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Odiamos tanto a...

Últimamente he escuchado la frase «odio a...» Madonna, Jennifer López, Gwyneth Paltrow y hasta George Clooney, sólo por nombrar algunos famosos que trascienden por algún atributo artístico y gozan de cierta popularidad.

Te pueden no gustar efectivamente, con lo cual basta decir que no son de tu agrado y se entenderá.

Pero decir «odio a...» denota otra cuestión. En realidad hay que leerlo como lo opuesto del enunciado que no da por resultado los amo, sino los envidio.

En principio, «odio» a los nombrados y a muchos otros porque les ha ido bien en la vida, se mantienen en los top ten del candelero de celebrities, se visten con ropa de excelente corte y caída, calzan aún mejor y marcan tendencia.

Por ejemplo, Madonna comienza a usar jogging de cintura baja y un sombrerito con el ala mirando al sudeste y se sabe que los fabricantes de esos pantalones le estarán agradecidos esa temporada. Y los fabricantes de sombreritos también. A la siguiente la emprenderá vaya uno a saber con qué otro estilo.

La Paltrow lleva un vestidito básico color beige - nude - y las casas de pret a porter se inundan de este color que emula una piel que nunca ha visto el sol. Clooney no se tiñe las canas y ahora les quedan bien hasta al menos pintado.

El discurso

En el modo de hablar, de proferir un discurso, se articula un modo de ser. Decir «odio a...» es hablar desde el resentimiento: el otro logró un lugar, sin duda imaginario, que al emisor le fue esquivo, del que carece.

El último gran odio que he escuchado se refiere a Sharon Stone. Que tampoco es una niña al igual que Madonna. Sí es bella por donde se la mire y tiene un acompañante o novio argentino. Por esto último no creo que haya demasiado odio. En nuestro país lo más común es tener un noviete argento.

No es lo mismo decir «queremos tanto» a Madonna porque a pesar de su edad y estatura es representativa de la chica gordita que llegó hace años. Y no cesa de permanecer activa. No se cansa de hacer giras mundiales, llenar estadios y es dueña de una irreverencia que a muchos seduce. Siempre he dicho que Madonna no es santa de mi devoción pero no la odio.

Envidia

Más allá de este escuetísimo muestrario no es odio aquello que mejor define la cuestión de «odiamos tanto a», sino la envidia en su función de mirada. Envidia viene de videre. Tiene relación con la mirada. Que es cosa distinta a los celos.

Se trata de un sentimiento que viene de la mirada emponzoñada y eso en buen y mal cristiano implica una cuota de resentimiento. El otro - Madonna, Jennifer López o Clooney - para el caso, se ofrece a la mirada como alguien satisfecho.

En la envidia deseamos eso que creemos que el otro tiene y lo hace feliz. Y lo más seguro es que si lo obtuviéramos no nos proporcionaría más que displacer. Porque el modo de satisfacción es absolutamente singular para cada uno.

Nos encontramos seducidos por la escena e imagen del otro más que por otra cosa.

A nadie se le ocurriría decir «odio a» Marie Curie, al también premio Nobel Federico Leloir o a Virginia Woolf. En ellos no se juega la prestancia de la imagen. Que fueran bien parecidos y se vistieran al último grito de la moda no afecta a su obra, a su producción.

La envidia es uno de los siete Pecados Capitales que en el mundo capitalista en que vivimos despliegan sus alas al por mayor y a precio de menudeo. Son pecados baratos, que deberíamos abolir. Pero acontecen más allá de uno.

Desconozco si la meditación y la respiración que por estas semanas se han instalado fuerte en nuestro país puedan desterrarlos. Pero me cuentan que, al menos quien realiza estos ejercicios, se encuentra preparado para detectarlos. Eso significa un gran avance en el caso de la envidia. Ya que detectado ese síntoma - veneno - será posible descomponerlo y analizarlo.

Por eso ¿no es mejor decir queremos tanto a Madonna, Clooney o a quien sea?

Las palabras que utilizamos no son ingenuas: muchas veces nos enferman y muchas otras pacifican, bajan decibeles, aplacan.

Y por lo mismo cuando odiemos, odiemos con justa razón, decididamente.

Personalmente odio el resentimiento y a su madre: la envidia. Y de ésta a la envidia sana, que es la peor de las envidias, porque es mentirosa; engaña. Es la pura y malsana envidia.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 16.9.12

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