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La suerte está echada

En todos los órdenes de la vida, dejar de rumiar - lo hago no lo hago - genera consecuencias impredecibles. Una vez que se toma la decisión de actuar, se da el "Alea iacta est" - la suerte está echada - ya nada será igual.

Desde que se me ocurrió utilizar esta lógica, mi vida cambió en todos los aspectos. Hasta en los más banales. Ya no rumio; sufro.

Un día, del que quisiera olvidarme, convoqué a tres gremios simultáneamente para aggiornar mi hogar. Mis inquietudes y preguntas se modificaron.

Ya no me preguntaba cuál era el sentido de la vida o ¿qué hiciste del amor que me juraste? Sino, ¿dónde están los papeles que dejé arriba de la mesa de luz ayer, Cacho? Cacho era el pintor, creo, o el electricista. Me cuesta recordar más de tres nombres nuevos simultáneamente. Había seis personas dando vueltas en lo que otrora llamaba "la recepción" de mi hogar.

Tampoco me interrogaba por el Ser heideggeriano y ¿Qué significa pensar? del mismo autor. Los reunía e interpelaba. ¿Cuándo piensan que se irán? ¿Algún pre supuesto, alguna idea de cuánto falta para que termine esta vida que estoy llevando? -Poco, contestaban al unísono. - ¿Cuánto es poco? En ese momento se iban.

Para el artista, porque los que me tocaron en mala suerte se consideraban artistas, la obra es un sustituto de deseos inconscientes. Y como decía Nabokov, "el divino detalle" los impulsa a retocar lo hecho al menos siete veces, aún cuando su obra se encuentre terminada.

Me pregunta Cacho, el pintor, creo. - Liz ¿Qué pasó con la barra negra que pinté ayer? Alguien la anduvo toqueteando. Yo no la dejé así.

- Fui yo. Yo la toqué.

- Esto no es obra suya. ¡Esto lo arruinó el carpintero! La tengo que pintar de nuevo. Córrase. Y desde ya le aviso que tarda en secar.

Me abro de brazos como una muñeca desbordada por la pasión, me tiro al suelo y le impido que se adelante.

- No pasarás, Cacho.

Cuando se acerca para levantarme, le muerdo el sombrerito de papel de diario que llevan desde siempre los pintores. - Liz, con el sombrerito no. Y se pone a trabajar en la barra.

La celebración del "divino detalle" nabokoviano la entiendo en relación con la prosa. Pero no respecto de una barra de madera que quedó igual que antes de las dieciséis manos de pintura y que tardó una semana más en secarse.

No entiendo, juro que tampoco entiendo. Que explote un televisor ¿no es un detalle que debería comunicarse a su dueño? O sea, yo. Parece que el sistema Nabokov no aplica en este sentido. Es un "pequeño detalle", ya no divino.

Cuando regreso a mi hogar encuentro una esquela: Liz, el televisor del escritorio no funciona más. ¿No debería alguno de los seis protagonistas de esta obra, darme un lugar de privilegio para que al menos me luzca con un parlamento dramático del tipo Antígona o Medea? Con un contenido menos trágico, se entiende. Más bien del tipo oda; alabanza. Después de todo no se mató ni a un hermano ni a dos hijos, temas sobre los que giran respectivamente ambas obras.

¡Pero me mataron un televisor que de alguna manera siempre formó parte de mi familia!

Me veo recitar lo que conozco del "Beatus Ille" - Feliz aquel - del poeta Horacio, a mi manera.

- ¡Feliz aquel que no contrata y paga por adelantado más del cincuenta por ciento de un presupuesto porque el contratado se ofende! ¡Feliz Aquel que advierte que un artista - pintor, carpintero, electricista - levemente contrariado siempre te puede dejar en la mitad de la obra y no podés estrenar! "¡Beatus Ille, Feliz aquel, que puede callar su boca durante tres meses y plantarse una sonrisa de oreja a oreja durante el mismo período!

Sé que la vida no viene con instrucciones de uso. Pero debería; es una gran pena. ¿Qué me dicen cuando luego de este tsunami hogareño un amigo opina?

- Che, ¿cuándo terminan con este desastre?

- Ya terminaron.

- ¡Ah! Quedó muy bien la cocina.

- Justo, la única que no fue maltratada en esta obra.

No hay derecho. Sólo reveses. Como era el destino para los griegos.

Lo que siempre se opone a una obra es la adversidad. Hasta que llega el día del estreno.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 18.9.11

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