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Roma: un día particular

Todos los caminos conducen a Roma, sólo que algunos más, especialmente cuando quedás en encontrarte con amigos procedentes de Buenos Aires. Así las cosas bajamos de la sofisticada y silenciosa Milán a la Ciudad Eterna.

Eso era otro palpitar. Me sentí como en mi propia casa: gente despotricando contra los políticos, éstos llamando a votar en las elecciones que se realizarían el domingo 24 de febrero y pedían fervientemente no equivocarse. Uno siempre se equivoca, a veces más, otras menos, de eso se trata la vida. El resultado lo conocemos después - a posteriori - con el curso de los acontecimientos. En política ni te cuento. Por eso mejor no te cuento; están los diarios para enterarse qué sucede en Italia.

Días antes de la consagración de Francisco el Vaticano ya era una fiesta. Corría un aire fresco en la larga pero rápida cola para entrar. Ahora - siempre después - sabemos que la alegría no es sólo brasileña.

Se me había metido en la cabeza conocer el Museo Nacional de Arte del siglo XXI inaugurado en el 2010 y diseñado por la archi famosa arquitecta Zaha Hadid. No fue fácil convencer a tres adultos mayores visitarlo ni encontrarlo. Está fuera del circuito turístico, pero cerca de los vecinos del barrio Flaminia, que supuse debían conocerlo. Otra vez más me equivocaba. El taxi que nos llevó, a quien aseguré que era italiana para que no nos paseara pero había tenido un episodio de amnesia verbal, tenía una leve sospecha de haber visto un edificio grande y blanco. Como una ballena, observó. Un lugareño nos dijo que quedaba a seis cuadras a la derecha del lugar donde nos encontrábamos. Otro afirmó que eran seis las cuadras pero hacia la izquierda, a la siniestra. Por obra del azar y nuestras piernas lo vimos.

Cuando llegamos las caras largas de mis amigos se estiraron aún más. - Ché, miren algo, así cuando les pregunten dentro de veinte años por el lugar puedan contestar: - Yo estuve ahí y no me gustó - Sin duda otro hubiese sido el resultado de haber encontrado un guía que entendiera de esas fluidas líneas que definen un espacio abierto que parece como si te tragara. Mis amigos no la estaban pasando bien. Demasiado contemporáneo para ellos.

Entendí que esas caras sólo podían cambiar si volvíamos a la antigua Roma. Hicimos una escala en el Panteón, donde nos sentamos a descansar un rato más que prudencial. Porque los pies - cansados - se reflejan en las caras que comienzan a experimentar mutaciones que nos demuestran que Roma es la Ciudad Eterna, pero nosotros no.

Repuestos de la ajetreada tarea de ser turista, o sea querer ver más de lo que tus piernas te permiten, desembocamos en la Fontana de Trevi. Días antes había visto por la televisión italiana «La dolce vita» de Fellini y unos meses antes la había estudiado con fruición.

Es famosa la escena donde Anita Ekberg - Sylvia en la película - representa el epítome de la «diva» norteamericana con todos sus mohines, sus tetas al aire, sumergiéndose en la fuente. Como si a una estrella perteneciente al «star system» no le correspondiera otra cosa que una tina de estas características. Lleva ese vestido negro strapless que la hizo famosa, su piel blanca y el cuello tirado hacia atrás con lo cual el pelo rubio ondea sobre sus hombros. Cuando encuentra un gatito lo coloca sobre su cabeza. El minino merece un lugar en el pedestal que ella representa. Y llama a Marcello - Mastroianni - que en el film conserva su nombre - con voz chillona que da sexy de los 60 - Ven, Marcello, Marcello - apúrate. Tanto le insiste que el pobre periodista que es Marcello, quien puso de moda los oscuros Ray-Ban, se zambulle con ella hasta que la saca. Lo interesante es la frase que pronuncia: Estoy cometiendo un error, todos cometemos errores.

El error, el equívoco pareciera estar en la cuna del alma italiana, dispuestos a transitarlo, como sabiendo que no existe otra posibilidad más que experimentarlo. Para luego saber si se trató de un acierto o una inexactitud. No sucede lo mismo con países anglosajones donde el equívoco hay que desmantelarlo desde el principio, como si esto fuera posible.

¿Será por eso que me sentí en casa durante mi estadía en Roma? Por aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y tres y cuatro y cinco.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 7.4.13

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