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¡A Capella!


De algún altoparlante del estadio tendría que haberse dejado oir Hatikva, el himno nacional de Israel, país cuyo representante estaba ocupando el lugar más alto del podio, el del ganador de la medalla de oro... pero nada.

Cervantes, entre otras muchísimas, inmortalizó una frase en labios de ese viejito divino, de ese loco lindo al que bautizó Don Quijote: "cosas vederes, Sancho, que non crederes..." Esa frase, al decir de Ambrose Bierce, "breve, sencilla y eficaz", es como el paradigma de la unidad de medida de nuestra capacidad de asombro: infinita.

Todos los días y todas las horas, nuestra de por sí vapuleada capacidad de asombro encuentra nuevos bríos, nuevo combustible fresquito para seguir anonadándonos, para seguir desalentando nuestra ingenua fe que... quizá... de todos modos... 

Pero no.

Esta vez la bofetada, el desaliento, la bronca, nos llega de la tierra del vals y del buen shnitzel... y del tristemente célebre Anschluss (1). La hermosa, cálida, hospitalaria... hipócrita y por lo visto todavía antisemita Austria.

Repasando las noticias en Ynet, encuentro con que hace poquito se llevó a cabo en la localidad austríaca de Modling, una competencia internacional de esgrima.

Los espadachines no me apasionan demasiado, pero eso no evitó que varios expertos de todo el mundo vayan a medirse en algo que parecía una justa deportiva más.


               Strelnikov y Komarnov en el podio - Un ominoso silencio

Y hete aquí que la medalla de oro en la categoría cadetes la ganó una israelí, Daria Strelnikov.

¡Muy bien! ¡Kol Hakvod!

La gente de la delegación no cabía en sí de la euforia, tanto más porque en esa misma categoría, el bronce también fue para otra israelí, Alona Komarnov.

Doble motivo de felicidad; doble gloria, también para el modesto club Macabi Maalot, donde las muchachas seguramente trabajaron dura y disciplinadamente días y noches para poder demostrar su valía.

Dos miebros de una misma selección en una entrega de medallas es algo que no siempre sucede y representa un orgullo para la delegación de cualquier país.

Las chicas suben al podio, todos aplauden, se reparten las medallas... y silencio.

Un ominoso silencio...

De algún altoparlante del estadio tendría que haberse dejado oir Hatikva, el himno nacional de Israel, país cuyo representante estaba ocupando el lugar más alto del podio, el del ganador del oro... pero nada.

Como si Israel no existiese...


              Hatikva a capella - Cuerpo técnico, delegación y público

Fue allí que nuestras deportistas hicieron lo que en esos momentos opresivos y desagradables hay que hacer: demostrar a la escoria humana que existimos. En forma espontánea decidieron cantar Hatikva a capella, acto al que inmediatamente se unieron los entrenadores, el resto de la comitiva... y todo el público local que había venido a alentar a la delegación israelí, que no eran pocos.

Mis queridos lectores, creo que no hay mucho más que agregar. Fue un "¡Anajnu kan!" (estamos aquí) emotivo.

Pensándolo bien, el hijo de pu...ra sangre austríaca que creyó que así le iba a demostrar a los juden dónde se encontraban políticamente hablando, les hizo un favor. Ese vergonzoso hecho con final emocionante permitió constatar que a pesar que a muchos de nuestros deportistas les da vergüenza entonar las inmortales estrofas de Imbert (he visto con mis propios ojos a Revivos, Jarazis y Davidovichs con los labios obstinadamente sellados a la hora de entonar la canción de nuestra esperanza), esta vez les dimos cátedra a antisemitas de los más conspicuos de quiénes somos, dónde estamos y que va a ser muy difícil dañarnos, tanto física como moralmente.

(1) Anexión de Austria dentro de la Alemania Nazi en 1938 como una provincia del III Reich.