¿Cómo no culpar a todo un público que bebe con fruición las palabras de rabinos ultra nacionalistas, que dice amén cuando éstos adaptan el "No matarás" a sus necesidades ideológicas y argumentan que derramar sangre del prójimo está permitido?
Vuelven a brotar las hierbas malas en el floreciente jardín del sionismo religioso nacionalista-mesiánico; lentas pero seguras, se van asentando.
Y nuevamente se movilizan los sabios de la retórica de ese consenso con sus usuales alaridos de defensa-ataque cada vez que alguien de los suyos asesina árabes o intenta matar judíos que se oponen a sus ideas, y no lo consigue.
Ahora es el turno de los "rabinos mesiánicos de Eretz Israel"; ellos no condenarán el asesinato o al asesino y sus locuras, porque "tampoco en Tel Aviv, la fortaleza laica, nadie sale a la calle para reclamar por cada crimen cometido". Con el mismo aliento, ellos advierten que "no se puede culpar a todos".
En Tel Aviv - o en cualquier otro lugar de Israel -, viven personas que acatan las leyes; no hay líderes espirituales que necesitan condenar asesinos de mujeres o niños indefensos, ni tampoco un atisbo de ideología en la que el asesinato se justifica, es aceptado y exento de condena.
La policía y el sistema judicial se hacen cargo de los asesinos; éstos son apartados de la población dentro del cual se gestaron, sin necesidad de citar párrafos talmúdicos o iluministas. "No matarás" es aceptado por los que cumplen las leyes. Los asesinos de mujeres y niños carecen de adeptos, tampoco tienen entusiatas admiradores que recaudan fondos y reclutan afamados abogados defensores. No hay un solo hombre en todo ese conglomerado amorfo que se atreva a llamar "santo" a algún asesino después de su muerte.
¿Quiénes son los "rabinos mesiánicos de Eretz Israel? Tomen como ejemplo al Rabino Dov Lior, aquel que apoyó con denuedo al grupo terrrorista judío que planeaba explotar la Explanada de las Mezquitas, antes de ser descubierto; el que no dudó en declarar que el asesino Baruj Goldstein "es un santo como todos los santos de la Shoá"; el que cree fielmente en la negación de los derechos civiles de los árabes en Israel y en la supremacía de la Torá - de acuerdo a su propia interpretación, incluyendo permiso para atentar contra inocentes que no son judíos - por encima de las leyes del Estado.
Si lo desean, fíjense en el Rabino Shlomó Eliahu de Safed, con una larga tradición de actitudes racistas contra la población árabe.
O el rabino Aviner - que expresa desencanto por el asesinato, pero no está dispuesto a repudiarlo. Lo que hizo Goldstein, así lo manifestó, está prohibido, dado que éste no se asesoró con "sus maestros" antes de ejecutar la masacre, pero a pesar de todo, es un "santo".
Y un último rabino -Zalman Melamed -; es importante recordarlo: uno de los grandes sostenedores del incumplimiento de las órdenes en Tzáhal, si ellas no responden a lo que los soldados consideren justas.
La palabras con la que se culpa a todo un conglomerado comienzan a ser pronunciadas cuando los voceros de éste público crean un clima de permisión que ignora por completo las leyes de Israel; cuando ellas se oponen a sus intereses políticos-mesiánicos. A faz descubierta y desvergonzadamente, cualquier acción violenta es válida: eliminar olivares o seres humanos, todo está permitido, sólo, que no condenen a todos, que no generalicen.
¿Pero cómo es posible no culparlos? ¿Cómo es posible no responsabilizar a aquéllos que proclaman abiertamente que la sangre de los árabes es permitida por el solo hecho de ser árabes, y que se jactan de que "su accionar es afable" y en nombre de una Torá que dignifica el homicidio?
En algún lugar, entre Jerusalén Oriental y Jordania, se encuentra el próximo terrorista judío. Él escucha a sus líderes espirituales y aprende que todo le está permitido. En las décadas que transcurrieron desde "los terroristas judíos de las Mezquitas" hasta el presente, no se erigió ningún conglomerado de asentados religiosos, tampoco un líder espiritual, que esté dispuesto a condenar el terrorismo judío a toda voz, y junto a él, también a sus seguidores.
El próximo terrorista judío tiene muy claro que sus actos no serán incriminados por "su propio" público. Envuelto en una ola abierta y secreta de admiración, se capacita en sus habilidades y prepara sus cargas explosivas.
Cuando lo descubran - con la esperanza que suceda antes de su primer crimen - el público que acata las leyes en Israel, deberá nuevamente preguntarse cuántas hierbas malas hay allí, entre Jerusalén Oriental y Jordania, quién las riega con amor, y porqué "todo un público" no se moviliza para arrancarlas, una a una y para siempre.
Fuente: Yediot Aharonot - 3.11.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il