Imagínese que alguien le sugiriese que leyera un libro en el que se analiza si Noruega o, si a eso vamos, Estados Unidos, debería existir. Usted se quedaría escandalizado o, al menos, sorprendido de que alguien quisiera cuestionar el derecho a existir de una nación soberana y miembro de Naciones Unidas. En el caso de Israel, sin embargo, plantear semejante cuestión no resultar inadmisible. En cualquier momento podemos oír hablar de conferencias o seminarios sobre el tema en alguna universidad norteamericana o de Europa Occidental e incluso asistir a ellos.
Por lo tanto, no supone ninguna sorpresa que Michael Curtis, un distinguido estudioso y profesor emérito de la Rutgers University, haya dedicado un libro entero a analizar el tema y a refutar las tesis de quienes cuestionan el derecho a existir de Israel. El resultado es un ensayo magistral en el que las mejores herramientas de estudio se emplean al servicio de lo que es, a fin de cuentas, una cuestión moral de apoyo a Israel.
A primera vista, Israel podría considerarse una más de las típicas 150 naciones-Estado, más o menos, surgidas por todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Políticamente, es el fruto de una lucha de liberación frente a una potencia imperial; en este caso, Gran Bretaña. Territorialmente, está situada en un pedazo de una potencia colonial aún más antigua; en este caso, el Imperio Otomano. Legalmente, es una creación de las Naciones Unidas, que, como sucesoras del Mandato Británico en Palestina, refrendaron la creación del Estado judío.
Así pues, ¿por qué Israel debería ser elegido como objetivo de una campaña de vilipendio como raras veces se dirige hacia otra nación?
La respuesta, como Curtis demuestra de forma contundente, es que Israel es diferente.
Para empezar, es judío. Eso lo convierte en blanco de sentimientos y resentimientos antisemitas, profundamente arraigados en muchas sociedades occidentales y en algunas islámicas. En muchos países el antisemitismo ya no se considera una opinión más: es un crimen penado por la Ley. La forma de sortear ese obstáculo es airear los sentimientos antisemitas disfrazándolos de crítica a Israel como nación-Estado. Para hacer que esto resulte más apetitoso, se le añade algo de picante evocando los sufrimientos palestinos. Sin embargo, una vez se aparta ese aliño de quejas políticas contra Israel, lo que nos queda es el viejo y asqueroso odio a los judíos.
Luego tenemos el hecho de que Israel ha sido una isla de democracia en medio de regímenes autoritarios y totalitarios. El surgimiento de nuevas democracias en Oriente Medio bien podría cambiar el panorama político de la región.
Sin embargo, de momento, Israel, como democracia, sigue siendo una amenaza para los despotismos que aún predominan en la zona.
Y lo que es aún peor desde el punto de vista de sus detractores: Israel ha sido una avanzada del mundo democrático desde hace más de seis décadas. Es, en el sentido en el que Curtis considera al país, el clásico canario en la mina. Durante la Guerra Fría, el Estado judío actuó como vanguardia del mundo libre en una región de vital importancia estratégica para Estados Unidos y sus aliados.
Tras el fin de la Guerra Fría, Israel se encontró en la primera línea de la guerra global contra la yihad islámica en sus diversas formas. Eso, a su vez, suponía que los islamistas lo consideraran el archienemigo, al tiempo que se golpeaban el pecho por la ocupación de una parte de territorio islámico por una potencia infiel. Siglos de resentimiento por la pérdida de territorios islámicos en España, Rusia y la India, entre otros, se combinaban en una única pócima de odio y afán de venganza contra Israel.
Así, la misma existencia de Israel, como demuestra Curtis, ha llevado al surgimiento de una curiosa coalición en la que antisemitas tradicionales, estalinistas de la Guerra Fría, tontos útiles, partidarios de la hegemonía panárabe, antiamericanos de todos los pelajes y revanchistas islamistas se unen contra un enemigo común.
En Oriente Medio, como señala Kenneth Bialkin en su introducción al ensayo de Curtis, la historia «se está haciendo, pero sin instrucciones». Cualquiera sabe lo que irá a surgir de la actual oleada de cambios revolucionarios. En el mejor de los casos, la creación de Gobiernos democráticos en al menos algunos Estados árabes eliminaría parte de los obstáculos a la aceptación de Israel como vecino, si bien, al menos inicialmente, no como amigo. Pero incluso en ese caso los muchos enemigos de Israel en Occidente seguirán ahí, aferrados a su odio hacia el Estado judío como columna vertebral de sus agonizantes ideologías.
¿Debería existir Israel? La respuesta de Curtis es un «sí» contundente, respaldado por una magistral exposición histórica y un compromiso moral a toda prueba con lo que considera justo.
Curtis, un perspicaz historiador, demuestra ser un orador igual de persuasivo. Si a eso le sumamos la pasión que insufla en su trabajo, nos queda un libro a la vez informativo y ameno.