Cannot get Tel Aviv location id in module mod_sp_weather. Please also make sure that you have inserted city name.

Todavía no estoy tan clara...

Voy a la peluquería a desenredar mi pelo y de paso verificar si es posible que los líquidos que ingresen a mi cabeza, la tiñan por dentro de una coloración dorada, como la de los chicos de cualquier publicidad.

El dorado que más me gusta es el de Robert Redford en la película "El Gran Gatsby". Una de las mejores adaptaciones, según mi opinión, llevadas al cine de una novela. En este caso, la del mismo nombre del discutido y para mí gran Scott Fitzgerald.

El color de Gatsby es un rubio cobrizo dorado. Técnicamente es un 7.34 - así se denominan las tonalidades en la paleta del pintor de pelos, con números - y un pelín de marrón-chocolate. Sin embargo no es eso lo que quiero lograr, sino esa distancia de Gatsby del resto de los personajes de la novela, a pesar de ser el dueño del circo y ese deseo firme y decidido de "hacerla", de llegar a lo que se propuso. Cuando digo dueño del circo, digo, dueño de las fiestas charlestonescas para esa flota de ricos ociosos que ofrece, con el único fin de ganarse a la dama de sus pensamientos, Daisy, una tonta Margarita, que flota en la misma flota. Fiestas, donde no sólo se tiraba manteca al techo, sino que no se les volvía a caer y manchar los flecos de los vestidos de las chicas Flappers. La fiesta de esos "años locos", como todo en la vida, terminó. Con tanto ruido que desembocó en una crisis. "The Party is over"; crisis del ´30.

Y cuando digo "hacerla" lo digo en el sentido de "ganar una cosa", por ejemplo, ganar amigos, ganar dinero, ganar lo que cada uno con trabajo quiso, según su deseo.

Del amor de Gastby por esa mujer que ni nombrar puedo, no me ocuparé o lo haré cuando sea el momento, si es que llega. ¡Ya se ocuparon tantos! En cambio, me interesa "el trabajo". El trabajo en serio, hasta sacrificial, ese que hay que roer, para que el hueso del deseo aparezca plasmado de algún modo. Esta oferta - el deseo es una oferta - viene con un pack de satisfacción garantizada bajo la forma de alegría, no se devuelve el dinero y el tiempo -verdadero tesoro a partir de un cierto momento de la vida- invertido que jamás será retribuido.

Toda vez que voy a la peluquería llevo un libro. Necesito sentir la presencia de él, aunque luego no lo lea, ya que me lo paso vigilando a la cortadora de pelos. En la oportunidad, prefiero "Aguafuertes porteñas" de Roberto Arlt antes que "Cartas a Milena" de Kafka.

Cuando consigo que la quetejedi saque la tijera de mi cabeza y acierte con el color - cosa que inevitablemente me trae un dolor de la zona donde ella labora -, mi pregunta recurrente es: ¿Quién me manda venir a la peluquería? Nadie. Sólo yo, gracias al ejército prusiano que tengo adentro de mi cabeza bajo la forma de Superyó que me ordena todo el tiempo hacer, trabajar. Todavía no "hacerla". Estoy en eso.

Finalmente consigo abrir el libro. Leo una página de la aguafuerte - ¡Atenti, nena que el tiempo pasa! - y súbitamente recuerdo una frase de Arlt de Los Lanzallamas: "El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo". Él de verdad también tenía un padre prusiano. Y un Superyó ídem.

Lo pienso seriamente y no me parece mal que así sea. Estoy de acuerdo. Hay un momento de la vida donde la debilidad y la postergación son el motín de los cobardes. ¡Qué claro -rubio-dorado-cobrizo que tengo todo! ¡Soy genial!, ¡Viva yo!

Me llaman para lavar el pelo. - Ya voy, grito, - esperá que busco un señalador. Es para ubicarlo en la segunda página de ¡Atenti, nena. - Entre los cincuenta que ofrece la peluquería como gentileza, además del café gratis, elijo el que dice: "En la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable y un amor inolvidable" todo con maripositas, florcitas y algo helicoidal que parece ese dibujo de los cromosomas que nos enseñaron en el secundario o un celuloide arruinado en forma de tirabuzón.

Mi padre, cuando algo no le gustaba, decía "me caigo y me levanto". Yo conozco otras alocuciones infinitamente más groseras, que por respeto a él no escribiré. Digamos que luego de leer las sentencias del señalador, me caí y me levanté con algunas cosas menos claras. Ese señalador fue como un cross de mandíbula que apuntó al corazón, para seguir con Arlt, que usaba esa metáfora, así como Cortázar.

Ya en la pileta, le digo a la colorista: - Por favor, oscureceme el pelo. Todavía no estoy tan clara. - ¿Perdón?

- Me falta trabajar más. Cuando llegue el momento, me vas a teñir de un rubio rabioso platinado tipo Lady Gaga más que el dorado tipo Gatsby. Todavía no estoy tan clara.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 5.6.11

Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.