Si no se apresuran, llegará el día en que abrirán la puerta de mi celda y la cama estará vacía. Yo estaré aquí, pero no estaré en ningún lugar. Yo, Guilad Shalit de Mitzpé Hilá, ya no estaré en ninguna parte, excepto en el recuerdo de mi familia.
Recuerdo que una vez, durante mi niñez, leí sobre un prisionero que gangrenó en su celda. Quizás fue el Conde de Montecristo, tal vez algún otro recluso. En ese instante me pregunté qué es la gangrena.
Es como si una persona se fuera pudriendo poco a poco en su prisión igual que una planta en una habitación oscura. La falta de la luz del sol, la del contacto humano, la privación de la libertad, la oscuridad, la soledad y la incógnita permanente lo descomponen.
Sí; la desesperación descompone; pero no tengo la sensación que estoy gangrenado en Gaza. Siento que me voy empequeñeciendo; me marchito. Día a día me voy convirtiendo en algo nimio e insignificante.
Me estoy vaciando. Dentro de mí los sentimientos, las esperanzas, los miedos, los impulsos y los deseos en los años de libertad se van evaporando.
Todos mis guardias - así me dijeron; puede que sea verdad o mentira - tienen un hermano muerto en la guerra o un pariente prisionero. Existe entre nosotros una extraña cercanía. Varias veces estamos todos dentro de una habitación y no queda claro quien es el cautivo. Algunos portan armas, otros no.
De todas maneras, nadie las utiliza en ese cuarto. Incluso si alguno de ellos me ofrecería un arma cargada, no la tomaría. No tengo fuerzas y tampoco a quien disparar. No tengo como escapar.
Ya no soy un prisionero que en cualquier momento puede huir; soy un hombre pequeño que se evapora y no tiene nada.
Cuando me dicen que dentro de poco tiempo regresaré a casa, no les creo. De todas maneras algo se convierte empecinadamente en esperanza, en pensamientos sobre la libertad y sobre la casa de mis padres.
Siempre que me afecta otra desilución, todo se hace más diminuto y cada vez confío menos.
Recuerdo mi sensación cuando me filmaron. Cuando tenía totalmente claro que el video provocaría algo. Sentí como si la iluminación del camarógrafo fuese la luz del día que no veía desde hace mucho tiempo, sólo esporádicamente. Cada vez que me trasladan, una luz potente del exterior se filtra a través de la venda que cubre mis ojos.
Posteriormente, todos estaban muy emocionados a mi alrededor. Quienes tenían un hermano, un amigo o algún conocido preso, se mostraban optimistas. De repente, todo se desmoronó.
Caí al abismo.
Soy conciente que la vida continúa como de costumbre. En ocasiones me cuentan un poco sobre lo que acontece entre ustedes. Todo se ve tan lejano. Soy como una hormiga pequeña que escarba bajo una ciudad; ¿qué es lo que vé? sólo tierra. Todo me resulta grande, distante y extraño, y mi vida tan diminuta.
Recuerdo que cuando era niño y luego adolescente, mientras la gente en la calle o en la escuela hablaba de Ron Arad, seguíamos alegrándonos, viviendo, divirtiéndonos y creciendo. Porque cuando alguien está bajo los escombros, o como yo en una celda oscura, hay otros que disfrutan de un helado.
Sin embargo, la última vez abrigué muchas esperanzas porque no se oían ruidos de aviones ni misiles; sé que hay un mediador alemán que corre entre las partes y hay quienes ansían que todo esto termine de una vez.
Además, me aumentaron la comida para que me vea más gordo, aunque no tengo apetito desde hace ya bastante tiempo. En ocasiones tratan de convencerme para que coma, quizás porque me muevo muy poco y no tengo luz.
De repente, los guardias nuevamente se volvieron sombríos. Después dejaron de hablarme y todo volvió a ser como antes, pero menos; cada vez menos.
Si no se apresuran, llegará el día en que abrirán la puerta de mi celda y la cama estará vacía. Yo estaré aquí, pero no estaré en ningún lugar.
Habrán rumores, pero yo, Guilad Shalit de Mitzpé Hilá, ya no estaré en vuestras habitaciones ni en ningún otro lugar, excepto en el recuerdo de mi familia.
Fuente: Yediot Aharonot - 18.1.10
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il