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Jerusalén 2010 - Entre fiestas y problemas

El Día de Jerusalén - "Iom Ierushalaim" - que recuerda, según el calendario hebreo, aquel 8 de junio de 1967, es una de las fechas claves de la agenda oficial de Israel. La capital de Israel se vistió de fiesta, con banderas, bailes y espectáculos especiales al cumplirse 43 años desde la reunificación de la ciudad.


Hay ceremonias formales, la Municipalidad organiza recorridas gratuitas por la ciudad, el intendente ofrece una recepción festiva y hasta se convoca a los jerosolimitanos a espectáculos atractivos a precios irrisorios.

Es oportuno que se celebre. Jerusalén es la capital de Israel y el símbolo máximo del vínculo entre el pueblo judío y la tierra de Israel. Durante años los judíos no tuvieron acceso a su santuario más sagrado, el Muro de los Lamentos, en la Ciudad Vieja, por la realidad de guerra creada tras la ofensiva árabe de 1948.

Desde la conquista de la Ciudad Vieja en la Guerra de los Seis Días, hace 43 años, no sólo que esa limitación desapareció, sino que tanto judíos como musulmanes y cristianos pueden llegar a sus respectivos santuarios sin problema.

Es cierto que en épocas de  tensión y serias advertencias de seguridad, en base a hechos concretos en el terreno, la policía israelí veda el paso a las mezquitas a jóvenes hasta determinada edad y a musulmanes que no tienen cédula israelí. No nos gusta la limitación, pero nos consta que se impone únicamente cuando la tensión es tal que la falta del cuidado extremo podría desembocar en una situación peor todavía, peligrosa para todos.

También es cierto que palestinos cristianos de Belén, no siempre pueden entrar a Jerusalén sin limitaciones, lo cual en principio les impide llegar, por ejemplo, al Santo Sepulcro. Pero eso nada tiene que ver con la libertad religiosa en Jerusalén sino con la situación compleja y de conflicto que aún se vive con los palestinos, por la cual el pasaje no es abierto como antes y pueden entrar a territorio israelí sólo quienes tienen permisos especiales.

Pero basta con visitar Jerusalén para ver en sus calles ese impresionante mosaico de judíos seculares y religiosos con sus distintos matices, peregrinos y sacerdotes de variadísimas comunidades cristianas, árabes con su típica "kefía", turistas extranjeros de diversas procedencias, de todo un poco, todos los grupos humanos que uno pueda concebir. Y todos se cruzan con normalidad.

La grandeza de Jerusalén, su significado especial en la historia judía y, más que nada, en el corazón del pueblo judío, no puede, sin embargo, hacer olvidar los problemas.

Por todo lo que antes comentamos, las autoridades israelíes suelen hablar mucho de Jerusalén. A un símbolo, y muy especialmente cuando tiene raíces históricas seguras y firmes, no se renuncia. Pero deberían acompañar sus rimbombantes declaraciones, con una actitud más coherente, destinada a fortalecer realmente a la ciudad.

La capital de Israel será fuerte no sólo si se construye más y más en el anillo de barrios judíos erigidos a su alrededor desde 1967. Es un tema polémico, claro está, pero la intención fue siempre proteger a Jerusalén envolviéndola desde "afuera", aunque todos esos barrios son hoy parte integral de la ciudad.

Jerusalén necesita inversiones, un apoyo oficial masivo, una economía vibrante, para atraer cada vez más jóvenes en lugar de ver una balanza negativa entre quienes la abandonan y los que se suman a ella.

El fenómeno de los israelíes más que nada seculares que dejan Jerusalén - aunque hay también quienes vienen a residir en ella - se debe más que nada a la problemática de su demografía. La prueba está en que sólo casi la cuarta parte de los alumnos que estudian hoy en la ciudad son de corrientes sionistas.

Hoy en día, de los casi 150.000 alumnos en las distintas instituciones educativas judías de Jerusalén, más de 92.000 son de la llamada corriente "haredí", o sea los ultraortodoxos. El problema al respecto es que se trata de un sector que recibe financiación oficial, pero cuyos contenidos son independientes; no incluyen siempre las materias básicas obligatorias en otras escuelas, sino que se concentran mayormente en los estudios judaicos y que en gran parte de los casos son instituciones antisionistas. A ellos se suman más de 61.000 alumnos en la red árabe de estudios, con su propia evidente problemática.

