efecto, todo y nada, mucho y poco, grito y eco, y, sobre todo, no paso de ser lo que un día fui, y nada más seré de lo que he sido.
iQue lástima! No pude entender y aceptar que soy lo que soy y no lo que pensaba o pensaban que era. De haber sido así, como en un cuento de hadas, habría vivido feliz para siempre.
¡Shaná Tová!
Bruno Kampel
Suecia