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Estoy remota

Angela DavisEl 1º de mayo, día del trabajador - como reconocimiento no se trabaja en muchos países del mundo - me dispuse a leer un artículo que había reservado para la ocasión. Estaba firmado por el crítico literario más vendido, no sé si leído, Harold Bloom.

Ya en las primeras líneas se hace referencia a su relevante libro «El canon Occidental» así como a su «amor» por Shakespeare.

Sin embargo, el grueso del texto se refería a su libro «La religión americana», que en realidad debería entenderse como norteamericana. Un mes antes terminé de leer «Pastoral americana» de mi querido Philip Roth. Dos libros cuyos títulos llevan la palabra «americano» no dejaron de llamar mi atención y hasta provocaron cierta sorpresa. Quise refrescar unas líneas que había escrito respecto de este último libro.

Antes de encender la computadora donde guardo el material, preparé un rico café, pasé por Facebook, releí mails y entré a la carpeta correspondiente.

Aparece una frase del tipo: No se encuentra el archivo, carpeta, ya no me importa qué dice, pero de innegable signo negativo. NO. Intento buscar en otros sitios del ordenador y nada.

Días antes, con el afán un tanto obsesivo de tener la computadora principal - aquella que luce oronda en el escritorio, pipi cucú - o sea, con memoria para tirar al techo y antivirus de alta gama, vino el muchacho que la atiende. Diagnosticó un par de elementos que debían ser actualizados según los últimos dictados de la moda tecno; se la lleva, me la devuelve y parte hacia Venezuela. Cuando advierto esta falta le escribo un mail informándole de la aparente e inofensiva - hasta ese momento - desaparición de textos.

La palabra «desaparecido» tiene una fea y fuerte impronta en el habla argentina, por desgracia. Me recuerda la frase proferida por un señor de bigotes cuyo apellido termina en «la». Comienza entonces un vendaval de mails de Argentina a Venezuela y viceversa, que no se lo deseo a nadie y menos en el día del trabajador.

El muchacho decide intentar reparar remotamente el vacío de mi archivo, supongo que desde una playa con su novia y un daiquiri en mano.

En ese momento comienza la segunda fase del «operativo rescate» que me tuvo cuarenta y siete horas delante de la computadora. Remotamente, significa que el argentino veraneante en Venezuela necesita de mí cada tanto, no porque me extrañe sino para que le pase contraseñas que pierde rigurosamente cada media hora. Entiendo que entre zambullida al mar y zambullida se le van de la cabeza los cuatro dígitos que tiene que rememorar.

Intuyo que el daiquiri le cae mal. Cuando me escribe: «Liz, adjuntá, abrí, cerrá, volvé a cerrar, no respires, respirá, decí treinta y tres» ya no me caben dudas: el daiquiri le daña las neuronas cuya función consiste en restituir lo desaparecido. Y cuando digo desaparecido me refiero no sólo al texto de Philip Roth, no, sino a todo lo que vengo escribiendo desde hace años. Obvio que backapeo mucho, pero no todo.

Le pregunto ¿cómo voy a adjuntar algo que no existe? No me contesta. En cambio, veo el cursor moviéndose en mi pantalla como el Gran Nijinski, con movimientos espasmódicos. Sabemos cómo terminó el bailarín ruso: mal.

Como aún tengo esperanzas en la recuperación del material, mi pregunta principal hacia las doce menos cuarto del 1º de mayo, es si mi pelo hasta ese día lacio, que se ha rizado dejándome re-mota como Angela Davis en los '70 o Michael Jackson antes de ser el que conocimos, cuando era el niño de los Jackson Five, quedará así por siempre. Mi cabeza se ha transformado en mota. ¿Qué digo? Remota.

Como todo en la vida, la operación rescate comienza a llegar a su fin, luego de casi dos días de trabajo de parte de ambos; no lo niego. - Es muy raro que se haya borrado mágicamente - dice él, para acotar que - seguramente se «infectaron» tus archivos - que es como decir en idioma médico «alergia», o sea algo que siempre está a la mano de cualquier diagnóstico no severo.

Mis textos no se recuperaron. El muchacho sigue en Venezuela. Mi pelo continúa re-moto.

Lo que sí puedo decir es que la Técnica, como un derivado de la Ciencia ignora al sujeto, como diría Heidegger.

Afortunadamente me siguen interesando muchísimo más Shakespeare y Zuckerman, el alter ego de Philip Roth, que ese sistema binario de la computación. Aunque me sirvo de ella y le reconozco su fuerza innovadora, si no puedo recuperar mis textos, su potencial tiene un límite más bajo que cualquier texto. Y mirá lo que te digo, cualquiera.

Fuente: Diario El Día de La Plata; Revista Domingo; 12.5.13

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