Claro que hay aquí procesos demográficos inevitables. Las familias ultraortodoxas y las árabes, tienen numerosos hijos, lo cual se refleja directamente en la cantidad de alumnos registrados. Pero la dedicación del gobierno podría incidir. Y no sólo anunciando dramáticamente que "seguiremos construyendo siempre en toda Jerusalén.

Como consecuencia del ataque árabe en 1948, Jerusalén quedó dividida. Sin esa agresión, para pesar del entonces naciente Israel pero aceptado por su liderazgo debido al deseo de crear el Estado respetando la legalidad internacional, el estatus de la ciudad habría sido el de un "corpus separatum" bajo control internacional, tal cual había determinado la ONU.

Precisamente porque el pueblo de Israel recuerda esos años sin acceso a la Ciudad Vieja, con disparos de francotiradores jordanos hacia todo aquel que intentaba acercarse, porque recuerda que las lápidas del cementerio en el Monte de los Olivos fueron usadas para pavimentar calles o como letrinas, y porque tiene presente las sinagogas destruidas, por todo eso, hay que garantizar que Jerusalén no sea sólo un símbolo y que la política respecto a la ciudad sea inteligente y mesurada. Firme y sabia al mismo tiempo.

Los errores del pasado ya fueron cometidos, como incluir en el perímetro municipal a aldeas y zonas árabes que nada tenían que ver con la ciudad y por cierto no con su legado judío, lo cual significa que casi 300.000 palestinos formalmente residentes en Jerusalén tienen hoy residencia permanente de Israel, cédula azul israelí, reciben subvenciones del Seguro Social Nacional, pero votan en gran medida por Hamás en las elecciones palestinas. Una locura total.

Pero de ahora en adelante se puede actuar con inteligencia.

Recordar el significado histórico y religioso de Jerusalén es sin duda clave. Además, es justo, dado que ha sido capital sólo de los judíos y ningún imperio ni dominio extranjero - tampoco árabe - la convirtió nunca en su capital.

Pero no es suficiente.

Jerusalén debe ser un ejemplo de unidad y de las ventajas de la soberanía israelí en la ciudad. Pero los diferentes sectores de la población que la componen, viven en mundos diferentes, totalmente extraños entre si. A nuestro criterio, permitir a judíos construir en barrios puramente árabes - inclusive si éstos eran antes, históricamente, barrios de mayoría judía - equivale, en la constelación política actual, a una provocación innecesaria que debilita a Jerusalén en lugar de confirmarla en la visión del mundo todo como lo que es: la capital indiscutida del Estado de Israel y del pueblo judío.

Cada tanto estallan hacia afuera las tensiones entre la población secular o al menos no religiosa (hay muchos matices de por medio) y sectores ultraortodoxos que desean imponer su forma de vida a los demás. No son todos y sería injusto generalizar. Pero como sucede generalmente, los fanáticos manchan a los demás y son los que hacen más ruido. Así sucedió meses atrás en las protestas violentas por la apertura de un estacionamiento municipal durante el Shabat, aunque no se trataba de un barrio religioso cerrado al tráfico.

Esa división no va a desaparecer.

En medio de este complejo mosaico y aún sin olvidar ninguno de estos problemas, aún con preocupación por el futuro, Jerusalén sigue siendo un verdadero tesoro.

El hecho es que sus calles están llenas de israelíes, árabes y extranjeros, de judíos, cristianos y musulmanes, estudiantes jóvenes que la colmaron de cantinas y clubs nocturnos en los últimos años, de cafés repletos de gente a toda hora con una sensación de vida vibrante. En sus hospitales, médicos judíos y árabes atienden a pacientes judíos y árabes y en la Universidad Hebrea comparten las salas jóvenes de las más variadas procedencias y religiones. El Teatro Jerusalem y otras instituciones culturales de la capital presentan variados espectáculos y son un foco de atracción a nivel mundial.

Las callejuelas de la Ciudad vieja, con su historia milenaria y sus peregrinos emocionados, se combinan con los mercados multicolores y con la construcción moderna. Y eso que ni comentamos todavía sobre los atardeceres en Jerusalén, el Shabat tan singular en la ciudad, las callecitas con sus historias y el lugar que a pesar de todo y por todo, ocupará siempre Jerusalén en nuestro corazón. Por su historia, por su significado, por su importancia desde siempre para el pueblo judío.

Por todo eso, auguremos a Jerusalén, en su día, que no sea símbolo de conflicto sino de entendimiento. Que no sea vista como el obstáculo para un acuerdo político, sino que sirva de ejemplo para lograrlo. Y que tenga paz, mucha paz. Para todos sus hijos. Amén.

Fuente: Editorial de Semanario Hebreo; Uruguay