Nueve meses no son demasiado temprano para evaluar medianamente la política exterior del gobierno de Obama. La sensación generalizada es de decepción, especialmente a la luz del entusiasmo casi mesiánico que acompañó su elección.
Todos tienen claro que Barack Obama no es George W. Bush, y que el clima internacional alrededor de EE.UU ha mejorado; pero cambios radicales no hubieron.
Lo dicho se destaca debido a la retórica impresionante que caracterizan sus apariciones públicas. Hacía tiempo que EE.UU no gozaba de un presidente tan especial; su personalidad, sus raíces, su inteligencia emocional y su capacidad por ensamblar una visión excitante con su habilidad de hablar frente diferentes públicos a un mismo nivel. Pero parece ser que la cruda realidad afecta, también en esta ocasión, las buenas intenciones.
A Hillary Clinton no le gustará recordar ahora, en sus funciones como Secretaria de Estado en el gobierno de Obama, pero fue ella quien señaló durante los comicios primarios, que sólo retórica y visión no alcanzan para reemplazar experiencia y conocimiento del mundo.
Internamente, parecería que Obama logró promover la reforma de salud que se propuso; indudablemente es un logro histórico. Pero un mandatario americano es valorado principalmente por la forma en la cual orienta la política exterior de su país y estampa su impronta sobre la política internacional.
El comienzo parecía prometedor; Obama demostró su predisposición al diálogo como alternativa a la política agresiva de Bush. Pero la conversión de este cambio esencial a la realidad, no se ha demostrado.
Con respecto a Irán, Obama puso fin a la política de Bush que rechazó negociar y amenazó indirecta, y en ocasiones abiertamente, utilizar la fuerza. Sin embargo, los intentos de diálogo con Teherán hasta el presente no dieron frutos; al contrario, la moderación americana es considerada una debilidad.
Los iraníes se mofan de las negociaciones, tratan de ganar tiempo y de hecho, se le ríen en la cara a Obama. Los americanos aducen que si hasta fines de diciembre las conversaciones no avanzan, impondrán graves sanciones, incluso si Rusia y China evaden la resolución en el Consejo de Seguridad. Sólo resta esperar y observar; pero aquí no hay éxitos relevantes.
Asimismo con respecto a Rusia. El renunciamiento al plan de instalar radares y misiles en Polonia y República Checa no provocó, hasta el momento, ningún cambio en la política rusa, por ejemplo en lo que se refiere a Irán.
En Afganistán, el gobierno parece estar dentro de un callejón sin salida. Obama reconsideró su promesa, pronunciada durante la campaña electoral, de enviar 40 mil soldados adicionales. De todas maneras, sus aliados en la OTAN no están dispuestos a donarle refuerzos.
Finalmente, Oriente Medio. Obama comenzó su mandato declarando que actuaría con denuedo para lograr un acuerdo israelí-palestino y nombró a George Mitchell como enviado especial. Pero a Mitchell le sucedió lo mismo que a otros mediadores en la región: al no existir voluntad política de las partes beligerantes, ellas se ven incapacitadas de tomar o aceptar iniciativas.
Cuando Mitchell se complicó en exigir la detención de la construcción israelí en los asentamientos, desperdició mucho capital político americano. Es muy difícil que quien no puede enfrentarse al crecimiento natural en los asentamientos, sea capaz de llegar a una completa solución del conflicto.
También la visita de Hillary Clinton resultó estéril; y la amenaza de renuncia por parte de Mahmud Abbás, aún si no se concreta, no testifica un triunfo americano especial. Si a pesar de todo, el diálogo se renueva, sin duda será presentado como un éxito rotundo; pero negociaciones ya se llevaron a cabo durante dos años, en los días de Olmert, y de ellas no nació ningún acuerdo.
No es cierto que el camino al infierno esté lleno de buenas intenciones. En ocasiones, simplemente, las buenas intenciones no conducen a ninguna parte.
Fuente: Haaretz - 11.11.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il