No es verdad que la solución de la cuestión palestina resuelva la tensión con Irán. Sin embargo, la resolución del problema iraní es fundamental para encauzar el futuro de los territorios situados en la margen occidental del Jordán.
Uno de los mantras del pensamiento progre en política internacional es que la paz en Oriente Medio depende de que previamente se solucione la cuestión palestina. Los demás conflictos estarían así vinculados por un cordón umbilical con la suerte final de los árabes de la Cisjordania. Resuelto su futuro los demás temas irían solucionándose cual piezas de dominó colocadas en línea, cayendo una tras otra en perfecta armonía.
Es una tontería, algo que cualquiera que se moleste en estudiar un poco la región puede comprobar, pero una de las ventajas del pensamiento progre es que no necesita ajustarse a razonamiento alguno. Es lo bueno de militar en el nuevo y post-moderno relativismo.
Tarde pero con visión los distintos movimientos islamistas han hecho suya la cuestión palestina. Aunque su agenda sigue otra lógica han asumido esta causa con el objetivo de atraer la simpatía de amplias capas de la población. Pero lo que tiene su razón de ser en el activismo del islam radical no la tiene tanto entre la "inteligencia" occidental.
La situación del pueblo palestino hay que resolverla porque es un problema grave, no porque de ella dependa el futuro de este o aquel conflicto. Los primeros que tienen que ocuparse son los propios palestinos, porque es su vida, su futuro lo que está en juego. A menudo se habla de la dificultad para resolverlo. Es un lugar común que, como tantos otros, habría que matizar.
En realidad, y como me recordaba un colega de la Universidad Hebrea de Jerusalén que estaba de paso por Madrid, el acuerdo final está escrito y es de todos conocido. Es el que a instancias de Bill Clinton aceptó el Gobierno presidido por Ehud Barak en Taba. Se podrá mover alguna coma de sitio, pero no mucho más. El problema es cómo lograr que el Gobierno israelí y la Autoridad Palestina lo acepten.
En Taba fue Arafat quien lo rechazó, porque no estaba dispuesto a manchar su brillante carrera de terrorista y delincuente común con el sacrificio que aquel acuerdo representaba. Barak, el más brillante y condecorado de los generales israelíes, aceptó el sacrificio y eso le costó perder el poder y arruinar su carrera política.
En la actualidad la situación es mucho más complicada. La Autoridad Palestina es una ficción mantenida por Israel y Estados Unidos. El campo palestino está roto y uno de los dos bandos, el que lidera Hamás, rechaza la mera existencia de Israel.
No es verdad que la solución de la cuestión palestina resuelva, por ejemplo, la tensión con Irán. Sin embargo, la resolución del problema iraní es fundamental para encauzar el futuro de los territorios situados en la margen izquierda del Jordán.
Si Hamás se ha convertido en una fuerza determinante se debe tanto a la corrupción e incompetencia de los nacionalistas de Al Fatah, con Arafat a la cabeza, como al dinero que vienen recibiendo de los países del Golfo, y al armamento y entrenamiento que Irán les proporciona. Son ellos los que han agravado la situación hasta el punto de bloquear el proceso de paz. Palestinos e israelíes son las víctimas del fundamentalismo avivado desde el exterior.
Es verdad, como dicen nuestros progres de la izquierda post-socialista, que hay un vínculo entre la cuestión palestina y otros conflictos en la región, pero exactamente en la dirección contraria a la que ellos suponen.
No podremos aplicar la solución que todos conocemos mientras desde Irán y desde el Golfo se siga alimentando a los extremistas de Hamás. Rindiendo pleitesía al monarca saudí, cediendo ante los ayatolás en la cuestión nuclear o con ambiguos y contradictorios discursos, como el ya famoso de El Cairo, sólo se conseguirá dar alas al enemigo.