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Qué es un hombre para una mujer

Existe en el habla una frase que se repite tanto como «lo que mata es la humedad»; es la de «son todos iguales». No por repetirla se convierte en verdadera, tal como sostenía cierto encumbrado jefe de propaganda de la era nazi. No. No son todos los hombres iguales. Tampoco lo son las mujeres.

Es cierto que existen determinadas características que hacen al universo femenino, así como hay otras que hacen al masculino. Distintos pasajes por diversas estructuras  - el Complejo de Edipo suele ser la más conocida de ellas - nos hablan de singularidades. Cada sujeto es particular dentro de una clasificación mayor mal llamada cuadro.

Por ejemplo, los hombres siempre se han preguntado qué quieren las mujeres, por qué son tan recontra difíciles de entender, qué tiene de malo ir a pescar tres días. Es Freud quien dice que precisamente la mujer encarna un enigma tanto para ellos como para ellas.

Las mujeres encarnan a esa Extranjera tanto para el bolsillo de la dama como el del caballero. ¡Recórcholis! Ahí nos vemos todos; tú, él, ella y yo. Claro que nosotras esbozamos respuestas que nos sostienen por un rato. Ellos permanecen ignorantes y asombrados.

Desde la infancia 

En la actualidad, y en especial en nuestro país, donde si no vas al analista estás loco, loco mal, se sabe que los padres juegan un papel decisivo en la posterior vida del infante. Pero se lo suele tomar con una lógica del tipo causa-efecto. No, no y no. Eso sería circunscribir los pequeños gestos de una historia a un reduccionismo extremo.

En general, son esos pequeños gestos o frustraciones de los padres durante la infancia del chico - tales como prohibirle una salida, denegarle un dinero o empujarlo a una acción del tipo 'andá, jugá con ese nene' - los que combinados con otros avatares en la adultez, devienen en síntomas. Y justamente nunca habrá educación que valga para los padres. La escuela para padres no funciona. Ser padres es ser fallidos por definición; en algo siempre la van a pifiar por más que se esmeren. Y si lo hacen, peor.

Ahora se ha puesto de moda la versión argentina de «In treatment» («En Terapia»), donde se puede ver a un «psi». Más allá del aspecto artístico, del contenido, de la producción o cómo me cae, diré algunas cosillas.

Imaginemos a alguien como él, pero que no juzga ni se va a las manos con un paciente. O sea, imaginemos algo que no existe en este envío televisivo. El psicoanálisis tampoco lo hace. No dice: esto está bien, aquello está mal y lo de más allá más o menos. Es una práctica del no punto de vista, no una moral. No hay lo normal o lo patológico, porque eso supondría un punto de vista. Es por eso que existen singularidades. Para lo normal y lo anormal dirigirse a la psicología.

Pensemos en una «buena madre», una psicoanalista quizás, estudiosa, buena onda con su hija, hablan de todo, sexo incluido. Eso no garantiza nada. No se trata de cómo se lleva la hija con la madre sino de algo más subterráneo y es cómo atravesó, por ejemplo, la estructura del Edipo, sus vericuetos y cuáles son las identificaciones que se llevó prendidas cual garrapatas de esta situación. Situación que habla de madre, padre, idas, pasajes atascamientos y demás vicisitudes.

Cuatro posibilidades   

Volviendo al tema de qué es un hombre para una mujer, dice Freud que éste puede representar cuatro cosas. Bueno, justamente cosas no. Enumera cuatro posibilidades de entrar en el magma femenino.

Puede entrar como sustituto del padre, tiene algún trazo del padre.

La segunda posibilidad es la que ocurre cuando él encarna lo que ella quisiera ser si fuera hombre. El tipo es guapetón, empilcha bien y habla mejor. Ella más que amarlo lo admira como si ella fuera él, como su doble narcisista. Se contempla a sí misma cuando lo mira. La agresividad que comporta este tipo de relación es mayúscula; te la regalo. Cuando se cae hace un ruido atroz.

La tercera posibilidad que enumera Freud es la del hombre que entra como hijo. El tipo no tiene carácter, no trabaja, no sabe arreglarse en la vida, tiene problemas con las drogas o el alcohol. Y ahí está ella, subsanando todo para que él sea suyo. Ella se garantiza un lugar, claro que de escasa vida sexual. Con una madre no se puede.

Hombre-Madre

La última es la del hombre que entra como una madre. Y ahí la hostilidad dirigida a la madre tuerce el rumbo. Se encamina y despliega sus alas hacia el señor, que casi nunca la ve venir. Es por esto que Freud dice que los segundos matrimonios suelen ser - para su época - más exitosos que los primeros, dado que la hostilidad ya se había despachado en la primera instancia. ¿Si viviera en la actualidad diría que recién en las quintas o sextas convivencias se estabiliza la cosa? Recomiendo leer alguna biografía de Liz Taylor, que se casó más de cinco veces.

La amiga de una amiga de una amiga tiene padres cuyo lema para con su hija es: ¡Casáte y terminá! Algo así como que el matrimonio te salva de cierto desvarío loco. Se aprecia a propósito de esta reseña, que resulta todo lo contrario. En ese momento comienza otro avatar, el de bancar y bancarse al otro durante un tiempo prudencial llamado años con las marcas de los atravesamientos al principio nombrados. Como se ve, no se trata de soplar y hacer botellas. Tal vez... un buen psicoanálisis... quién te dice... ayuda.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 24.6.12