El problema aquí no es la esencia, sino más bien, el estilo. Nos hemos vuelto un país de comentaristas, de gacetillas de chismes, terreno fértil para la difamación que sustituye cualquier posibilidad de discusión directa sobre las cosas mismas.
Quiero hacer una declaración especialmente revolucionaria: Hemos tenido un buen año. No fue perfecto, por supuesto, ni siquiera excelente. Pero, sin dudas, fue uno decente.
Según Newsweek, vivimos en un estado que ocupa el puesto número 22 en el mundo en términos de la calidad de vida que ofrece. Puede parecer una posición muy baja en el ranking, pero en realidad nos sitúa dentro del selecto 25% de los estados del mundo, un punto por encima de Italia y sus tallarines.
El ingreso anual per cápita de Israel es de aproximadamente 30.000 dólares, al igual que Finlandia y Nueva Zelanda. Además, es un secreto a voces que amplias partes de nuestra población ultraortodoxa y árabe menguan nuestro promedio nacional, ya que, por diversas razones, no participan del mercado laboral. Si se los elimina de las estadísticas, nos situamos en un lugar mucho más alto, junto a los estados más desarrollados de Europa occidental.
Por tal razón, fuimos aceptados en la OCDE este año. Mucha gente no sabe muy bien lo que es eso: Bueno, se trata de un club; un club exclusivo, de cuero acolchado, al que pertenecen los estados que sólo deben a sí mismos su éxito en la vida.
Mientras tanto, desde hace más de tres años al día de hoy, no hemos sufrido un ataque suicida. Con la excepción de un penoso incidente en la frontera con el Líbano, nuestras fronteras se han mantenido calmas todo el año. Otro incidente fronterizo tuvo lugar cuando un funcionario del Ministerio de Interior negó la entrada al profesor Noam Chomsky, quien llegaba desde Jordania con el fin de dar una conferencia en la Universidad de Birzeit. Como alguien que ha leído algunas conferencias de Chomsky, creo que el funcionario tenía razón: Los palestinos ya sufren bastante con la situación actual.
Ah, y hemos encontrado gas.
Por otra parte, los activistas del medio ambiente, es decir, esos tipos con rastas que parecen necesitar con urgencia una ducha, ganaron su lucha por la playa Palmajim. Al final, resultó que los tiburones de bienes raíces no siempre dominan las cosas por aquí.
Del lado de la cultura, Adir Miller plasmó una inolvidable actuación en una película sobre los supervivientes del Holocausto, Meir Shalev publicó un nuevo libro, decenas de miles de personas fueron a ver una exposición de Tzadoc Ben-David en el Museo de Tel Aviv, Leonard Cohen hizo que otras decenas de miles de personas fueran a escuchar su voz ronca en el Estadio Ramat Gan, obtener entradas para Aida en Massada fue imposible, y se completaron los trabajos de renovación del Museo de Israel en Jerusalén.
Por encima de todo eso, seglares y religiosos israelíes estudiaron juntos la Torá en todo el país, en la víspera de Shavuot. Sólo unos pocos países pueden ostentar una vida cultural tan diversa y animada.
Y también es delicioso por estos lugares. Comida casera en el Mercado de Majané Yehuda en Jerusalén, Bar de tapas en Beersheba, pescado Idy en Ashdod, los desayunos en casa de Shiri, en Rosh Pina, con bollos pequeños; berenjena rellena con queso en Al-Babour, en Umm al-Fahm; la pizza de Helena, en Cesarea; los almuerzos especiales que se sirven en los Sábados en Rafael, con vistas a la playa de Tel Aviv; y la shawarma de Hazan, en Haifa. Dios mío, empiezo mi dieta mañana.
Nuestro ganador del Premio Nobel
"Por primera vez, alcanzamos un acuerdo nacional sobre el concepto de dos estados para dos pueblos" (Binyamín Netanyahu en el inicio de una sesión de gobierno, hace un año.)
"La tasa de crecimiento en los primeros seis meses del año se situó en 4%, frente al crecimiento negativo de 1,5%, para el mismo período del año pasado (Informe de la Oficina Central de Estadísticas, la semana pasada).
Ah, y Ada Yonath ganó el Premio Nobel.
Mientras tanto, la estrella del baloncesto local, Omri Casspi, tuvo una maravillosa temporada como novato en la NBA, mientras que el astro del fútbol local, Yossi Benayoun, firmó un contrato con el campeón inglés, Chelsea.
Por otro lado, el asunto de las niñas sefaradíes en Emmanuel demostró que una abrumadora mayoría de israelíes rechazan de todo corazón el racismo étnico y están dispuestos a luchar contra él. La marcha de Guilad Shalit y la lucha en nombre de los hijos de los trabajadores extranjeros son una prueba de que los israelíes están dispuestos a tomar la calle por un objetivo considerado en su justa dignidad.
Los Túneles de Carmel, en Haifa, se inauguraron seis meses antes de cumplirse el plazo final; la Agencia Espacial de Israel firmó un acuerdo de cooperación con la NASA (para trazar la cartografía de Venus), y nuestro gobierno destina 50 millones de shékels (aproximadamente, 14 millones de dólares) para mejorar el servicio en las oficinas de gobierno.
Fue un buen año, pero nos sentimos mal. No a causa de la flotilla, o por el documento Galant, sino más bien, porque, actualmente, el discurso en el Estado de Israel es francamente terrible. El tipo de diálogo en el que nos ocupamos es violento, superficial y, en sí mismo, erróneo. Nadie escucha, nadie permite que alguien más acabe una frase siquiera, y todo resulta ser siempre algo personal, insultante, y automáticamente clasificado en "a favor de nosotros" o "contra nosotros" - y los que están contra nosotros son necesariamente unos corruptos mentirosos.
Hemos perdido el rasgo más elemental de la civilización: la capacidad de escuchar a alguien que piensa diferente, y aceptar que puede tener razón.
El problema aquí no es la esencia, sino más bien, el estilo. Nos hemos vuelto un país de comentaristas, de gacetillas de chismes, terreno fértil para la difamación que sustituye cualquier posibilidad de discusión directa sobre las cosas mismas.
Israel, un país de contrastes, debe encontrar una manera de restaurar el diálogo consigo mismo. De lo contrario, también nos sentiremos mal el año que viene.
Fuente: Yediot Aharonot - 30.8.10
Traducción: Argentina.co.il