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Futbolismo

La razón, ese instrumento que garantiza poder, era propiedad del género dominante. Pero, en nuestra pretensión imperialista, los hombres decidimos que no podíamos concederle al sexo opuesto la exclusivad de lo pasional. Entonces inventamos el fútbol.
 

Cuenta una leyenda que la pasión era el territorio femenino y la razón, el masculino. Claro, no era una leyenda, sino el producto de siglos de patriarcado y discriminación de la mujer.

La razón, ese instrumento que garantiza el poder, era propiedad del género dominante. Pero, en nuestra pretensión imperialista, los hombres decidimos que no podíamos concederle al sexo opuesto la exclusivad de lo pasional. Entonces inventamos el fútbol.

Es en el fútbol donde nosotros, teóricamente, nos permitimos todo. Como "un hombre macho que no debe llorar" (según cantaba Gardel, llorando), debimos construir complicados razonamientos que nos permitieran llorar, sufrir, desgarrarnos, recordar, ponernos melancólicos, dejar la garganta y la piel en el grito, y tantos otros comportamientos que exageran la falta de moderación para mostrar que son auténticos.

Una vez hecho esto, mirarmos a las mujeres con desprecio y les dijimos: "ustedes no pueden entender lo que sufrimos con la selección". Pero tampoco era cosa de ceder espacios; entonces inventamos en el fútbol el territorio perfecto, aquel que nos cede la posibilidad de la pasión pero sin renunciar al monopolio de la razón.

La razón futbolística - es decir, el saber - es también nuestro monopolio masculino: nadie puede saber de fútbol como nosotros - ¡habráse visto! - porque también implica entender no sólo las connotaciones sexuales machistas que vamos aprendiendo en la escuela desde el inicio de la adolescencia como "el pito del referí", "el fuerte roce entre las piernas" o "las pelotas afuera", imposibles de olvidar, sino también la sabiduría corporal de cómo parar una pelota con el pecho, nada menos.

Y para perfeccionar ese control absoluto, inventamos los más reservados secretos de la ley del offside, el tiro libre indirecto o la mano no intencional, cosas que ellas nunca podrán llegar a descifrar.

El invento nos resultó tan bueno que hasta nos dimos el lujo de seducir a las mujeres, que cansadas de tanta diferencia decidieron averiguar qué pasaba, y demostrar que podían hacerse fuertes en territorio ajeno; un error: jamás conseguirán que renunciemos al control de una invención tan trabajosa, original y casi inexplicable.

Con el tiempo encontramos también líderes políticos que nos enseñaron que la pasión no se vende, pero que ellos pueden vender cualquier cosa. Y para agregar un argumento, descubrimos que dicha pasión es fantástica para sobrevivir en tiempos de flotillas o terrorismo tan desgraciados como éstos.

Y luego, finalmente, nos dimos cuenta que no se trataba de ficciones ni invenciones ni razonamientos, sino de pura autenticidad, y nos lo creímos.

Entonces terminó el Mundial y nos despertamos hasta dentro de cuatro años.