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¿Rabín, Ben Gurión o Rockefeller?


El viaje de Ehud Barak desde su casa en el kibutz al Salón Aeronático de París es la historia de la degradación de Israel. Hablamos de una enfermedad, del hedonismo de los nuevos ricos a costa de quienes pagan impuestos.
 


En tiempos de crisis económica no está de más cuidar las formas, especialmente si se es ministro y jefe de filas de un partido con raíces en la izquierda que trata de abanderar la lucha por la justicia social.

Pero Ehud Barak no parece haber caído en la cuenta. Este verano, durante cuatro días de estancia en París, se gastó junto a su comitiva más de medio millón de shékels (unos 125.000 dólares) de los contribuyentes sólo en alojamiento. La noticia alteró a sus críticos, hartos de los aires de grandeza del militar de Tzáhal más condecorado, de su falta de escrúpulos políticos y de sus excesos hedonistas. Hay nostalgia de la vieja guardia y su vida espartana.

La veda se reabrió después de que el controlador del Estado, Mija Lindenstrauss, publicó un informe sobre los "gastos innecesarios" y "el comportamiento irresponsable" de Barak durante su estancia en el Salón Aeronáutico de Le Bourget en París. El ministro de Defensa y jefe del partido Avodá se alojó junto a su mujer en el Hotel Intercontinental Le Grand de la capital francesa. Nada menos que una suite real, a razón de 3.500 dólares la noche.

La pareja se hizo acompañar por una corte de 16 asesores personales, además de 34 oficiales del ministerio y de Tzáhal, que se alojaron en un hotel más barato.

Desde entonces Barak recibe palos por todos lados. Es una presa fácil. Políticamente va naufrgando en el descrédito desde que no cumplió con sus promesas electorales y pactó con el Gobierno derechista de Binyamín Netanyahu y Avigdor Lieberman tras conducir al Laborismo al peor resultado electoral de su historia.

Hace unos días, el secretario general del Laborismo, David Ben Simón, presentó su dimisión "decepcionado" por la derechización de su jefe de filas.

"En sus días de modestia, piensa que es Rabín. En sus días más pomposos, cree que es Ben Gurión. Entre medio se comporta como un Rockefeller", le dedicó al exgeneral el columnista de Haaretz, Yoel Marcus.

"Napoleón", como le llamaban en Tzáhal, manifestó su arrepentimiento por "las mil y una noches" a cuenta de los contribuyentes: "Soy el único responsable de todo lo que ocurre en el Ministerio de Defensa, incluído del mal funcionamiento".

Pero su tren de vida se mantiene bajo la lupa. Barak no nació entre sábanas de seda. Al contrario. Se crió en el Kibutz Mishmar Hasharón, levantado sobre un terreno de pantanos desecados e infestado de malaria, como ha recordado en alguno de sus discursos.

El salto al mundo de los negocios lo dio tras concluir su mandato de primer ministro en 2001, el más corto de la historia de Israel. Después de varios meses de inmersión en el lucrativo circuito internacional de los discursos políticos, el que fuera vicepresidente de la Internacional Socialista creó en 2002 su propia compañía: Ehud Barak Limited.

De la mano de algunos empresarios amigos, conocidos por haber financiado algunas de sus campañas electorales, inviertió en aparcamientos en Estambul, exploró el negocio inmobiliario en Europa del Este y debatió con el rey de Jordania la creación de una patente para extraer petróleo de los esquistos bituminosos, según el diario Haaretz. Paralelamente, fue nombrado consultor de compañías de seguridad y el contraterrorismo.

En cinco años, su empresa alcanzó un activo de más de quince millones de dólares. Barak y su mujer, Nili Priel, compraron un departamento de 370 metros cuadrados en la planta 31 de las torres Akirov, un lujoso rascacielos de Tel Aviv. Hace poco lo pusieron a la venta por 9 millones de dólares, según el diario Israel Hayom.

Con estas credenciales, a muchos les entró la risa cuando hace un año, en plena campaña electoral, Barak llamó a reemplazar "el capitalismo porcino de la derecha por la responsabilidad social".

En Israel se echa de menos la austeridad de la clase política que fundó el Estado. Menajem Beguin, por ejemplo, se mudó a un departamento alquilado tras abandonar la vida pública en los años '80. Nada que ver con los caprichos cultivados por Barak, Olmert o Sharón.

"El viaje de Ehud Barak desde su casa en el kibutz al Hotel Intercontinental de París es la historia de la degradación de Israel. Ningún símbolo es más apropiado. Hablamos de una enfermedad: del hedonismo de los nuevos ricos a costa de quienes pagan impuestos", escribió Uri Misgav en Yediot Aharonot.