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París - Buenos Aires

Los viajes tienen ese extraño encanto de un placer pasajero. Cuando concluyen, volvés al clima árido de lo cotidiano. En el registro propio de una burbuja de champán - no podía tratarse de otra clase de burbuja - llegamos a París.

A la Ciudad Luz le faltan bombitas en invierno, desenchufan algunas para ahorrar, pero eso sí, todo el mundo está conectado. Puedo afirmar, a costa de ser denostada por ciertos nostálgicos, que la clasificación Nuevo mundo y Viejo se ha barrido en pos de una sola categoría: el mundo hiperconectado. En este sentido París no se queda atrás. ¡Mon Dieu!

Les voy a resumir mi primera impresión del concurridísimo metro parisino. Si no tenés un I Pad - es la tableta normal o mini -, un I Phone - el teléfono con cientos de programas - o un I Pod - un reproductor de audio digital, pero no teléfono - no existís. Blackberry poco. Total que cuando viajo lo que más hago es mirar. No existo o existo en el modo depilación de piernas: estoy pero no estoy, como extraviada en el más allá. Todos estos utensilios de la vida hiperconectada pertenecen a la línea Apple. Justo cuando me aprendí la clasificación de la Manzana jobsiana, Samsung y siempre según mi impresión, viene sonando fuerte. Pero muy fuerte.

La lealtad a la marca me parece cosa del pasado. Si las operadoras de servicios - servidores - te ofrecen un mejor plan y para esto casi te obligan a cambiar de marca, hacia allá vamos. En la lógica de la economía de mercado el bolsillo manda. Todos los bolsillos; el del usuario así como el de los grandes monopolios. ¡Mon Dieu, a profitar se ha dicho!

No voy a decir que París bien vale una misa y más en estos tiempos en que Roma ha sacado protagonismo a la apabullante oferta de chic y glamour parisina. También estuve en Roma.

Ambas capitales valen lo que cuesta un viaje y marche una misa para la distante París y la campechana Roma. O sea, dos bellísimas ciudades con una personalidad bien marcada. Mientras la primera te echa un poco y por eso querés visitarla, la segunda te aloja.

Tengo amigos en París. Amigos que me invitaron a toda clase de delicadezas. Una entrañable compatriota nos invita a comer un domingo por la noche a su casa. ¡No hay problema, vamos!

Por la mañana otro amigo nos lleva casi a descubrir una París vacía, debido a unas de las tantas vacaciones escolares de su sistema educativo, y a que en todas partes del mundo un domingo por la mañana es día de turistas. El frío intenso y la nieve lo soportamos en un auto con calefacción.

De camino a casa de nuestra amiga, le pregunto a mi compañero si recuerda el piso donde vive V.

- No, pero no hay problema. Cuando lleguemos tocamos algún portero eléctrico y nos dicen cuál es el piso de V. - Okey - casi como disculpándome por no haber apelado a la viveza criolla en el momento de formular la pregunta. De todos modos algo ya no me sonaba en el recuerdo que tengo de la casa de V, donde he pasado unos días en otros viajes.

Dicho y hecho, che. El portero eléctrico tal cual lo conocemos en nuestra tierra no existe. Es un código que hay que conocer y recordar, de otro modo no entrás.

Y así fue como un domingo por la noche recorrimos muchas cuadras - menos que las 28 que camina Juana Molina en busca de Wi Fi en la publicidad de Claro - hasta llegar a un Mc Donald donde existía Wi Fi. Claro que para que sea eficaz debe funcionar. En un ataque de melancólica nostalgia por el siglo XX acudí a la comunicación 0.0. Me planté delante de un chico y le rogué en un inglés afrancesado: «Si no me prestás el celular me mato». Me lo prestó, no me maté. Hablé con V, quien no contenta con pasarme el código aseguró que bajaba a la calle.

Y lo hizo. Un domingo de invierno por la noche en París no hay nadie en la calle. De repente escucho una voz que grita. ¿Liz, estás ahí? Créanme que cuando digo que a la Ciudad Luz le faltan bombitas es cierto: no se veía nada. La voz continúa. - ¿Dónde están chicos? - Acá. - ¿Dónde?

Cuando nos encontramos nos abrazamos como en una película de la dulce Francia ocupada por los nazis.

Nuestra amiga en un ejemplo de conectividad al palo nos dijo mientras abría la pantalla de su Mac - hablen con M, mientras preparo la comida.

Comimos riquísimo conversando con una pantalla virtual de nuestra cuarta mosquetera, que se hallaba en Buenos Aires.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 31.3.13

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